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EL PAÍS SE QUEDA EN CASA
Columna
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Al final de todas las fiestas

Tengo un WhatsApp de un amigo del 15 de marzo que dice: “Nos vemos el 12 de abril en el Giardinetto”. Y, sin embargo, hoy, todos esos planes son pasado

Use Lahoz
Una madre regala a su hija una rosa en la diada de Sant Jordi en Girona el 23 de abril
Una madre regala a su hija una rosa en la diada de Sant Jordi en Girona el 23 de abril©Toni Ferragut (EL PAÍS)

Ahora que cada vez tenemos menos que contar porque no nos pasa nada, y si pasa algo no suele ser bueno, miro los autobuses que circulan por debajo de casa y me acuerdo de que no hace mucho iba yo en uno de ellos, un domingo por la tarde del mes de julio, tenía 14 años y para hacer la gracia con otros dos amigos, no pagamos. Qué risa en los asientos del fondo. Cuando el bus se acercaba a mi parada en Diagonal con Girona, me levanté y, entonces, descubrí en el pasillo a un revisor que no dudó en pedirme el billete. Tras comprobar que no lo había validado, bajó conmigo. Me avergoncé, inventé excusas, lloré, pero no le enternecí lo más mínimo, y me rendí. No sabía que al final de todas las fiestas siempre hay una escoba, o un revisor, o un virus... Aún veo a los otros riendo tras la ventana. Cuando llegó la carta con la multa y vi a mi madre leyéndola, sufrí mi primer ataque de lógica, fue uno de los peores momentos de mi vida (hasta entonces, se entiende), y ahora... Ahora pienso en cuánto falta para que me vuelva a suceder algo imprevisto.

Cuando empezó el confinamiento miraba al futuro para convencerme de que pasaría rápido. Mi esperanza era abril, los viajes pendientes, las cenas previstas, Sant Jordi. Tengo un WhatsApp de un amigo del 15 de marzo que dice: “Nos vemos el 12 de abril en el Giardinetto”. Y, sin embargo, hoy, todos esos planes son pasado. Ninguno se cumplió. Sigo en casa. Ya no sé si el realismo que tanto me gustaba es esto, ni si lo anterior era ciencia ficción. Yo creía que solo se existía parcialmente en algunas novelas, pero ahora veo que no, que en la vida de antes entraba y salía de ella varias veces al día, y hoy estoy dentro, de aquí para allá, literalmente.

En 1794, en Viaje alrededor de mi habitación (no se me ocurre mejor lectura para encarar el futuro), Xavier de Maistre explicó lo difícil que le resultaba emprender largos viajes en diagonal por su cuarto sin seguir reglas ni métodos. Detestaba a esas personas tan dueñas de sus pasos y de sus ideas que dicen: “Hoy haré tres visitas, escribiré cuatro cartas y terminaré esa obra que he comenzado”. Nunca viajaba por la habitación en línea recta. Iba de su mesa a un rincón oblicuamente porque así tenía más posibilidades de cruzarse con la butaca. “Qué excelente mueble es una butaca, es lo más útil para cualquier hombre meditativo. En las veladas de invierno es a veces agradable y siempre prudente tumbarse en ella perezosamente, lejos del estrépito de las reuniones multitudinarias. Un buen fuego, unos libros, unas plumas, ¡cuántos recursos contra el aburrimiento!”.

Así que del mismo modo en que Béla Bartók fue a la busca del folklore nativo húngaro para componer sus raíces, yo emprendo a diario el camino de vuelta al mundo de ficción en el que viví, y sueño con volver a improvisar, a aburrirme, al bar, a las esperas, a las imprecisiones, a los trenes y al autobús donde me rendí a la providencia.

Use Lahoz es escritor. Su último libro se titula Jauja (Destino)

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Sobre la firma

Use Lahoz
Es autor de las novelas 'Los Baldrich', 'La estación perdida', 'Los buenos amigos' o 'Jauja' y del libro de viajes 'París'. Su obra narrativa ha obtenido varios premios. Es profesor en la Universidad Sciences Po de París. Como periodista fue Premio Pica d´Estat 2011. Colabora en El Ojo Crítico de RNE y en EL PAÍS. 'Verso suelto' es su última novela

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