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¿Periodismo, neutro o activista?

Las nuevas tecnologías cambian el paso. Los profesionales se debaten entre hacer información aséptica o aderezada con opinión

Rosario G. Gómez
La cámara del fotógrafo sirio Molhem Barakat, de
 17 años, abatido en Alepo el pasado viernes mientras trabajaba para Reuters.
La cámara del fotógrafo sirio Molhem Barakat, de 17 años, abatido en Alepo el pasado viernes mientras trabajaba para Reuters.AFP

Pocos minutos después de que el tren Alvia descarrilara cerca de Santiago de Compostela comenzaron a circular por todos los medios imágenes de la tragedia captadas por los vecinos de Anglois. La televisión estatal tardó en llegar al lugar del accidente una eternidad, para desesperación de los espectadores. Pero ese vacío lo cubrieron personas anónimas armadas con un dispositivo móvil. Las nuevas tecnologías han generado la idea de que cualquier ciudadano con un teléfono inteligente en la mano, puede ser periodista. ¿Cualquiera?

Nadie duda de las virtudes que entraña esta forma de acceder a la información. Es inmediata, rápida y capaz de burlar las censuras más férreas. Pero acarrea riesgos. No hay posibilidad de verificar las fuentes, la información no viene avalada y abre el camino a la insolvencia y a la intoxicación. Los mensajes que cuelgan en las redes sociales circulan a toda velocidad, aunque a menudo proceden de identidades equívocas o directamente engañosas. El periodismo ciudadano es como el coche de carreras “que va a toda velocidad, cruza la meta el primero, pero se estrella contra la barrera al final de la pista”, reflexionaba un periodista de la BBC.

La tecnología tiene ventajas, sí... pero hay lagunas que no es capaz de cubrir. Las informaciones que fluyen desde los teléfonos móviles no explican ni analizan ni contextualizan. Para eso están los medios profesionales. En el nuevo escenario mediático, ¿cuál es su papel? Los expertos han abierto un debate sobre si el periodismo debe ser aséptico, limitarse a contar los hechos sin adornos ni aderezos ideológicos, o si ha de aliñarlos con las propias ideas políticas. ¿Debe ser sin partidismos o ha de tomar partido? Bill Keller, un reputado columnista del diario estadounidense The New York Times, y Glenn Greenwald, exreportero del británico The Guardian en cuyas páginas destapó el escándalo del espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional de EE UU (el llamado caso Snowden), se han enzarzado en un cruce de opiniones sobre el oficio. El primero se inclina por el periodismo “imparcial” que deja para las páginas de opinión la defensa de posiciones ideológicas. El segundo define que los seres humanos no son máquinas impulsadas por la objetividad y que verter “opiniones subjetivas” no impide el buen periodismo. Greenwald acaba de ser fichado por el fundador de eBay, Pierre Omidyar, para lanzar una nueva cabecera online a la que en principio ha destinado 250 millones de dólares (182 millones de euros). En lugar de imparcialidad, algunos creen que el periodismo contemporáneo lo que tiene que ofrecer es transparencia. Otros piensan que no debe influir en las creencias ideológicas de los lectores, pero sí ha de darles la información necesaria para que configuren sus propias opiniones políticas. Es la encrucijada en la que la profesión se debate. Un dédalo con múltiples salidas.

“¿Queremos noticias planas como las instrucciones de una lavadora?”

“Los valores periodísticos de la veracidad y la credibilidad siguen siendo valores de la profesión hoy, en la medida en que la información de actualidad —investigar, difundir y poder acceder a ella— se mueve en esas coordenadas”, explica Ana Azurmendi, profesora de Derecho de la Comunicación de la Universidad de Navarra. No obstante, considera que resulta difícil encontrar una noticia aséptica en la que no haya ningún indicio del estilo, los puntos de vista o las preferencias del periodista. “Las imágenes que acompañan una crónica, los hechos que se seleccionan en ella, su secuencia, la manera de contar, son el rastro personal-subjetivo de quien relata, pero ¿puede evitarse el rastro personal? ¿Queremos noticias planas como las instrucciones de uso de una lavadora? ¿Contradice esto la veracidad de la información? Yo creo que no”, afirma.

En EE UU está afianzada la percepción de que el periodismo tiene color político. Desde el Instituto para la Innovación Periodística, Ignacio Muro recuerda el enfrentamiento entre la Casa Blanca y la cadena Fox News, particularmente hostil hacia la Administración de Obama. El jefe de Gabinete del presidente había tenido sus encontronazos con la televisión de News Corp., el emporio del magnate Rupert Murdoch. “La Casa Blanca le dijo a la cadena que ya no la consideraba un medio sino una marca ideológica. La Fox había dejado de ser un intermediario para actuar como un actor político de primer nivel”, apunta Muro, que a través del instituto 2IP (fundación sin ánimo de lucro) impulsa un proyecto para fomentar iniciativas informativas de la mano de la Universidad Internacional de La Rioja.

