“El periodismo te permite ser chafardero”
Fue follonero con Buenafuente y ahora es periodista estrella “¡Preguntas mucho!”, decía su madre
¿Por qué pregunta? Porque el periodismo te da una especie de impunidad para poder ser chafardero. Y me ha ayudado a aprender. No sabía demasiado.
¿Qué sabía? Muy poquito. Reconozco que hay muchos asuntos de los que he preguntado sin tener ni idea.
¿De qué sabe menos? Sé muy poco de economía. Pero a veces tengo la sensación de que también sé muy poco de la vida.
¿Ve luego cómo pregunta en sus programas? Y sufro: pienso que no he hecho bien la pregunta, o la réplica, porque no he escuchado como tendría que haber escuchado. La entrevista es un ser vivo que tú no controlas: el otro es mejor que tú y a veces tú no estás a la altura.
¿Le ha pasado? Con gente a la que admiro. Acostumbro a estar fatal; por no incomodar no repregunto. Eso es un defecto periodístico. Me pregunto: ¿qué está por delante, el querer o el periodismo?
¿Y qué se responde? Lo mejor es renunciar a entrevistar a los amigos.
Sentó a Felipe González y a Artur Mas. ¿Qué sintió? Cometí un error: decirles que no les iba a controlar el tiempo. ¡Y durante 45 minutos no olí la pelota! A nivel televisivo era fantástico, pero sentía que lo hacía fatal. Me decía: ¡cómo me está superando la situación!
Durante la entrevista con González y Mas me decía: ‘Cómo me está superando esta situación”
¿Y qué sintió como ciudadano catalán? Que no es tan difícil entendernos hablando. Me hubiera gustado que el presidente español hubiera estado en activo. Ese habría sido el debate soñado.
¿Tiene respuesta sobre lo que puede pasar en Cataluña? Que dejen votar, que lo entendiera el Gobierno español. La prohibición ha provocado sólo más adhesión al sentimiento independentista. Que hubiera otra vez la creencia de que pueda haber una península ibérica con muchas partes distintas, con relaciones iguales.
Sus preguntas más famosas (a Cotino, por el accidente mortal del metro de Valencia) quedaron sin respuesta. Querían tapar aquello. Era la losa para que aquello no resucitase. No lo lograron. Había que aguantar y preguntar, a pesar del silencio de aquel hombre caminando. Un silencio que te ayudaba a entender a las víctimas.
¿Su insistencia estaba premeditada? La provocó el silencio. Alrededor le gritaban: “¡Dele respuestas, queremos respuestas!”. Y no eran adversarios suyos.
Sus preguntas son también una manera de preguntar. ¿Lo ha aprendido? Mi madre decía: “¡Este niño pregunta demasiado!”. Cuando pregunto con cara rara me sale así, como cuando me quedo en silencio. Es cuando disfruto de la pregunta.
Pregunta, no asusta. No. Odio la agresividad. Lo haría mal. De hecho, hay entrevistas que se me agrían y no las emitimos. Todo puede ser más civilizado, más tranquilo. Con los tuits es como si te gritaran insultos por la calle.
¿Cuál es el límite de la agresividad? El sentido común.
¿Cómo se siente ante estas tertulias de moros y cristianos? Ojalá en el 36 hubiera habido tertulias; no habríamos tenido guerra civil. ¡La gente se habría gritado en la tele y se habría quedado más tranquila!
Ya sabe más. ¿Un diagnóstico de esta sociedad? Lo peor sería que nos olvidemos de lo que hemos hecho mal. Que no se pierda el espíritu crítico en la bonanza.
Está de vacaciones, pero aquí puede hacer dos preguntas sobre lo que pasa. ¿Hacía falta Pablo Iglesias para refundar la izquierda? ¿Empezamos a correr el riesgo de convertir al Príncipe en uno de esos jóvenes que tenían que haberse ido fuera para ejercer su oficio?
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