Cómo se perdió en la locura la madre acusada de matar a sus dos hijos en Godella
María Gombau no fue diagnosticada hasta su detención pese a haber sufrido otro brote psicótico después de haber tenido al primer hijo en 2016
María Gombau Mensua, la joven acusada de matar a golpes a sus dos hijos pequeños en Godella (Valencia), según todos los indicios durante un brote psicótico, lleva desde el martes, cuando tuvo una crisis, aislada en una celda de observación del módulo de Enfermería de la cárcel de Picassent. A Gombau se le ha aplicado el protocolo de prevención de suicidios y la habitación en la que está recluida tiene una pared de vidrio para ser vigilada. Según fuentes penitenciarias, la joven está medicada y habla de sus hijos en presente.
Mucho antes de perderse en la niebla de la locura, Gombau, nacida en 1991, asistió a una cooperativa escolar de tendencia progresista y fue después a un colegio y un instituto públicos. Una maestra la recuerda como “una niña normal, que no daba problemas y tenía amigas”. En Bachillerato sacó dieces en varios exámenes de Matemáticas y Física y, por la extracción social de sus padres, miembros de familias relativamente acomodadas de Rocafort y Burjassot, dos localidades cercanas a Valencia, parecía predestinada a estudiar una carrera. Pero no lo hizo. Poco después de cumplir los 18, antes de acabar el instituto, decidió irse a recorrer Europa. Y no se fue de Interrail, sino a vivir alojada en una red continental de casas okupa.
Gombau regresó a España al cabo de un año y participó en el 15-M. En una marcha de indignados en Valencia conoció a Gabriel Carvajal, el belga con el que tuvo a su hijo Amiel y a su hija Ixchel, y que también está en prisión por su presunta participación en el asesinato de ambos, que tenían tres años y cinco meses respectivamente en el momento de los hechos. Su estilo de vida alternativo, su militancia en el movimiento que agitó la política española en 2011 y su detención en una protesta han hecho que se dé por sentado que Gombau está muy ideologizada. Pero una persona cercana a la joven asegura que no es así; es más bien feminista, se siente más bien de izquierdas, pero nunca ha tenido un discurso político articulado.
Su interés se dirigió más, prosigue la fuente, hacia documentales y programas Cuarto Milenio, una afición que empezó a cultivar en la adolescencia, cuando pasó horas viendo vídeos sobre la materia, sin que esto influyera en su comportamiento. Hasta febrero, cuando existe un amplio consenso en que Gombau empezó a despegarse de la realidad, nueve personas que la conocen describen a Gombau como una chica encantadora, empática, entregada a sus hijos y, según una persona próxima, “tan dulce como frágil”. Una amiga señala que tanto ella como su pareja consumían con frecuencia marihuana, pero que nunca los vio ir "más allá de los porros".
Gabriel Carvajal, que tiene 28 años, potenció la inclinación de Gombau por el ocultismo a nuevas cotas. En el terreno místico, coinciden varias fuentes, el joven ejercía de director y su novia de acólita. Viajaron juntos a México, de donde procede la familia paterna de Carvajal, y vivieron unos meses con una tribu indígena. Volvieron a Valencia practicando “regresiones”, una especie de viaje psicológico a encarnaciones pasadas que consistía, asegura una amiga, en sesiones de relajación nada inquietantes.
Ese supuesto pasadizo entre la vida y la muerte reapareció, en cambio, el 14 de marzo, el día que fue detenida, como un delirio por el que la joven creía que Amiel e Ixchel iban a reencarnarse en su cuerpo. Gombau presentaba esa tarde un claro brote psicótico, asegura una fuente psiquiátrica que participó en su tratamiento. En el centro de ese cuadro mental se situaba la existencia de una secta de pederastas que dominaba el mundo y pretendía, según Gombau, secuestrar a sus hijos y encerrarlos a ella y a su novio en una institución psiquiátrica.
Gombau, como muchos adolescentes, había ido en su día al psicólogo. También había visitado esporádicamente a un psiquiatra. Pero hasta el día de su arresto no le habían diagnosticado ningún trastorno mental. Su entorno asegura, sin embargo, que en 2016 la joven sufrió un primer brote psicótico. Sucedió cuando su primer hijo tenía aproximadamente cuatro meses, la misma edad que tenía su hija en febrero de este año cuando se le manifestó el segundo. Gombau se negó entonces a recibir tratamiento psiquiátrico y lo superó sola. Carvajal sí había sido diagnosticado de trastorno límite de la personalidad, asegura el entorno de la pareja, que se traducía en dificultad para relacionarse con la gente y agresividad.
