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Vieja, amortizada y en casa
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Rostros y voces

Me ha escrito R., compañera de evoluciones en la piscina del gimnasio municipal madrileño al que solía acudir en tiempos mejores

Luis Grañena
Luis Grañena

Me ha escrito R., compañera de evoluciones en la piscina del gimnasio municipal madrileño al que solía acudir en tiempos mejores, para mantener la espalda a punto. Una vaharada de vapor humano (literalmente) me ha devuelto a la sencillez de aquellos días en que lo importante era ducharse bien antes de introducirse, no resbalar en el camino hacia la escalerilla y escuchar las instrucciones de la magnífica monitora. Mayores, preferentemente mujeres, un par de varones como mucho, pugnando contra nuestros cuerpos a lo largo de una calle, canal o como se llame. Ahora me parece el universo.

R., como la mayoría de nuestro grupo, y el de las que se iban cuando yo entraba al vestuario, y el de las que llegaban cuando nosotras marchábamos, es una de esas mujeres-cimiento que aguantan lo que les echen. Sin entrar en detalles, para no delatarla: una mujer abierta, fuerte, que soporta lo propio y lo ajeno. Y que siempre duda de sí misma. Con la sensibilidad que tiene. O por eso.

Esas conversaciones en el agua, que también son terapéuticas. Cloro, toallas, bastones. Gritos de monitores, árboles al otro lado de la cristalera, susurros sobre la lucha de lo público contra la avaricia de lo privado, corrillos de trabajadores.

Y frases sueltas en el vestuario: “¿Cómo va tu marido?”, “Pues ya ves, menos mal que, con la resonancia, se lo han visto”, ”Yo de noche me quedo así, con los ojos abiertos, no puedo dormir”, “Pues yo, si no despertara, no me importaría”.

Grupo de riesgo.

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