Donar a golpe de emoción
Los españoles se vuelcan cuando hay una emergencia La generosidad es menor en programas cruciales para prevenir desastres, sobre todo en crisis
Desde primera hora del lunes hasta bien entrada la tarde del miércoles, Médicos sin Fronteras (MSF) reunió 750.000 euros en donativos en España destinados a las víctimas del tifón en Filipinas a través de su web y por teléfono. La crisis frena las carteras de los ciudadanos, pero no tanto en ese primer impulso que sigue a una catástrofe. Otra cosa será cuando la emergencia se esfume y la televisión deje de emitir directos con niños descalzos pululando por la pantalla.
La falta de inversión en proyectos a largo plazo y cómo coordinar la ayuda cuando llega en masa desde el último rincón del planeta en las emergencias son dos de las eternas preocupaciones del mundo de la cooperación, que ahora pasan un nuevo examen con la crisis filipina. Se ha avanzado mucho desde el caos de los días del tsunami de 2004 en el Índico o el terremoto de 2010 en Haití, sostienen unos. Seguimos reproduciendo los mismos errores, piensan otros. Es necesario concentrarse en la prevención y el desarrollo, coinciden todos.
Las ONG que se dedican a actuar en las catástrofes concluyen que los ciudadanos españoles se movilizan con inmediatez ante el drama, pero que se implican mucho menos cuando se trata de cooperación a medio y largo plazo, una pieza que resulta clave para prevenir daños como los que vemos ahora en Filipinas. “En España, la opinión pública se vuelca cuando hay una catástrofe”, afirma Olivier Longué, director general de Acción contra el Hambre (ACH), porque “no es una guerra como en Siria o un desastre político creado por el hombre”. Además, prosigue Longué, con una larga trayectoria en ACH, “es una tragedia televisada; un desastre que no se ve no existe, como pasa con Darfur [en la franja oeste de Sudán]”.
España está a la cola en aportaciones en relación con los países del entorno
La reacción rápida llega sobre todo de mano de los socios habituales de las organizaciones. El problema, para los que se dedican a este asunto, es que esos donantes regulares no son suficientes. “La sociedad española duda aún sobre su capacidad para ayudar fuera”, señala Longué. “La cooperación se relaciona todavía con los tiempos de bonanza. No ha cuajado que no se trata de una limosna”, termina este experto. Un ejemplo claro fue la devastación del huracán Mitch en 1998 en Centroamérica: al principio hubo una respuesta masiva, pero después se apagó.
El entusiasmo a bote pronto se traduce en las siguientes cifras en Save the Children: 100.000 euros recaudados en tres días y 300 nuevos socios. “Estamos recuperando una sensación”, afirma el director de esta organización, Alberto Soteres, “que no teníamos hace mucho tiempo”. Se explica: “No es lo mismo un terremoto en Irán o Japón que el huracán Mitch o lo que está siendo Filipinas”. Más comparaciones: “La diferencia con Siria [donde han muerto ya más de 100.000 personas] es tremenda”.
Para Soteres, el debate no es nuevo. “Llevo en esto 20 años y siempre hemos tenido el mismo problema”. Es decir, ¿por qué los españoles no colaboran de forma regular? “Tenemos en nuestro ADN el concepto de solidaridad”, responde, “pero en España el fenómeno de las ONG tiene unos 30 años”. Sobra decir que eso es muy poco a tenor de que, sirva de ejemplo, Save the Children nació en 1919. A esta juventud del tercer sector, como se denomina al que no persigue el lucro, se une “el enorme grado de desconocimiento en la sociedad sobre qué es una ONG”. O cómo maneja sus dineros.
“No ha cuajado que no es una limosna”, dice Acción contra el Hambre
En términos generales, los datos españoles no invitan al optimismo. Según las cifras que maneja la Asociación Española de Fundraising, que reúne a una treintena de las principales ONG del país, España está a la cola en donaciones en relación con los países del entorno. Solo el 19% de los ciudadanos aporta de su bolsillo, y esto sumando socios regulares y donantes puntuales. Y ese porcentaje lleva un “solo” porque en Francia la relación es del 49%; en Italia, del 43%; en Reino Unido, del 55%, y en Austria, sirva también de ejemplo, del 80%. Otro mundo. Aunque no todo pinta mal: los socios regulares de las ONG han crecido en el periodo 2010-2012 un 10%, hasta los 3,5 millones de personas (por encima de la afiliación a sindicatos, partidos políticos o clubes de fútbol). Los donantes puntuales alcanzan los cuatro millones.
¿Hasta qué punto tiene que ver esta reducida cifra de donaciones en España con la crisis? “La solidaridad sí se resiente en tiempos de crisis”, indica Mercedes Ruiz-Giménez, presidenta de la Coordinadora de ONG para el Desarrollo (ONGD) en España. “Las personas que más colaboran son las de renta media y baja, y son también las más afectadas por la crisis. Las rentas altas apenas contribuyen”, explica Ruiz-Giménez, quien detalla que no se trata tanto de que muchos socios se borren como de que aportan menos, en función de sus capacidades actuales. “La fidelidad de los que colaboran es extraordinaria”, relata Rafael Sanchis, director de Marketing y Desarrollo Comercial de Intermón Oxfam. “Hay gente en paro que se sale, sí, pero mucha otra que simplemente baja la cuota; se resisten a dejarlo”. Es decir, si entran se quedan.
