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Columna
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Porque la quería...

El caso de Horts evidencia el apoyo que los maltratadores reciben a veces de su entorno

Gabriela Cañas

Ha ocurrido en Sant Vicenç dels Horts (Barcelona). El pasado día 18 de febrero Manuel (nombre ficticio), de 27 años, recogió a Sandra (también nombre ficticio), de 21, en el instituto. Llevaba dos meses saliendo con ella. El chico la llevó a su casa e, inesperadamente, la secuestró. La encerró en su pequeño dormitorio y allí la retuvo amenazándola y violándola bajo la estricta vigilancia de los padres de Manuel. La madre incluso le alertaba si la chica pretendía huir.

 Tras una semana de tormento en la que los padres de Sandra la buscaron, a pesar de recibir mensajes de su móvil —enviados por Manuel— asegurando que había huido voluntariamente con el chico, un día Sandra venció el miedo, huyó y denunció los hechos. Los Mossos d’Esquadra encontraron a Manuel en casa, cobardemente escondido bajo una litera. Confesó su crimen. Secuestró a la chica, dijo, porque la quería. Ahora está en la cárcel y sus padres, en libertad con cargos.

Según la información policial, Manuel tenía cuatro antecedentes de violencia machista sobre tres parejas anteriores y sendas órdenes de alejamiento y detención, una de ellas con ingreso en prisión.

Manuel, en definitiva, es un peligroso maltratador. Es un enamoradizo que cree compatible el amor con la retención a la fuerza del ser amado y me pregunto qué concepto tiene de las mujeres y qué es lo que le asemeja al Monstruo de Amstetten o a ese Ariel Castro que mantuvo secuestradas durante 10 años a tres jóvenes estadounidenses. ¿Es de los que opinan que las chicas dicen no cuando en realidad quieren decir sí? ¿Cuántas veces ha oído comentarios despreciativos contra ellas? ¿Cuántas veces él y su entorno las ha calificado de furcias y calientapollas? ¿Cuántas veces ha presenciado peleas de sus padres? ¿Ha habido violencia entre ellos? Es de suponer que Manuel ha visto películas americanas de serie B, esas en las que las chicas, siempre ligeras de ropa, o se limitan a satisfacer los deseos sexuales de los arrogantes protagonistas o pasan los 90 minutos sufriendo, atacadas por matones. Quizá tuvo sus primeras experiencias sexuales pegado a la pantalla dejándose seducir por los grititos —tan parecidos a los jadeos de placer— de esas chicas golpeadas.

Michelle Martin, la esposa del pederasta y asesino belga Marc Dutroux, fue la mejor carcelera al servicio del monstruo y en el juicio se excusó diciendo que era una mujer maltratada y que apoyaba a su marido por puro temor. ¿Es el caso de la madre de Manuel? ¿Accedió a los caprichos de su hijo para no sentir en carne propia la violenta frustración de su retoño? ¿Y el padre de Manuel? ¿Qué papel ha jugado en toda esta cruel historia?

No hay explicaciones —ni sencillas ni complejas— para tan cruel agresividad. Es verdad que en violencia doméstica hay casos mucho peores. Pero de todas las preguntas posibles sobre este hay una que debería tener una pronta respuesta: si Manuel vivía con sus padres y se manejaba por su pueblo con su propio coche, ¿cómo es posible que la policía llevara dos años buscándole sin éxito?

Solo hay dos explicaciones: o los Mossos d’Esquadra no dan abasto o los crímenes de Manuel nunca fueron prioritarios para ellos.

gcanas@elpais.es

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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