Un voto más personal y menos partidista
El Partido Popular de Madrid ha propuesto importar el sistema alemán de votación directa. Este modelo ayudaría a acercar al diputado y sus votantes sin renunciar a la proporcionalidad
Son muchas las ocasiones en las que el PP ha defendido la necesidad de que “gobierne la lista más votada”, sobre todo a medida que sus votos aumentaban en autonomías y Ayuntamientos, pero no lo suficiente como para superar a coaliciones de izquierdas o de estas con nacionalistas. Por eso, aparcar la idea de defender un sistema electoral mayoritario e importar el procedimiento alemán constituye una novedad en el paisaje de las reformas electorales intentadas y descartadas en España. Esa propuesta tiende a personalizar la política un poco más y fuerza una mayor rendición de cuentas de los elegidos ante los electores; a su vez favorece el desarrollo de carreras políticas individuales, un concepto bastante ajeno a una democracia donde los aparatos de los partidos dominan claramente el cotarro.
A ese efecto, el PP propone dividir la Comunidad de Madrid en 43 distritos, cada uno de los cuales elige a un solo representante; en esos casos, la elección deja de ser proporcional y se convierte en mayoritaria, puesto que solo puede existir un ganador por distrito. Los dos tercios restantes de escaños (86) salen de las listas presentadas por los partidos, en proporción a los votos recibidos por estos. No es que se añadan los diputados de distrito a los elegidos en listas de partido, sino que a estos últimos se les descuentan los que ganan en los distritos. El resultado global puede ser tan proporcional como hasta ahora, siempre que las listas de partido se escruten en circunscripciones grandes (y la de Madrid lo es).
En realidad el PP madrileño empezó a decirlo hace años y el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba lo mencionó como argumento de campaña en las generales de 2011. Pero no se volvió a hablar del sistema alemán hasta que el PP lo resucitó la semana pasada. De momento no hay nada formalizado, porque ese partido no ha tramitado tal propuesta en la Asamblea madrileña; en cambio, sí ha registrado otra para dejar en la mitad el total de escaños del Parlamento autonómico (129 en la actualidad).
La elección directa en distritos “sería muy positiva”, dice César Molinas
“El tamaño no está decidido, también podrían ser 90 o 100; estamos abiertos a negociaciones con las demás fuerzas”, aclara Íñigo Henríquez de Luna, portavoz del Grupo Popular en la Asamblea de Madrid. Tanto el PSOE como IU y UPyD han acogido sus ideas con suma desconfianza, porque temen una maniobra del partido gobernante para perpetuarse en el poder.
Recortar los Parlamentos, con el argumento de que la política debe costar menos dinero, es una idea que prende con facilidad. La cuestión es que la Constitución y la ley electoral general (LOREG) fijan criterios de representación proporcional, y es difícil que eso funcione cuando hay pocos diputados que elegir. Si el sistema se aplicara con los criterios usados para el Bundestag (la Cámara baja del Parlamento alemán, de la que depende el Gobierno federal) el resultado, efectivamente, sería proporcional. “Esos escaños elegidos en distritos se restan de los que obtenga la lista de partido en la Comunidad”, insiste Henríquez de Luna. “La proporcionalidad no cambia; lo que cambia es la forma de elegir a los candidatos. Una parte de ellos saldría de la elección directa en los distritos y eso permite una relación mucho más estrecha entre electores y representantes”.
Lo que dice el portavoz del PP madrileño cuenta con el precedente de las elecciones al Bundestag. Cada elector dispone de dos votos, uno para seleccionar un candidato de distrito, y el segundo para escoger una lista cerrada de partido. El escrutinio de los primeros votos se hace en los distritos, en cada uno de los cuales resulta elegido el que obtiene más papeletas. Con los segundos votos se deciden los demás escaños del Bundestag, en proporción a los sufragios de cada lista de partido; estos últimos son los que determinan las proporciones de cada bloque (democristiano, socialdemócrata, liberal, Los Verdes, La Izquierda...) en la Cámara. Importante: en Alemania quedan fuera del sistema parlamentario las opciones que no alcancen el 5% de votos a escala federal, de modo que la proporcionalidad solo es verdad entre partidos grandes y medianos —salvo que los candidatos de uno pequeño ganen un mínimo de distritos uninominales, en cuyo caso participan también en el reparto proporcional de escaños.
Un modelo directo o mixto limitaría el poder del aparato de los partidos
El voto personal o directo fuerza una competencia en la que el candidato puede ser más importante que la sigla. Cuando eso ocurre en todos los distritos electorales —como en Reino Unido—, el sistema fomenta al máximo el bipartidismo y “prefabrica mayorías”, en expresión de Douglas W. Rae, un clásico de la ciencia política. Pero deja sin poder a gran parte de los votos emitidos y hace casi imposible el acceso de partidos nuevos. Esto no es el caso de Alemania, donde nunca se da una concentración del poder tan fuerte ni forzada como en Reino Unido.
