“La democracia no basta para tener bienestar social”
El gurú político explica que a mayor igualdad de género, menos corrupción
Hay a quien las opiniones de Bo Rothstein le pueden parecer perogrulladas. Habrá también sin embargo quien las interprete como una llamada urgente a la revolución. Son probablemente ambas cosas. Porque Rothstein, una eminencia de la ciencia política al que se escucha con atención en todo el mundo, toma datos, analiza y llega a conclusiones cargadas de sentido común y desprovistas de carga política.
Rothstein se enjuaga la garganta en torno a la una de la tarde con un buen fino en un lujoso restaurante al pie de la Castellana madrileña y arranca. “Que un país sea democrático no guarda relación con el bienestar social de su población. La esperanza de vida, la mortalidad infantil, la alfabetización y hasta la felicidad no dependen de que un país sea más o menos democrático, sino de la calidad de su Gobierno”. La siguiente y obligada pregunta es entonces, de qué depende la calidad de un Gobierno. “Depende de los niveles de corrupción, de nepotismo, de abuso de poder, de igualdad entre hombres y mujeres, de respeto a las minorías, de verdadera igualdad de oportunidades desde la escuela…”. Y añade: “No hay que olvidar que en las democracias consolidadas, en torno al 30% de la población ni siquiera vota”.
Las 30 personas que trabajan en el Instituto para la calidad de los Gobiernos de Gotemburgo que dirige Rothstein llevan años viajando y entrevistando a cientos de miles de personas en 140 países con la idea de medir cómo de buenos o malos son los Gobiernos y qué incidencia tiene la calidad gubernamental en el bienestar de la gente. “Los datos empíricos muestran que hay dos fuentes fundamentales de insatisfacción en el mundo. La primera es la falta de salud. Y la segunda es lo que llamamos la falta de confianza social; es decir, la percepción de que les gobiernan políticos corruptos e ineficaces, que buscan su bienestar y no el de la población”.
Los datos que manejan en su instituto arrojan interesantes conclusiones. Entre ellas, que la diversidad cultural, es decir, una importante presencia de inmigrantes, no genera desconfianza social si la calidad del Gobierno es buena. O que los países con mayor igualdad de género registran menos corrupción. Y otra: que los países en los que el Estado está muy presente no son necesariamente más proclives a la corrupción que los privatizados.
No es la primera vez que visita España. En esta ocasión ha venido invitado por la Fundación Rafael del Pino para impartir una conferencia. Inevitable pues, preguntarle por lo de aquí, por los datos empíricos que maneja y que también evalúan a los gobiernos españoles. “En España son muy significativas las diferencias regionales, lo que indica que el problema no son las leyes ni el sistema, sino cómo se comportan los Gobiernos a nivel local”. La diplomática etiqueta que utiliza para España es la de “país problemático”, en parte, dice, porque “los partidos y políticos corruptos no tienen menos posibilidades de ser reelegidos”.
Y ¿qué puede hacer el ciudadano una vez que ha constatado que la calidad de su Gobierno es pésima? “Ah, esa es la pregunta del millón”, ríe Rothsein para enseguida adentrarse en un apasionante recorrido histórico por países como EE UU o los nórdicos y explayarse en cómo y cuándo se liberaron de la corrupción endémica.
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