Es raro en España que los medios se declaren militantes. No tiene buena prensa. Elena Real, vicedecana de la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, fija los límites: “El periodista y el periodismo solo pueden ser militantes en lo que concierne a los derechos humanos. Lo demás sobra. Obviamente, en géneros como la opinión, uno puede ya retratarse ideológicamente, sin faltar al respeto ni mentir sobre lo que conocemos. En la información, jamás”. Eso sería, opina, “una adulteración del periodismo totalmente inaceptable”. Pura propaganda.

Los ciudadanos cubren las lagunas que dejan los medios tradicionales

Contundente es también el director de la Fundación Valsaín, Álvaro Gil-Robles, según el cual el periodista no puede ser dominado por la ideología, “sino solo por la búsqueda de la verdad, aunque sea incómoda para su propio medio, o la solidez de sus propias convicciones. Debe ser militante solo de su independencia y de la objetividad de la información. No debe orientar la noticia; solo contrastarla y darla”, argumenta. Y añade que si no se quiere depender de gargantas profundas o de filtraciones —“en ningún caso inocentes”— se debe investigar por los propios medios y eso exige, escapar de los teletipos de agencia, de las tertulias, e investigar a fondo, lo que conlleva la necesidad de que la empresa dote de medios materiales y económicos para tal trabajo. “El resultado será algo serio y creíble, porque habrá sido suficientemente investigado y contrastado”, considera Gil-Robles. Paralelamente, agrega, existe un periodismo de análisis y formación de opinión a través de, por ejemplo, los clásicos editoriales. “Es otro aspecto, distinto, pero no menos importante, pues ahí pueden jugar otros intereses que no son los de la pura información y se conectan con las vinculaciones del medio con otros sectores del que depende su propia existencia y financiación”.

Cuando se exige un periodismo combativo o reivindicativo ¿se refiere a todo tipo de acontecimientos?, se pregunta la profesora Ana Azurmendi. En su opinión, hay sucesos que no dejan espacio para ese tipo de periodismo: el Premio Cervantes de Elena Poniatowska (incluso aunque ella haya sido reivindicativa), la noticia de que Google ofrece tarjetas de crédito, o de que Bezos compre The Washington Post, o un terremoto de 2,5 en la escala de Richter en Pamplona. “Hay otros”, matiza, “que no pueden ir más que con reivindicación incorporada: violencia de género, huelga de basuras, corrupción política”. De ahí que se lancen otras preguntas: ¿No será más una cuestión de tipos de acontecimientos que de tipos de periodismo?, ¿de verdad depende tanto de que la noticia se elabore en un blog o en una gran redacción? “Yo creo que no”, manifiesta Azurmendi. Añade que la credibilidad de un medio periodístico es un sello de calidad que no se obtiene por una inspección de la FAPE o por una campaña de marketing. “Es el resultado de un recorrido de años de un buen trabajo, un reconocimiento de los ciudadanos que confían en ese medio como fuente de información de actualidad”.

“Los periódicos se reducirán a las élites sociales”, apunta

Y nada diferencia que las noticias se lean en un medio impreso o fluyan por Internet. “Podemos ver, escuchar, leer muchos contenidos escritos por cientos de miles de personas en todos los idiomas y en todo tipo de formatos —blogs, redes sociales, webs de documentación, medios de comunicación digitales o convencionales que tienen su edición online—, pero fuentes a las que demos credibilidad son habitualmente pocas, y también habitualmente coinciden con la versión online de medios convencionales”, expone Azurmendi.

Los cambios en la manera de informar no solo tienen que ver con el soporte tecnológico en el que se sustancian las noticias. También se están registrando mutaciones en los géneros periodísticos. El decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad San Pablo CEU, José Francisco Serrano, observa que la clave del periodismo no es la objetividad, porque en un futuro, la profesión no deberá estar “tan obsesionada por la objetividad, sino por la intencionalidad. Deberá responder al sentido de las cosas, de lo que hacen las personas”. Serrano percibe que están caducando algunas de las categorías del periodismo: la objetividad, la generación de la información o de la opinión. Y están naciendo otras nuevas: la argumentación, la especialización de la información o de la opinión. “Los géneros de información se convierten en géneros de análisis; se impone el periodismo de precisión o de investigación”, sostiene.

Matiza el decano que hemos pasado de los medios de masas a la masa de los medios. “Internet ha alterado los modelos clásicos de comunicación. Pero no ha irrumpido como una fuerza destructora sino constructora. Es una herramienta de metamorfosis. A lo largo de la historia ha habido medios abandonados, como el fax o el télex. Lo que parece claro es que los medios tradicionales se convertirán en medios especializados y los periódicos se reducirán a las élites sociales y estarán muy relacionados con la educación. Sabemos lo que se va a transformar, pero no sabemos en qué”.

