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EL PAÍS se queda en casa
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El mundo no se acaba

En República Dominicana el virus se ha ido esparciendo de manera clandestina por barrios, sectores populares y residenciales de clase media alta

Un hombre y un perro en una calle de Santo Domingo, el 12 de abril
Un hombre y un perro en una calle de Santo Domingo, el 12 de abrilERIKA SANTELICES (AFP)

Nadie logró predecir que terminaríamos así. Ni los astrólogos ni los visionarios ni los sacerdotes ni los pastores ni los políticos. Nunca pensé que acabaría en el apartamento en que crecí, cuidando a mi madre y sin atreverme a salir a la calle. Claro, lo de no salir a la calle es una decisión que he tomado, ya que en el país aún no tenemos cuarentena, pero el gobierno ha dispuesto un toque de queda que inicia a las cinco de la tarde y que se alarga hasta las seis de la mañana.

La vida del escritor consiste básicamente en observar, en leer, en escribir. Durante los primeros días de mi autoimpuesto confinamiento, me resultó arduo concentrarme en cualquier cosa que no fuera la pandemia. De ese modo me enteré de que la diseñadora dominicana Jenny Polanco había contraído el virus. La última salida que mi pareja y yo hicimos fue a una exposición a la que ella asistió sin tener idea de que estaba infectada. Al pasar los días le vinieron los síntomas y responsablemente dio una declaración pública. Era uno de los primeros casos y recuerdo que al oírla pensé en la posibilidad de que mi pareja y yo nos hubiésemos infectado en la exposición. Ya ustedes saben la histeria: cada minuto uno se palpa la frente y el cuello a ver si tiene fiebre, o corre a la cocina a oler vinagre. Para mí fue peor, ya que me dio gripe. Sin embargo, al pasar los días y no darnos fiebre ni dificultades respiratorias, descartamos tenerlo.

De pronto, alguien mandó un vídeo grabado por un vecino desaprensivo que mostraba cómo a la diseñadora se la llevaban en una ambulancia. Creo que pasó menos de una semana y el ministro de Salud anunció que Jenny Polanco había fallecido. Fue en ese momento que las víctimas del virus dejaron de ser ajenas y foráneas y pude ponerle el rostro de alguien conocido.

Al igual que los cargamentos de drogas, en República Dominicana el virus se ha ido esparciendo de manera clandestina por barrios, sectores populares y residenciales de clase media alta. La cantidad de infectados y de muertos en el país crece a una velocidad insólita. Según las tablas de la OMS, dada la cantidad de infectados, tenemos el índice más alto de muertes en toda Latinoamérica, consecuencia, sin duda alguna, de nuestro precario sistema de salud. Pero bueno, como mis compatriotas saben, dominicano y crisis son prácticamente sinónimos. Por lo que uno termina habituándose a todo. Yo he vuelto a mi rutina de lectura y de escritura. De hecho, esta noche participaré en una lectura, a través de Zoom, que organiza el festival de poesía O’Miami.

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Ya nos hemos acostumbrado al apocalipsis. El jueves hice mi primera salida de la cuarentena. Fui al supermercado en busca de provisiones y en el trayecto me topé con uno de esos vendedores que se plantan debajo del semáforo. Como se pueden imaginar, su oferta se relaciona directamente con la demanda: los días soleados vende gafas, los lluviosos paraguas, y durante el mes de la patria vende banderitas. Ahora, como pueden suponer, está vendiendo mascarillas y guantes en diferentes colores y estilos.

Pero lo que más me impresionó fue un escrito en un muro que decía “El mundo no se acaba” y que parecía contradecir los de “El fin está cerca” o “Cristo viene” que estaban al lado. Me impresionó tanto que tuve que frenar y devolverme para confirmar que no había leído mal.

Frank Báez es escritor dominicano. Su último libro es ‘Este es el futuro que estabas esperando’ (Seix Barral)

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