Qué difícil es no hacer nada
En casa de un conocido fue muy celebrada su decisión de empezar a vestirse como si fuera a salir de casa. Llevaba desde el día 15 en chándal
Contaba Javier Krahe que por la mañana se levantaba, desayunaba y se quedaba una hora fumando y mirando a la pared. No busquen, no sale en los libros de autoayuda. Cuando lo decía era algo provocador, todos corríamos de aquí para allá. Pero también en este momento, paradójicamente, hay que tener entereza para no hacer nada y mantener la calma. Ves a gente hiperactiva en vídeos, o demostrando que es superfeliz. Ya iremos cayendo todos.
Ahora nuestro instinto, además de intentar borrar lo negativo, empieza a carburar para evaluar ventajas. No hablo de la capa de ozono, que en grandes ciudades ya habrá recuperado un cutis de melocotón, sino de algo más infantil: todo ha quedado suspendido, no admite discusión, es incontestable, la madre de todas las excusas. De golpe nos hemos liberado de mil compromisos y ataduras de la vida diaria. Ya está siendo muy útil, y lo será aún varios meses cuando termine, poder decir: “Perdona, no he hecho tal cosa, es que con esto del coronavirus…”. “Claro, claro”, responderán. Es como un aprobado general, una amnistía, un gran borrón y cuenta nueva. Hasta ahora lo más parecido era el verano, que llega agosto y olvídate, se para todo. Pero hasta en vacaciones no parábamos. Ahora te preguntan: ¿y qué tal lo demás? Y es que no hay demás, no hay nada más.
Ahora bien, estamos en la segunda semana de confinamiento, tres para quienes empezaron al suspenderse las clases. Y algunos amigos italianos están en la quinta y se suben por las paredes. Todos somos el máximo especialista mundial en nuestros seres queridos y vemos que saltan las alarmas. Ha llegado, en fin, el momento de tomar algunas decisiones. Lo mejor de no hacer nada comienza a ser un problema. En casa de un conocido fue muy celebrada su decisión de empezar a vestirse como si fuera a salir de casa. Llevaba desde el día 15 en chándal. Encima de los que ya no se llevan, como todos los que tenemos. Uno del Real Madrid de la séptima, otro apretado, de colores verdes, cosas así. Ayer se puso una camisa limpia y su mujer pensó que se había acabado la cerveza y bajaba, pero no, era así, sin más. Fue como cuando eran novios. Otra amiga, en cambio, está alarmada porque en el supermercado es imposible encontrar tinte, solo uno negro tipo Lola Flores. Dice que nadie ha hecho un reportaje de eso por la invisibilidad de género, que hay temas que no se ven, pero las canas sí.
Estar a la altura es el desafío de todos y cada uno de nosotros. Tiene consecuencias, y las tendrá, que no se crean políticos y autoridades que no recordaremos las tonterías que hicieron. Aunque yo también dije muchas antes de darme cuenta de lo que pasaba. Las familias, por ejemplo, están descubriendo la realidad de los colegios de sus hijos. Hay gente encantada, porque en el suyo han montado una escuela virtual en plan NASA, pero otros comparan y ven que los suyos no. Pero lo mejor es, gran novedad sociológica, que con el ordenador ¡puedes cotillear las clases de tus hijos! Y ves cómo son sus profesores, el sueño de todo padre pesado. “Por favor, apagad el audio, se oyen comentarios de las madres”, dijo el otro día la maestra en casa de unos amigos. Y lo que se había oído muy bajito era: “Esta es imbécil”. Una madre flipaba con las memeces que les estaba soltando en videoconferencia. Si hubieran visto a algunos profesores que tuvimos nosotros... No habrían resistido un directo. Mejor dicho, les habrían fichado en un reality. No les pilló la época, que si no.
Imagino que esta repentina sobreexposición es causa de estrés para los docentes, sobre todo los malos. Y también para los padres, sobre todo los plastas. La combinación de ambos, profesores mediocres y padres mentecatos, puede ser un factor desestabilizador que el Gobierno debería considerar. En breve quedarán para pegarse. Pero todos saldremos ganando, es un win win.
Los niños, con su estatura, están a la altura. Para ellos lo mejor del mundo es estar con sus padres. Pero qué pasa con los adolescentes, cuando tu familia es un rollo. Me impresionó, antes del encierro, la frase de una amiga que ya no soportaba a su hija adolescente: “Me pregunto cada día: ¿dónde está mi niña y quién es esta gilipollas?” (decía que era un buen título para un libro). Preocupado ahora, le pregunté y resulta que estupendamente. La chica se ha ido a pasar la cuarentena con unos amigos a un chalé con piscina, que está muy bien porque si te descuidas esto llega al verano. Hay auténticos planazos en esta locura de crisis mundial.
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