Las cifras de la Coordinadora de ONGD, sin embargo, indican que la foto global es desalentadora. El 51% de las organizaciones que cohabitan bajo este paraguas ha visto disminuir sus fondos privados en los dos últimos años, y el 96% ha sufrido recortes en las aportaciones públicas.
“Las rentas altas apenas
contribuyen”, dice la
coordinadora de ONG
La coordinadora se dedica precisamente a eso, a que las organizaciones se comuniquen entre sí y evitar duplicidades y solapamientos. Numerosos expertos consultados coinciden en que la coordinación ha mejorado en los últimos años y es difícil que ocurran errores como los que se cometieron tras el tsunami del Índico, cuando hubo víctimas que contrajeron el sarampión por haber sido vacunadas varias veces por distintas organizaciones. Aún así, coinciden en que no es fácil evitar el caos en situaciones por naturaleza caóticas. “La comunidad internacional es muy buena a la hora de movilizarse rápido. El problema es que cuando llega mucho dinero y muchas organizaciones públicas y privadas con o sin ánimo de lucro a la vez, procedentes de culturas diferentes, a un sitio sin que existan reglas vinculantes de cómo se debe actuar, la necesidad de coordinación es extrema. En ese momento, la figura del Gobierno local para poner orden resulta clave, y en ese sentido Filipinas está mejor, por ejemplo, que Haití”, piensa Paul Harvey, experto de Humanitarian Outcomes, una consultoría del sector.
“Creo que la comunidad internacional ha aprendido muchas lecciones de emergencias anteriores. Comparada con Haití o con el tsunami de 2004, la respuesta en Filipinas ha estado mucho más organizada. El sistema de la ONU enseguida decretó el nivel de alerta 3, se nombró a un coordinador humanitario y empezó el intercambio de información”, explica Claus Sorensen, director general de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea. Y sigue: “Además, los expertos cada vez son más conscientes de la importancia de invertir en la reducción de riesgos, es decir, de preparar a los países para que cuando lleguen las emergencias causen menos daños. Preparar las carreteras para inundaciones, descentralizar los servicios de salud para cuando se queden poblaciones aisladas…”.
Sorensen toca con su última frase el gran tema. Es decir, el equilibrio entre los esfuerzos que se dedican a las emergencias, siempre visibles y rentables políticamente y la inversión mucho más invisible, pero más eficiente en prevención y políticas de desarrollo. La reducción de fondos ha afectado sustancialmente a estas últimas partidas. En España, según los cálculos de la Coordinadora de ONG, los presupuestos de 2014 contemplan una caída del 9,2% para la ayuda oficial al desarrollo, “alcanzando niveles comparables a los de hace casi 30 años”.
Las ayudas se inclinan
por el éxito rápido
frente al largo plazo
“Se trata de capacitar a países como Filipinas, con una geografía de alto riesgo, para que sean capaces de resistir mejor. Hay un consenso internacional sobre lo que hay que hacer, el problema viene a la hora de poner los recursos sobre la mesa. Los donantes quieren éxitos rápidos y visibles. La ayuda de emergencia siempre luce más. Se desata la carrera para ver quién es más rápido y más solidario. Invertir en largo plazo es más invisible”, sostiene Mariano Aguirre, director del Norwegian Peacebuilding Resource Centre de Oslo.
Jan Egeland, un veterano de la ayuda humanitaria y antiguo subsecretario general de Asuntos Humanitarios de la ONU, destaca también la necesidad de que “haya una financiación predecible, no intermitente. Necesitamos, por ejemplo, poder destinar recursos a los llamados conflictos olvidados, los que reciben poca atención mediática, pero que son igualmente urgentes”. El éxodo de refugiados sirios es la necesidad más acuciante e infrafinanciada que le viene a la cabeza. Egeland, que ahora preside el Consejo Noruego para los Refugiados, es de los que creen que la intervención internacional en emergencias, los llamados megadesastres, funciona ahora mucho mejor y dice que prueba de ello es la reducción de la mortalidad en las emergencias.
Ayuda mejor coordinada sí, pero ¿quiere eso decir que se ayuda más y mejor, que las operaciones de los países extranjeros de verdad mejoran la vida de los destinatarios? Ruiz-Giménez se atreve con uno de los temas más espinosos, que afectan directamente a la eficiencia de la ayuda y que está aún por resolver. “Las naciones desarrolladas siguen enviando comida y recursos que en el caso de Filipinas se podrían comprar en el país. A los países donantes les interesa fomentar su producción y hacen que sus intereses comerciales prevalezcan sobre los del país necesitado. A veces con eso lo que consiguen es hundir los mercados locales”, explica la presidenta de la coordinadora, que sin embargo dice que hay muchas organizaciones que sí son conscientes de este dilema y trabajan exclusivamente con ONG locales que están implantadas sobre el terreno y con los Gobiernos locales.
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