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La excepción sueca

El país escandinavo llama la atención por unas medidas de contención ante el coronavirus muy relajadas, mientras el resto de vecinos nórdicos toman decisiones históricas

Clientes de un restaurante toman el sol en las terrazas abiertas en el centro de Estocolmo, el 26 de marzo de 2020.
Clientes de un restaurante toman el sol en las terrazas abiertas en el centro de Estocolmo, el 26 de marzo de 2020.Janerik Henriksson (EFE)

Mientras el mundo occidental lleva cerrado semanas a cal y canto, en hibernación, hay un país en la Unión Europea donde la vida sigue su curso. En Suecia los niños van al colegio, los jóvenes acuden a las universidades, los esquiadores se suben a las tablas, el transporte público fluye con normalidad y los restaurantes continúan sirviendo el menú del día, con la salvedad de que solo lo hacen a los que se acomoden en las mesas, y no en la barra. El Gobierno socialdemócrata del país escandinavo ha decidido librar una inusual batalla al coronavirus con uno de los activos inherentes a su sociedad: la responsabilidad individual.

“Hay momentos en la vida donde uno tiene que hacer sacrificios por uno mismo, por el de al lado y por el país. (…) Ese momento es ahora. Está aquí. Y debe pertenecer a cada uno de nosotros”. Son las palabras del primer ministro sueco, Stefan Löfven, en un discurso a la nación emitido en la televisión el domingo 22 de marzo. La escritora sueca Lisa Bjurwald describe en POLITICO esa actitud como un “pequeño Lutero” que cada sueco lleva sobre los hombros desde que nace. Esa suerte de Pepito Grillo que señala el deber, la responsabilidad, la disciplina individual para conseguir un fin común en momentos de crisis: evitar el colapso de hospitales ralentizando los contagios por la Covid-19, según el Ejecutivo, que ya se ha cobrado la vida de más de 50.000 personas en el mundo, más de 300 en Suecia. Muchos opinan que la estrategia de la Agencia de Sanidad —que es independiente del Gobierno— consiste en que poco a poco el virus se instale en la sociedad y que esta vaya generando cierta inmunidad para evitar ese colapso en los hospitales, algo parecido a lo que predicaba el premier británico, Boris Johnson, antes de haberse contagiado él mismo por la Covid-19 y haber decretado el confinamiento del Reino Unido.

Cuando ya casi todo el continente llevaba un tiempo viviendo confinado en sus casas, en Suecia se limitaban a prohibir por ley las aglomeraciones de más de 500 personas (desde este domingo se ha reducido ese número a 50, frente a los 10 de Dinamarca) y a recomendar —solo recomendar— no visitar residencias de ancianos, el teletrabajo y, en fin, el distanciamiento social. “Parece una apuesta muy arriesgada, están jugando con fuego”, opina Giulia Mariani, profesora de políticas en la Universidad de Uppsala, al norte de Estocolmo. Este esfuerzo no parece mayúsculo en un país con una bajísima densidad de población (22 habitantes por kilómetro cuadrado, la segunda más baja de la UE, después de Finlandia) en la que la distancia social, en parte por el carácter frío de los habitantes, es la norma; y en el que cada vez más, y gracias a buenas conexiones a Internet, la población se apoya en la tecnología para su día a día. Medidas que han tomado otros gobiernos de la UE, como evitar que circule el dinero en efectivo por considerarse una superficie de contagio, ya estaban en práctica en Suecia mucho antes de la llegada del coronavirus. La agencia estadounidense Bloomberg incluso denominó al país escandinavo The cashless society (La sociedad sin dinero en efectivo) en uno de sus artículos en los que alertaba hace dos años de la constante caída desde 2010 del flujo de billetes y monedas en el país. “La verdad, mi vida no ha cambiado muchísimo”, dice Mariani, quién ha decidido sorpassar las decisiones de las autoridades voluntariamente y confinarse en casa con su pareja.

Las autoridades suecas creen que “el país no puede tomar medidas draconianas que tengan un resultado limitado en la epidemia y que, sin embargo, dejan tocadas a la sociedad”, explica Johan Carlson, jefe de la agencia pública de sanidad, según The Finacial Times. El temor a un colapso en la economía es, por el momento, mayor al miedo al coronavirus en una región que puede presumir de tener una de las menores tasas de mortalidad del mundo, por debajo del 1%, ante esta enfermedad respiratoria que está asolando al planeta. Un estudio de este martes del Ministerio de Finanzas sueco estima una caída del PIB de cuatro puntos porcentuales para este año y un aumento de la tasa de paro del 7,2% al 9,2%. Aunque Löfven llama insistentemente a la “responsabilidad de cada individuo”, en cada rueda de prensa advierte de que en cualquier momento puede tomar más medidas restrictivas a la libertad de movimiento. “Es muy probable que las malas noticias lleguen antes que las buenas”, subrayó este miércoles.

Pese a que la hasta ahora “(in)actividad” del Gobierno de Löfven, según Mariani, ha sido muy criticada —“¿Por qué [el virus en] Suecia se va a comportar de una manera diferente a los países de su entorno?”, se preguntaba el epidemiólogo Joacim Rocklov en The Finacial Times—, hay datos que señalan que la población sí ha tomado nota: los usuarios del metro, tranvía y trenes han bajado en un 50% en los últimos días y la mitad de los habitantes de Estocolmo, la capital, ya trabaja desde su casa, según datos de la agencia pública de transportes recogidos por la BBC. La paradoja es que mientras el mundo considera que Suecia toma relativamente pocas medidas contra el coronavirus, la confianza de los ciudadanos en el sistema sanitario sueco ha aumentado del 26% al 39%, según una encuesta de Novus.

