La flor violeta que lo arrasa todo
El jacinto de agua es, hoy, la planta que más amenaza la biodiversidad acuática en la península
Quizás la tenga en casa. En el jardín, en una fuente, o en la pecera. Su flor, de un violeta pálido, y los bulbos que la ribetean de un verde intenso, la hacen muy atractiva como planta decorativa. Se llama Eichhornia crassipes, aunque es conocida como jacinto de agua o camalote. Y es la especie acuática invasora con mayor peligro para la biodiversidad de la península. "Es una bestia parda para el ecosistema a día de hoy", según el profesor de botánica de la Universidad de Sevilla, Pablo García Murillo, “en España hacen más daño que en otros lugares, puesto que hay más especies que pueden ser amenazadas”.
El jacinto de agua se ha extendido como una plaga y hoy está presente en más de 70 países. Cambió todo el ecosistema del africano lago Victoria a finales de la década de los 90. En España se detectó en el Guadiana en 2003 y la invasión llegó a ocupar 80 kilómetros del rio; desde entonces, la verde capa de camalote vuelve una y otra vez. Los costes de la limpieza de las más de 300.000 toneladas recogidas superan ya los 20 millones de euros. Desde hace dos años se ceba en el río Buriganga, en Bangladesh (India). Y su reinado es cada vez más vasto.
“Tiene un impacto ecológico tremendo: elimina la vegetación sumergida, modifica el hábitat, disminuye el oxígeno, baja las temperaturas, cambia la fauna. Y estos son solo algunas de las consecuencias que tiene”, argumenta el profesor García Murillo, uno de los conferenciantes de los cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
Sin contar con la huella económica que arrastra. Bloquea canales, obstruye tuberías, causa problemas en las plantas hidroeléctricas y en los cauces de los ríos. “Es un problema monetario importante, nos hace perder mucho dinero, tanto directa como indirectamente, por las labores de limpieza que acarrea. Algo que no ocurriría si se tomaran las medidas adecuadas para su prevención”, incide el botánico.
La planta, considerada como una de las 100 especies invasoras más peligrosas, tiene un crecimiento espectacular: en 50 días puede crear 3.000 nuevos individuos y cubrir 600 metros cuadrados. “Se adapta a todo, en dos semanas puede duplicar el tamaño de la población y tolera un amplio rango de condiciones en cuanto a temperaturas, ph, salinidad, sustancias tóxicas…”, explica García Murillo entre la fascinación y el fastidio, “es tremendamente difícil erradicarla”.
Herbicidas, métodos biológicos (como la liberación de gorgojos y polillas para que se las coman) y mecáncos: cosechadoras, barreras, y equipos de limpieza. Para el botánico lo mejor es combinar los tres métodos. “Aunque también sería muy efectivo si las leyes ayudaran”.
Le Ley Orgánica 16/2007, de 13 de diciembre, complementaria de la Ley para el desarrollo sostenible del medio rural, fue la primera que definió lo que es una especie exótica, pero no era suficiente. En 2011, un real decreto regula el listado de especies exóticas invasoras y se crea un catálogo, que se paraliza porque distintas entidades relacionadas con la agricultura, la caza o la pesca la recurren; hasta 2013, cuando por fin el real decreto puede aplicarse. “El de 2011 era más drástico. El nuevo es más laxo, más permisivo. Y eso es un error en este ámbito. El dispendio de cientos de millones de euros por consecuencia de especies invasoras es una de las razones por las que la ley debería mejorarse”.
El jacinto de agua no es el único polizón en nuestro ecosistema. El cálido nenúfar mexicano o el helecho acuático son otras dos plantas que traen de cabeza a administraciones y organismos medioambientales en distintos puntos de España: “Las zonas más vulnerables son siempre donde el medio está más deteriorado. Las desembocaduras del Ebro y del Guadalquivir, por ejemplo. O las zonas de regadío de Levante”, puntualiza García Murillo.
¿La responsabilidad? La acción del hombre. Para el profesor, degradar los hábitats es “incentivar la invasión de las especies exóticas”. Sin concienciación, civil y pública, nuestros humedales podrían convertirse en alfombras kilométricas de helechos y jacintos de agua. Nada más.
La historia de la expansión
La Eichhornia crassipes es una planta flotante de unos 50 centímetros, con verdaderas raíces, hojas redondeadas de unos 4 centímetros y pecíolos inflados muy desarrollados que sirven como flotadores. Sus hojas están dispuestas en roseta en un único nudo, como un ramillete. Y las flores (zigomorfas) suelen ser muy vistosas.
Es originaria de Sudamérica. Y su historia es el paradigma de las plantas acuáticas invasoras. En 1884, en la Cotton Centennial Exposition en Nueva Orleans (Estados Unidos), los miembros de la delegación japonesa distribuyeron como recuerdo de su stand, jacintos de agua importados desde Venezuela, aunque ellos dijeron que habían sido traídas desde Japón. A causa de la belleza de sus flores y lo exótico de su porte, fueron muy apreciadas y se cultivaron como planta ornamental en jardines y granjas.
En menos de una década, su expansión ya llegaba hasta Virginia o California (a más de 3.000 kilómetros). En Estados Unidos llevan más de un siglo intentando controlarla. Nunca lo han conseguido. Hoy, el camalote está presente en más de 70 países.
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