LA CRISIS DEL ÉBOLA

"No sé lo que falló, ni siquiera sé si falló algo"

La auxiliar de enfermería Teresa Romero, se convirtió en el primer contagio de ébola fuera de África tras atender a uno de los religiosos repatriados por el Gobierno español

Teresa Romero, auxiliar de enfermería del hospital Carlos III de Madrid, se presentaba ante una sala repleta de periodistas y compañeros sanitarios el 5 de noviembre. Acababan de darle el alta. Emocionada, con voz temblorosa y más delgada que en las fotos que su marido divulgó por internet para intentar salvar al perro de la pareja, Romero abandonaba del hospital después de 25 días. Había pasado de ser una trabajadora interina más de la recortada sanidad madrileña a convertirse en foco de la atención mediática de medio mundo. El suyo fue el primer caso de contagio del ébola fuera del África Occidental. Y ya estaba curada. Pero no sabía cómo se contagió. Ni lo sabía ella entonces, ni lo saben aún las autoridades sanitarias.

La crisis del ébola, que ha marcado la actualidad sanitaria de este año, no está cerrada. No puede estarlo, puesto que aún no se conocen las conclusiones de la investigación que la Comunidad de Madrid –de la que depende el Carlos III- y el Ministerio de Sanidad emprendieron tras el contagio. ¿Estaba preparado el hospital? ¿Estaban los profesionales correctamente formados para hacer frente a un virus sin cura que mata al 70% de los que se infectan? Son preguntas aún sin respuesta que acabarán dirimiéndose en los juzgados. Varios médicos a título individual, un sindicato y la propia Romero han presentado denuncias. Sí ha habido cierto cierre político a la crisis. Ni el titular de Sanidad en Madrid, Javier Rodríguez, ni la del ministerio, Ana Mato, están ya en sus puestos. La directora general de Salud Pública, Mercedes Vinuesa, que sustituyó a Mato varias veces para dar explicaciones sobre el caso, dimitió poco después, sin hacer demasiado ruido. La actuación de las autoridades sanitarias durante la crisis fue ampliamente criticada. Se cometieron errores y no se informó lo suficiente. Aún hoy el ministerio y el Gobierno regional siguen negándose a facilitar informes de lo sucedido aquellos días, cuando España se convirtió en el epicentro de la atención informativa mundial sobre el ébola.

Quizá porque era la primera vez en Occidente, los protocolos se revelaron insuficientes, o directamente erróneos

Para cuando el ébola llegó a España con el primer misionero repatriado –el primer paciente con el virus en Europa--, el médico Miguel Pajares, tres países del África Occidental ya sumaban más de 1.500 muertos a causa de la epidemia. El sacerdote llegó de Liberia un 7 de agosto; murió cinco días después. Al mes siguiente, otro misionero español, Manuel García Viejo, esta vez procedente de Sierra Leona, volaba a Madrid en un avión del Ejército el 22 de septiembre. Fallecía cuatro días más tarde. Fue atendiéndole, quizá el último día, cuando tras su muerte hubo que retirar objetos contaminados de la habitación, cuando Romero se contagió.

La noticia fue imprevista, como todas las noticias, pero esta llegó acompañada de un preocupante desconcierto de las autoridades sanitarias. Nadie previó que algo así pudiera suceder. Quizá porque era la primera vez en Occidente. Los protocolos se revelaron insuficientes, o directamente erróneos. El requisito de la fiebre alta, superior a los 38,6 grados que Romero nunca superó, provocó que la auxiliar no fuera aislada durante varios días pese a tener síntomas de ébola. Cuando por fin la trasladaron en ambulancia al hospital de Alcorcón, donde reside, el vehículo siguió transportando enfermos durante el resto del turno.

Cundió el pánico. Entre algunos sanitarios, que renunciaron a sus puestos para no trabajar en la planta del ébola (la sexta del Carlos III), y entre muchos vecinos de la pareja, que no lograban entender por qué se enteraban por la prensa de un contagio de ébola en la puerta de al lado. Sanidad llegó a tener vigiladas a más de 100 personas por posible contacto con la auxiliar. 15 de ellos pasaron la cuarentena de 21 días ingresados en el Carlos III.

Fueron días de angustia para el equipo médico, y para los otros compañeros de Romero. Ya habían perdido a dos pacientes. Ella tenía que salvarse. El plasma sanguíneo de la religiosa Paciencia Melgar, colega de Pajares en Liberia y que no fue repatriada por no tener nacionalidad española, acabó usándose con la auxiliar. También se intentaron otras terapias experimentales. Y se salvó. Finalmente, 42 días después, la Organización Mundial de Salud declaraba a España oficialmente libre del virus del ébola. Pero la epidemia sigue. En África ya se ha cobrado 6.000 vidas.