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ALMUERZO CON... JUAN DIEGO BOTTO

“No pierdo de vista un buen consejo: nunca aburras”

El actor argentino ha publicado su última obra de teatro, ampliada con textos personales

Gregorio Belinchón
Juan Diego Botto.
Juan Diego Botto.SAMUEL SÁNCHEZ

Comer con Juan Diego Botto (Buenos Aires, 1975) es caer en la envidia. El actor pasa por el gimnasio, cierto, pero uno lo ve comer con ganas, mojando incluso el pan en aceite, y se pregunta: ¿dónde lo mete? Botto solo rehuirá el postre.

Sin embargo, la charla con Botto no tiene que ver con dietas de adelgazamiento sino con algo más serio: su libro Invisibles (Editorial Espasa), relacionado con su obra de teatro Un trozo invisible de este mundo —escrita e interpretada por él—, uno de los bombazos de la temporada gracias a su visión de los invisibles: los inmigrantes, la gente de la que la sociedad aparta la mirada. “Santos López, editor de No Ficción de la editorial, me llamó un día. Me hizo gracia lo de No Ficción, porque casi todo Un trozo invisible del mundo no es real. Él me pidió publicar la obra y yo añadí capítulos que explican los cinco actos en que se divide”.

Botto no es que escriba bien, es que lo hace muy bien, de forma elegante y fluida. De paso abre el corazón. Cuenta los sufrimientos de su madre al llegar a Madrid, su primer recuerdo de infancia —el del pasillo del avión que trajo a su familia, su madre, Cristina Rota, embarazada de su hermana Nur, su otra hermana, María, y él, con tres años, de Buenos Aires a Madrid, huyendo de la dictadura militar que hizo desaparecer a su padre—, sus llamadas desde un locutorio clandestino a Argentina... Eso está en el libro, no en la obra, más anónima. “Me costó escribir la obra, encontrar su forma. Para los otros textos necesité dos meses. No perdí de vista un buen consejo que me dieron: nunca aburras. Por eso hay humor, por eso ningún personaje es bueno o malo de una manera simplista. Huyo del proselitismo. Para que las relaciones humanas nos conmuevan, sus protagonistas nos tienen que importar”. Y por eso agradece una frase que un día le dio el guionista Paul Laverty para salir de un atolladero creativo: “¡Locutorios, man!”. Allí encontró Botto la semilla de una de sus historias.

El actor también describe conversaciones con vecinas de Lavapiés, inconscientemente racistas hasta que la crisis española les golpea, con amigos que de repente se descubren muy alejados ideológicamente (“Tengo una edad en la que ya no me atrae el cinismo”), habla de la actualidad española: “La cutrez que se vislumbra a diario es bochornosa. Y esta crisis es insostenible: no se puede putear cada un día un poco más a los de abajo mientras los de arriba se lo están llevando crudo. El Gobierno del PP me asombra: ha incumplido su programa electoral por completo. Deberíamos reflexionar más sobre el origen de los problemas actuales, hay poca fe de la ciudadanía en los políticos”.

Lo más doloroso del libro, por más que Botto nunca haya escondido su pasado, son las confesiones familiares. “Por eso esos textos están en primera persona. He sido honesto”. El dramaturgo describe hechos de la vida de su madre, la maestra de actores Cristina Rota, muy personales. “Desde luego consulté a la familia. Mi madre leyó el libro antes de que saliera publicado y si hubiera puesto algún pero no lo hubiera editado. El amor a mi profesión se lo debo a mi madre”.

Ahora afronta el nuevo curso como responsable, desde hoy, de la programación de la sala Mirador. Y lo hace recordando un lema del mayo del 68: “Cuando el Parlamento es un teatro, el teatro debe ser un Parlamento”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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