Las señales de inestabilidad que Gombau empezó a manifestar en febrero incluyeron un episodio alarmante tres semanas antes del crimen. La joven, que se había quedado a dormir en casa de su madre, salió de madrugada con el bebé y una manta decidida a pasar la noche al raso. En la calle hacía cuatro grados. La familia avisó a la Guardia Civil, que alertó a las policías locales de varios municipios de la zona, y salió a buscarla por sus propios medios. El hermano pequeño de Gombau las encontró tras recorrer en ciclomotor durante casi dos horas los caminos y sendas de los campos de huerta que rodean Rocafort. La mujer aceptó ir al psiquiatra, que, sin embargo, no le diagnosticó un trastorno mental. Al interrogarla por su comportamiento, Gombau contestaba con una pregunta: ¿Es que no puede salir una a pasear?
Sus amigas lamentan ahora no haber actuado de otra forma entonces, cuando la paranoia de la pareja sobre la supuesta secta que perseguía a sus hijos alcanzó “un extremo que no era normal”. “La madre lo dijo por activa y por pasiva. Pero qué íbamos a hacer, ¿denunciarlos? Nunca pensamos que iban a llegar a ese punto”, dice una de ellas. También el Consejo General del Trabajo Social y el Colegio Oficial de Trabajo Social de Valencia han admitido que el desenlace revela un “fallo como colectivo”.
El lunes 11 de marzo, tres días antes de la muerte de los niños, la madre de Gombau inició una serie frenética de acciones para conseguir que las autoridades intervinieran, tras recibir un mensaje de WhatsApp de su hija en el que decía: “Voy a reunirme con el Creador”. La madre lo interpretó como una nota de suicidio y acudió con otro familiar y agentes de la policía local a la casa okupada donde vivían Gombau, Carvajal y los niños. El joven salió de la vivienda y les dijo que sin orden judicial no entraban. Pasados unos minutos, Gombau salió para decir que estaba bien.
Su madre recurrió en los dos días siguientes a la Guardia Civil, los servicios sociales municipales, la fiscalía de menores y el juzgado de guardia. La familia cree, según una fuente próxima a la misma, que esas instituciones respondieron adecuadamente. La madre de Gombau solicitó por escrito la protección de sus nietos y que estos quedaran temporalmente a su cargo y, a la vista del mensaje de “presuicidio” y la narración de los antecedentes, el juez de guardia le transmitió el miércoles que entre esa misma tarde y el jueves se activaría un dispositivo con tal fin que, sin embargo, no llegó a tiempo.
Factores de presión sobre una persona “hipersensible”
El estado mental de María Gombau y de Gabriel Carvajal en el momento en que mataron presuntamente a sus hijos será declarado en el eventual juicio al que sean sometidos, si bien las exploraciones a las que ha sido sometida hasta ahora la primera, considerada inicialmente por los investigadores como la autora material del crimen, indican que sufre un brote psicótico. La duración del mismo, explican fuentes psiquiátricas que han participado en su tratamiento, determinará si se trata de un caso de esquizofrenia. El primer cuadro psicótico lo tuvo en 2016 tras su primer parto. Y este nuevo, después del segundo. El entorno de Gombau cree que otros dos factores pudieron afectar a la estabilidad mental de la mujer, a la que describen como “extremadamente sensible” desde niña.
El primero es el fallecimiento, hace unos meses, de su padre, que se divorció de su madre cuando Gombau era pequeña. El segundo es la denuncia presentada por las dueñas del terreno donde la joven y su novio levantaron su casa, en el término municipal de Godella, pero casi sobre la línea que lo separa de Rocafort. Sobre las ruinas de un viejo inmueble conocido como “la lechera”, donde una amiga de Gombau dice que iban a jugar de niñas, la pareja construyó una casa que tiene poco que ver con la imagen de miseria que inicialmente trasladaron los medios, limitados por el perímetro de seguridad establecido por la Guardia Civil para asegurar la escena de los homicidios. Gombau y Carvajal pusieron suelo de parqué y ventanas climalit, arreglaron la cubierta, decoraron las paredes con piedras de colores, instalaron una nevera y otros aparatos eléctricos alimentados con placas solares y una batería, y llenaron el jardín de juguetes.
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