Nadie duda de que el oficio de informar ha cambiado radicalmente en los últimos años y no son pocos los que creen que está obligado a reinventarse. La prensa no es el único sector preocupado por el universo digital, como apunta José María Moreno, primer ejecutivo del International Institute for Media Development (IIMD). Pero con rotundidad afirma que no hay que tener miedo al cambio. Ejemplos hay infinitos: las aerolíneas de bajo coste, las empresas de transporte marítimo, la industria del automóvil, las máquinas de afeitar desechables... Parafraseando a Darwin, Moreno es contundente: “No es el más fuerte ni el más inteligente el que sobrevive, sino el más adaptable al cambio”.

Muchos defienden que el oficio está obligado a reinventarse

En este proceso de transformación, el periodista y profesor universitario Obdulio Martín Bernal, que preside la comisión delegada del Instituto 2IP, considera que los medios han perdido la capacidad de intermediación, un fenómeno que hace que surjan “periódicos de trinchera”. Augura que el ejercicio del oficio se encamina hacia la autonomía profesional. Los blogueros son el prototipo. “Dependen de sí mismos, aunque los riesgos de falta de objetividad son mayores”, dice. Lo que parece claro es que “las redacciones, como aparatos organizativos que son, se están minimizando”, como apunta el hecho de que, según describe, desde 2003 se han perdido el 30% de los periodistas en EE UU.

En este nuevo ecosistema, ¿qué misión desempeña el llamado periodismo ciudadano? “La cuestión es discernir si se pueden considerar como una fuente de información y/o si generar mensajes periodísticos”, dice Martín Bernal. En un trabajo titulado Periodismo ciudadano versus periodismo profesional: ¿somos todos periodistas? y realizado en colaboración con Pinar Agudíez y Sergi Príncipe, Elena Real expone que la simple recolección, edición y difusión de noticias no constituye una labor que pueda ser catalogada sin más como periodismo. Ni quien la hace puede ser investido —por este simple hecho— con el rango de periodista. “El movimiento denominado como periodismo ciudadano, parte de este planteamiento equivocado. Y el empecinamiento que desgraciadamente persiste en definir al periodista por la mera actividad ayuda a que el error crezca en magnitud y se generalice hasta límites insospechados. De esta manera, se extiende la idea de que ambas tareas (la del periodista, por un lado, y la del público por otro) son idénticas, están al mismo nivel, y, por tanto, susceptibles de esgrimir las mismas exigencias en cuanto a derechos informativos (¿y los deberes no cuentan?). Y ya que son iguales, el profesional puede verse relegado por el aficionado”. Conclusión: periodista no es sinónimo de comunicador; ni medio de comunicación, análogo a periodismo.

En un mundo en el que la información es infinita resulta difícil distinguir el buen periodismo del simple ruido. Mientras algunos perciben la tecnología como la causa del problema, José Francisco Serrano cree que es precisamente la solución. “Es un instrumento para un fin: la narración de las historias”. En su opinión, no existe un problema tecnológico sino antropológico. “La tecnología evoluciona, pero ahora lo hace más aceleradamente que en otros periodos de la historia. El periodismo tiene una base: la narración de hechos y dichos de las personas. Y el periodismo ciudadano tiene un papel en el proceso de la comunicación, pero no se puede pretender que sustituya al profesional”, apunta. Y añade: “El nuevo periodismo debe dar protagonismo a personas reales y concretas. Debe dar relevancia a la esfera pública”.

¿Se puede establecer una frontera entre el viejo y el nuevo periodismo? Muchos creen que, en esencia, no. Entre otras cosas porque es uno de los pilares sobre los que descansan las sociedades democráticas “y es bueno preservarlo”, como subraya el profesor Josep Lluís Micó, director del grado en Periodismo de la Facultad de Comunicación Blanquerna (Universitat Ramon Llull). Es consciente de que con la popularización de las tecnologías digitales ha emergido un periodismo participativo y cívico. Aunque estrictamente hablando el nombre no le cuadre del todo. “El periodismo”, recalca Micó, “requiere una serie de labores de contraste y técnicas de veracidad a la hora de exponer con rigor y equilibrio un relato”. Existen muchos ejemplos de periodismo ciudadano que no se ajusta a ese modelo. “Ni tienen por qué ajustarse”, aclara.

No obstante, tiene su utilidad. Al igual que los blogs. “Al principio parecían la quintaesencia de lo alternativo y lo independiente. En el origen de muchos blogs estaba alejarse de lo que representaban los medios tradicionales”. Sin embargo, algunos “han visto su potencial y los han absorbido, pero no se rigen por los mismos códigos”. “Sus funciones no son coincidentes”, dice Micó, que resume en 13 palabras lo que es el periodismo: “No estar casado con nadie más que con el rigor y la honradez”. Las mismas que usa Serrano: “El periodismo no es solo una técnica, sino una función social de servicio”.

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