Por el momento, Suecia, un país con 10 millones de habitantes, registra 6.078 infectados por la Covid-19 y 333 muertes, la mayoría en Estocolmo. Aún así, para el director de emergencias sanitarias (el homólogo de Fernando Simón), Anders Tegrell, “el futuro parece manejable”. Las cifras, sin embargo, distan de las de sus vecinos nórdicos: en Noruega han muerto 56 personas, 20 en Finlandia, y 139 en Dinamarca. Los tres, con menor número de fallecidos, han tomado medidas mucho más restrictivas que Suecia y en línea con el resto del continente.

Fondo noruego

Para E. L. de 39 años, analista de datos en una start-up en Oslo, el Gobierno conservador de Erna Solberg lo está haciendo “correctamente”, aunque quizás con unos días de retraso. Allí, con 56 fallecidos y 5.296 contagiados, no ha llegado el confinamiento total, si bien los colegios y las universidades permanecen cerrados y las fronteras están selladas. También se ha prohibido la venta de alcohol en bares y restaurantes con el fin de evitar promover “la movida” por las noches, explica este italiano afincado en Noruega desde hace más de 15 años. “En general la vida no ha cambiado mucho, se ve menos gente por la calle, pero más en los bosques” que rodean la ciudad, dice, aunque admite que la gente respeta las distancias de seguridad que han pedido las autoridades.

A Belén García Castropol, profesora de 34 años, y a su marido, lo que les sorprende es la ausencia de policía y controles en Noruega, pero sí que ven muchos carteles informativos por la calle. “En general no hay crispación. Mis alumnos no están demasiado preocupados. (...) La cosa no se ha desmadrado por ahora”, reconoce. Dice que se sentirá más segura cuando endurezcan las medidas porque le inquieta lo que está pasando en España, Italia y Estados Unidos. Incluso le impacta la manera de gestionar esta crisis de la vecina Suecia.

Personas mayores toman el aire en el patio de una residencia en Oslo (Noruega).
Personas mayores toman el aire en el patio de una residencia en Oslo (Noruega).Håkon Mosvold Larsen (AP)

El Ejecutivo noruego va anunciando paquetes económicos semanales en función del sector de la economía: restauración, ocio, servicios, transporte, innovación… Para los trabajadores como L., con dos hijos de seis y dos años, la ayuda económica del Gobierno es fundamental. Se ha acogido a un programa por el que, si uno se ve obligado a abandonar el trabajo para hacerse cargo de los hijos, el Estado asume el 100% del sueldo durante 20 días. “Trabajar bien desde casa con niños es absolutamente imposible. Sin esta ayuda tendríamos que haber trabajado mi pareja y yo y al final se resiente la calidad de lo que uno hace”, recalca.

Pero sin duda, la medida más trascendental que está considerando el Ejecutivo noruego para afrontar el agujero que la Covid-19 puede dejar en la economía está en fase de estudio: echar mano del fondo de pensiones estatal (el mayor fondo soberano del mundo cuyas ganancias provienen directamente de las ganancias del petróleo). Jamás ha sido tocado por encima del 3%, pero esta pandemia ha merecido un estudio por parte de las autoridades.

Reservas finlandesas

Al igual que Noruega o Dinamarca —este país tiene restricciones más parecidas a las del resto del continente—, Finlandia ha cerrado también sus fronteras y vive bajo estado de emergencia desde el 25 de marzo y hasta el 13 de abril; y la región de Uusimaa (en la que se encuentra Helsinki) permanecerá cerrada hasta el 19 de este mes. Copenhague también cree que podrá empezar a levantar las restricciones después de Semana Santa.

Los colegios y universidades finlandeses están cerrados. Las guarderías, sin embargo, permanecen abiertas con el fin de que el personal sanitario y policial pueda contar con algún lugar seguro donde dejar a sus pequeños. Como la población allí “obedece” y hay un alto nivel de confianza en las instituciones, explica Elena P., una española de 41 años que vive en Helsinki, la gente puede salir a pasear guardando las distancias y evitando aglomeraciones. “Hay responsabilidad individual. Y viendo lo que está sucediendo en España, aquí la gente se lo está tomando en serio”, sostiene al teléfono.

Además, el Gobierno ha tomado la decisión “histórica”, según Päivi Sillanaukee, director general del Ministerio de Asuntos Sociales y Sanidad finlandés, de hacer uso del material de emergencia —aparatos quirúrgicos, medicinas, mascarillas, batas, gasolina y hasta alimentos— que el país venía acumulando desde 1993 en lugares secretos cercanos a hospitales por si venían mal dadas. Finlandia y Suecia, al no formar parte de la OTAN —y mantener una relativa cercanía con Rusia, considerada por ellos una gran amenaza—, tienen unos extensísimos planes de respuesta y contingencia ante crisis de todo tipo. Helsinki, por ejemplo, cuenta con una amplia red de galerías subterráneas donde en caso de ataque extranjero cabrían todos los habitantes de la ciudad.

P. añade que Finlandia está mucho más preparada que España a la hora de poder hacer un confinamiento. Al igual que en otros países del norte de Europa, la baja densidad de población, la innovación tecnológica y el carácter nórdico —“no nos abrazamos”, ríe— contribuyen a que la gente se quede en casa de manera voluntaria. Además, el Ejecutivo de la socialdemócrata Sanna Marin, como en Noruega, ha puesto en marcha un sistema de desgravaciones fiscales en los gastos del material laboral y escolar que, debido a esta crisis, las familias tengan que afrontar. Preguntada sobre la actitud relajada del vecino escandinavo, P. recuerda que en ocasiones, habitualmente en cuestiones internacionales, Suecia suele salirse de la norma. “Su actitud preocupa, pero no sorprende”, sentencia.

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