Anda que no
Echo mucho en falta a Marlene, no solo por ser persona agradable sino por mi inutilidad para todo lo que no sea limpieza superficial
Terenci Moix aprendió a conducir ya de mayor, y se compró un cacharro con el que se transportaba a 40 kilómetros por hora. No llegó a matar a nadie: “Cuca, si a mi edad y con lo torpe que soy he aprendido a conducir, tú puedes hacerlo todo”, me solía decir.
Le evoco al terminar de montar el aspirador ligero que acabo de adquirir, harta de trajinar con el de bolsa que a la empleada de mi hogar le gusta para hacer su trabajo. La echo mucho en falta (ánimo, Marlene, volveremos), no solo por ser persona agradable sino por mi inutilidad para todo lo que no sea limpieza superficial. A lo largo de mi vida he tenido a estupendas mujeres que han limpiado por mí, y a quienes creo haber mostrado la gratitud y el aprecio debidos (menos a una que resultó devota de la virgen de El Escorial, pero ésta es otra historia).
Al principio, el aspirador yacía sobre mi cama, cada pieza por su lado, tipo blade runner después de una buena hostia. Tras percatarme de que llevaba cinco minutos leyendo el folleto en griego, pedazo de dispersión (porque todo tiembla aunque todo parece inmóvil), pasé al castellano. Me tranquilizó encontrar en el primer párrafo un resumen de mi biografía tecnológica: “Este aparato puede ser utilizado por niños de 8 años en adelante y personas cuyas capacidades físicas, sensoriales o mentales estén disminuidas”.
Si yo pude, vosotros podéis. Me sobra una pieza, pero está el mundo como para que me importe.
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