Fuego amigo
Paradójicamente, prohibir las investigaciones arriesgadas es más arriesgado que seguir con ellas
Una vez aclarado lo obvio —que el riesgo cero no existe y que los humanos cometemos errores—, conviene analizar dos cuestiones relevantes sobre el incidente de bioseguridad de Atlanta.
La primera es que los errores no podrán erradicarse, pero sí deben minimizarse, y no parece que los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) lo hayan hecho en este caso. Un laboratorio de alta seguridad de Atlanta envió a otro del Ministerio de Agricultura una muestra de un virus de la gripe aviar inocuo (el H9N2, en la nomenclatura jeroglífica que se usa para estos agentes infecciosos) contaminada con otro (el H5N1) que ha matado a 386 asiáticos en los últimos diez años; peor aún, los técnicos que causaron la contaminación descubrieron el error el 23 de mayo, y tardaron un mes y medio en comunicárselo a la dirección de los CDC, que a su vez ha retrasado otros cinco días su presentación a la opinión pública; otro científico utilizó una cepa peligrosa de ántrax sin justificación, utilizó un método no autorizado para inactivarla y demostró su ignorancia de los estudios relevantes para esta clase de manipulaciones. Son sin duda errores humanos, pero de la clase que pueden minimizarse. Los CDC deberán hacerlo ahora.
La segunda cuestión es que adoptar precauciones radicales, como la prohibición preventiva de toda investigación arriesgada, sería una actitud irracional, y seguramente un error garrafal. Los científicos del CDC y sus laboratorios asociados dentro y fuera de Estados Unidos están manipulando el virus aviar H5N1, muy letal en los raros casos en que infecta a personas, para conferirle una alta transmisibilidad en los mamíferos como nosotros. La perspectiva parece horripilante, y de hecho ha causado en los últimos años un verdadero broncazo entre las autoridades reguladoras, los investigadores, la OMS y las grandes revistas científicas (Nature y Science). Pero los investigadores tienen poderosas razones para continuar con esos experimentos: la principal de ellas es que la naturaleza está haciendo esos mismos experimentos todo el rato, y en el siglo XX lo consiguió tres veces, empezando por la gripe española de 1918, que mató a más gente que la Gran Guerra que acabó ese mismo año. La única forma de anticiparse a la próxima pandemia es conocer cómo va a perpetrarla la naturaleza. Paradójicamente, prohibir las investigaciones arriesgadas es más arriesgado que seguir con ellas.
Tras años de preocupación por las posibilidades que la genética actual abre para el bioterrorismo, el mayor riesgo hasta la fecha sigue siendo el error humano. Fuego amigo.
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