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Médicos sin Fronteras: “Lo más preocupante es que hay cadenas ocultas de transmisión del ébola”

La enfermera Miriam Alía, que está en el epicentro de la epidemia en República Democrática del Congo, no ve riesgo de contagio en otros países

José Naranjo
La enfermera española de Médicos sin Fronteras Miriam Alía, durante la actual epidemia en República Democrática del Congo.
La enfermera española de Médicos sin Fronteras Miriam Alía, durante la actual epidemia en República Democrática del Congo.

La epidemia de ébola que sufre la República Democrática del Congo (RDC) y que se declaró el pasado 1 de agosto ha llegado ya a la ciudad de Butembo, de casi un millón de habitantes y auténtico nudo comercial con la vecina Uganda, lo que preocupa y mucho a las autoridades sanitarias. La enfermera española Miriam Alía, experta en ébola de Médicos sin Fronteras (MSF), se encuentra en el epicentro de este nuevo brote que ha acabado por el momento con la vida de 91 personas. Asegura que lo peor es el rechazo de la población a acudir al médico, que escondan a los enfermos. El pasado jueves falleció un trabajador sanitario que se negó a vacunarse.

Pregunta. Lleva dos semanas en la zona, ¿cuál es la evolución de esta epidemia?

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Respuesta. Por lo que sabemos el brote comenzó mucho antes de que se declarara y ahora estamos en la quinta oleada. Sin embargo, la cuarta fue muy pequeña, lo que nos hace temer que haya enfermos que no han acudido al sistema sanitario. Los dos casos que se han producido en la ciudad de Butembo fueron diagnosticados post mortem, es decir, que durante todo el periodo de sintomatología pudieron contagiar a otras personas. Y eso en una ciudad como ésta supone miles de personas en riesgo.

P. ¿Ese es el principal problema, que haya llegado a Butembo?

R. Eso es malo, porque estamos hablando de una ciudad con mucho movimiento comercial, con cuatro hospitales y 74 estructuras de salud en las que hay que organizar los triajes. Tampoco es bueno que haya focos en zonas a las que no se puede acceder por la inseguridad, pero lo más grave es que el rechazo de la población a acudir al médico provoca que haya cadenas de transmisión ocultas. Eso es muy preocupante.

P. Ese miedo se repite en todas las epidemias, surgen especulaciones sobre tráfico de sangre o de órganos y sobre lo que ocurre realmente en los centros de tratamiento, ¿está fallando la información a la población?

R. Es un clásico en todo brote y no es una cuestión cultural como dice la gente, recuerdo que cuando hubo un caso en Nueva York se produjo un pánico tremendo por no hablar de todo aquello del perro y la peluquería en Madrid en 2014. Todas las epidemias en RDC se han producido en lugares diferentes, para ellos es algo nuevo, desconocido. Uno de los problemas es que aquí la gente está muy traumatizada por la violencia, a lo que se suma una enfermedad tan misteriosa como esta sobre la que circulan rumores de todo tipo. Se han creado grupos especiales de comunicación para tratar con los jefes locales, sensibilizar a la gente, y nosotros trabajamos con antropólogos.

P. ¿La respuesta nacional e internacional está siendo la adecuada?

R. Hay muchas instituciones trabajando codo con codo, donantes y personas en el terreno. Aún quedaba mucho personal del brote de la región de Ecuador, declarado el pasado mes de mayo. Sí, creo que la respuesta ha sido adecuada, el problema es que el sistema de vigilancia no es el más eficaz. El personal sanitario en Kivu del Norte llevaba dos semanas en huelga y en algunas zonas ni siquiera hay estructuras de salud debido a la inseguridad. Todo ello hizo que se tardara en identificar y tratar los primeros casos, que fueron muchos antes de la declaración de la epidemia.

P. Durante el brote anterior en Ecuador se puso en valor la eficacia de la vacunación, ahora no sólo se está vacunando sino que se están aplicando tratamientos experimentales, ¿qué impacto pueden tener estos dos nuevos recursos sobre la epidemia?

"Parece que la deforestación está incrementando el riesgo de contacto entre seres humanos y los reservorios animales"

R. La vacunación empezó pronto, pero su impacto dependerá de la vigilancia epidemiológica. La vacuna es eficaz si llegamos a todos los contactos y personal sanitario de primera línea. Con estos no hay problema, prácticamente todos se quieren vacunar, pero con los contactos estamos teniendo dificultades. Muchos no quieren y esto es voluntario. Luego están los contactos de contactos, una lista aún más grande y más difícil. Hay ocho equipos vacunando a unas 400 personas al día, es mucho, pero su impacto dependerá del porcentaje de contactos al que realmente lleguen. Respecto a los tratamientos es pronto para evaluarlo, se están usando cinco diferentes y la muestra no es muy amplia.

P. Dos brotes en pocos meses, tres en dos años y además la gran epidemia de África occidental de 2014-2016. ¿Estamos asistiendo a un incremento de la incidencia de esta enfermedad?

R. No lo creo. Antes había brotes que ni nos enterábamos, se producían en lugares aislados y ahí se quedaban, morían tres o cuatro personas y desaparecían. Pero ahora la gente se mueve más y acude a los centros de salud, por lo que nos enteramos de cada brote. Por otro lado, parece que la deforestación está incrementando el riesgo de contacto entre seres humanos y los reservorios animales. Todo esto se está investigando.

P. Esta es su octava epidemia de ébola y ha visto cómo funcionan, ¿cree que hay riesgo de que se extienda a otros países como ocurrió en 2014?

R. El riesgo de transmisión dentro del Congo es alto, ahora mismo estamos en alerta en todas las ciudades próximas porque aquí la gente se mueve muchísimo de un lugar a otro. Uganda, el país más cercano, no nos preocupa demasiado. Son muy autónomos en la gestión de esta enfermedad y tienen un sistema de vigilancia realmente bueno. A nivel internacional no veo gran riesgo.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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