La aguda inteligencia de un gran defensor del derecho
Debería glosar su calidad profesional, su inteligencia y su sabiduría, pero solo me apetece recordar su amistad para decir que lo echo de menos ya, cuando acaba de irse

Me cuesta mucho despedirme de Matías. Lo hago por María y porque, tal vez, él también lo habría querido.
Hemos seguido con intensidad estas semanas desde el 7 de julio, cuando lo intervinieron. Tratando de no molestar pero angustiados por la espera, por las noticias que requeríamos a María con el apuro de no querer molestarla. Esperando siempre encontrar una oportunidad para ir a verlo y charlar un rato con él.
En esta mañana de sábado, llamamos para saber cómo había pasado la noche y si, por fin, iban a despertarlo. Estaba tranquilo y sedado, nos dijo María. Los médicos pasarían enseguida para evaluar su situación. Estábamos en carretera y sonó el teléfono. María nos comunicaba que era cuestión de horas. Fue como un mazazo. Dimos la vuelta para estar con ellos en el hospital. Hasta que se fue, poco después de la una y media.
No soy yo quien puede hablar de Matías con conocimiento de causa. Muchos han compartido su larga trayectoria como jurista, como profesor, como abogado. Sesenta de sus ochenta años de “autonomía personal significativa”. Así que, aunque lo he conocido desde hace cuatro décadas, nuestra amistad es posterior a mi salida del Gobierno, allá por la segunda mitad de los años noventa del pasado siglo.
En gran parte arranca por la vinculación de Matías con Jesús Polanco y con PRISA. Después se sigue tejiendo de manera fluida, llena de confianza, en una comunicación que siempre he disfrutado y que estoy echando de menos ya. Su inteligencia aguda, su ironía que llegaba con facilidad y sin ofensa al sarcasmo, era un lujo.
Matías se preocupaba de todo lo que estaba pasando, particularmente del deterioro del derecho, de los retrocesos que suponían la falta de respeto a la presunción de inocencia, de las pérdidas de garantías y de rigor en el funcionamiento del ordenamiento jurídico. Y estaba dispuesto a promover una asociación en defensa del derecho. Hay que reconocer que si se proponía algo, empujaba hasta alcanzarlo. En eso estábamos un grupo de personas cuando la muerte, por sorpresa, lo alcanzó a él.
Tenía a gala no estar vinculado a ningún grupo organizado, ni político ni de otro orden, aunque me sorprendió siempre cómo sentía su pertenencia al Real Colegio de España en Bolonia. Su paso juvenil por esa gran institución lo marcó para siempre. Seguramente más que su experiencia como catedrático universitario o como destacado abogado en los temas más complejos.
Matías ocultaba su generosa amistad detrás de su estilo irónico, su ternura tras la coraza de la broma sarcástica. No quería que los amigos supieran que ingresaba en la clínica para una intervención quirúrgica delicada. María tenía instrucciones precisas para administrar esa información.
Pero ha estado atendido al minuto por su esposa y rodeado por sus hijos. Lleno de atención y de cariño.
Debería glosar su calidad profesional, su inteligencia y su sabiduría, pero solo me apetece recordar su amistad para decir que lo echo de menos ya, cuando acaba de irse, y soy consciente de que no habrá otro café esperándonos para comentar lo que pasa con la situación política, para impulsar la asociación en defensa del derecho, para intentar con otros amigos buscar nuevos talentos para la tarea.
Desde mayo he pasado tres meses de pérdidas irreparables, cada una dejando su propio y especial hueco. Esos que te dan la impresión de que te vas quedando vacío o solo. Seremos muchos los que te recordaremos largamente y no pocos por la amistad que se va.
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