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Portugal, los suecos del sur

Previsiones sanitarias, planes de control a tiempo y la unión política controlan la epidemia mejor que en países con más recursos económicos

Horacio pastorea sus ovejas en la aldea de Santa Margarida da Serra, en el Alentejo portugués.
Horacio pastorea sus ovejas en la aldea de Santa Margarida da Serra, en el Alentejo portugués.Francisco Javier Martín Del Barrio

Hace no mucho, el presidente luso dijo que Portugal era la Suecia del sur. Aunque entonces, el popular Marcelo Rebelo de Sousa se refería a los logros diplomáticos del país, bien podría extenderse hoy a la lucha contra el coronavirus. Portugal capea la pandemia con la mitad de muertes que Suecia por millón de habitantes. Aunque el mundo siga boquiabierto mirando al Norte, británicos, suizos, holandeses o alemanes podrían aprender alguna cosa del sureño y latino Portugal, donde el coronavirus avanza bajo control.

Él no lo sabe, pero el corderillo del que aún cuelga el cordón umbilical ha nacido con estrella. Gracias a estos tiempos de calamidad no acabará la Pascua en algún asador castellano. “Esta mañana ha parido”, confirma el pastor Horacio. Apenas puede mantenerse en pie junto a los otros corderillos, unos días más viejos que él, todos indultados por el coronavirus. “Ahora es el bicho ese y no hay demanda, mañana la sequía y no habrá pasto; en 10 años aquí no queda nada ni nadie”. Horacio pastorea las ovejas en una aldea del Alentejo, una región del tamaño de Cataluña donde el coronavirus no ha conseguido matar. Un caso excepcional dentro del ejemplo ya excepcional que es Portugal.

El 2 de marzo se descubrieron los dos primeros positivos en Portugal, prácticamente el último país infectado de la Europa occidental, y por importaciones de Italia y España. Aunque la autoridad sanitaria lo consideraba días antes una “gripe fuerte”, las previsiones más pesimistas contaban con un millón de contagiados, la décima parte del país. Cuarenta días después apenas hay 16.000 casos y 470 muertes. En una guerra sin acabar, los sanitarios portugueses renuncian a colgarse medallas. “No somos mejores que los italianos o los españoles”, asegura el neumólogo Filipe Froes. “Nos encontramos en fases diferentes. Vamos tres semanas por detrás de Italia y una o dos por detrás de España. Es pronto para evaluar a Portugal”.

De momento, los datos lusos son mucho más halagüeños que los de Francia, Reino Unido, Alemania, Países Bajos, Bélgica o Suiza, estereotipos de la supuesta eficacia, disciplina y racionalidad del norte de Europa.

“Todos los países aplicamos las mismas medidas, pero nosotros tuvimos más tiempo para prepararlas”, asegura Froes. “En el inicio, la actividad del virus fue más brusca en Italia y España, actuando en más focos geográficos y en instituciones sensibles, como hospitales y hogares de ancianos”.

El 13 de marzo, el primer ministro, António Costa, decretó el estado de alerta y el cierre de los colegios. Fue a la vez que en España, con la diferencia de que esta sumaba 6.000 contagios y 132 muertos y Portugal apenas 112 positivos, ninguno mortal. Ese mismo día había sido detectado el primer caso de contagio local, un dato clave para frenar la expansión del virus, según la epidemióloga Inês Fronteira. Del primer caso importado al primero entre locales habían pasado 11 días, a diferencia de Italia y España, que tardaron 23 y 28 días, respectivamente, en localizarlos. El estudio de la profesora de Salud Pública de la Universidad Nova de Lisboa señala que la reproducción del virus en Portugal en los 25 primeros días de epidemia fue por eso la más baja de Europa, incluso inferior a las cifras de Corea del Sur y China.

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Pese a la cautela de los expertos portugueses, desde hace una semana los contagios se duplican cada ocho o nueve días. “Es verdad”, reconoce el neumólogo Froe, “que en la fase de desarrollo del contagio activamos la red de cuidados primarios; con ello conseguimos una respuesta domiciliaria al paciente para seguir el tratamiento en casa y de rebote una mejor respuesta al enfermo grave en los hospitales”. Hoy, el 82% de los contagiados sigue recuperación domiciliaria.

Los hospitales están lejos de la saturación y los de campaña ni se han estrenado. João Mota, el jefe de protección civil de Grándola, ha reconvertido el recinto ferial en un hospital provisional. “De momento, no hace falta [hay 4 casos en la villa], pero está preparado para que otros hospitales desvíen aquí pacientes con enfermedades no contagiosas”. Los 233 internos en las UCI del país tocan a seis ventiladores por cabeza y en esta semana llegarán otros tantos para completar un parque nacional de 3.000 aparatos.

La epidemia se concentra en la gran Lisboa y la región de Oporto, con el 90% de los casos. En el extremo opuesto, la tierra de Horacio, el Alentejo, con 0,5% de los positivos. Con el 33% de la superficie del país continental, en la región apenas residen 23 habitantes por kilómetro cuadrado, como en Suecia. “La densidad de población es un factor fundamental en una expansión epidemiológica”, señala la demógrafa María Filomena Mendes, de la Universidad de Évora.

El coronavirus, lejos de agrietar a instituciones y partidos, los ha acercado. El presidente, Rebelo de Sousa (PSD), y el primer ministro, Costa (PS), se complementan y, públicamente, se tragan sus discrepancias. Si no hay pruebas de que la unidad institucional cure epidemias, sí que las reyertas políticas alientan el malestar social. En las redes portuguesas es imposible encontrar vídeos de ciudadanos insultantes o rabiosos (tampoco graciosos). En las calles, la policía no controla, “sensibiliza”; no multa, “recomienda”. En abril, apenas ha detenido -en el sentido más liviano del término- a 74 personas por saltarse el confinamiento. Empresas y tiendas se mantienen abiertas -con las excepciones de bares y restaurantes- mientras el presidente ya anuncia que el estado de emergencia continuará hasta mayo.

Sea por los médicos, por los políticos o por el pueblo, Portugal lo lleva mejor que muchos países, aunque la situación no es ideal. Faltan test, mascarillas, gel desinfectante y los planes de prevención olvidaron a los asilos, como reconoce el neumólogo Froes. “Teníamos que haber sido más rigurosos en la evaluación del riesgo en los hogares de ancianos”.

A sus 70 años, el pastor Horacio no teme al coronavirus. “Luché en la guerra de Mozambique, después fui a Angola, después a Irak... si viene, aquí estamos. ¿Usted cree que el bicho se acordará de nosotros?”.

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