¿Qué queremos en España? Una reforma como la esbozada desde el Grupo Popular de la Asamblea madrileña “tiene, en principio, pocas consecuencias, si es cierto que se proponen que el acoplamiento entre los dos tramos (los electos en lista y en distrito uninominal) sea de compensación completa”, explica Alberto Penadés, profesor de Sociología de la Universidad de Salamanca. “Los grupos parlamentarios serían, en principio, idénticos a como lo son ahora en su tamaño, solo que el acceso a la elección puede ser o bien por lista o bien por elección directa. El sistema de Madrid ya es prácticamente todo lo proporcional que se puede ser (usando la fórmula d’Hondt; otras darían algún que otro escaño a las minorías, pero las diferencias serían pequeñas). Si se mantiene el cómputo regional como determinante, nada cambiaría, de momento, en la correlación de fuerzas entre partidos”.
Por el contrario, es seguro que el cambio de sistema propuesto acarrearía consecuencias internas para los partidos. “Se pueden formar bastiones ligados a una persona, que resultará más difícil de mover tanto desde fuera como desde dentro”, explica el profesor Penadés. Por otro lado, “la competición directa ofrece una forma de acceso para políticos ambiciosos que no tengan buenas opciones de entrar en las listas por cooptación: pueden ofrecerse voluntarios para pelear por distritos difíciles o perdidos. Es más difícil negárselo, pero al hacerlo ganan capital político, y evidentemente todo ello limita el poder de control de la dirección, que querría siempre poder cooptar a todos”.
Cada elector tiene dos votos: uno en el distrito y otro para una lista de partido
Los partidos de la izquierda parlamentaria madrileña lo rechazan. El temor de IU a que el cambio refuerce el bipartidismo le parece un miedo exagerado al profesor Penadés, “salvo que hayan calculado que suceda lo siguiente: un votante de izquierda de los que ahora votan a IU, pero simpatizan con el PSOE si estuviera más en forma, puede dividir sus dos votos del peor modo posible para IU: dándole a IU el voto personal y al PSOE el voto de lista. IU no gana nada en el primer caso, salvo en rarísimas ocasiones, y pierde un voto en el cómputo que realmente cuenta para el tamaño del grupo parlamentario. Obviamente, si sucediera lo contrario esto sería una ventaja para IU, pues podría captar nuevos votos de los todavía renuentes a abandonar del todo al PSOE. Esta segunda posibilidad, a la larga, favorece al PP, y si han estudiado la propuesta con cuidado y encuestas, convendría prestar atención a la posibilidad de que estén cavando esta zanja”.
Al politólogo César Molinas, crítico del poder de las élites partidistas, le parecen positivas ambas propuestas: “Tanto la elección de 43 diputados en circunscripciones uninominales como la reducción del número de diputados me parecen muy relevantes y necesarias, y no se tendría que plantear la segunda como alternativa a la primera, sino hacerlas simultáneamente”, explica.
“No hay sistemas electorales perfectos y es difícil argumentar que un buen sistema uninominal tenga que ser necesariamente superior a un buen sistema proporcional, o viceversa”, argumenta. “Los países anglosajones tienen sistemas uninominales puros, y les va bien. Las democracias de Europa continental tienen sistemas mixtos o corregidos, y también les va bien. Yo creo que un sistema de circunscripciones uninominales en España sería un buen método para superar el divorcio entre representantes y representados y para debilitar el poder omnímodo de las cúpulas partidarias, objetivos ambos importantes en la actualidad. Por eso apoyo el tipo de iniciativa que parece tener el PP de Madrid, sin entrar a preguntar por qué lo hacen”.
“Hemos lanzado la idea buscando el consenso”, asegura el portavoz del PP
César Molinas defiende también el recorte del tamaño de las Cámaras para todo tipo de instituciones electivas. “Sería muy positivo reducir el número de representantes en los Parlamentos regionales, en el Senado y, por qué no, en el Congreso. Sería un gesto de ejemplaridad que apuntaría a una reconciliación entre representantes y ciudadanía que a mí me parece muy necesaria. Todos nos tenemos que apretar el cinturón y cuanto antes se vea el gesto, mejor”.
Abandonar la representación proporcional es duro para los partidarios de que la democracia sea un dominio casi exclusivo de los políticos. De 21 democracias parlamentarias de la OCDE, estudiadas entre 1945 y 2006, los partidos de los primeros ministros duraron más tiempo en el poder (8,8 años) bajo sistemas proporcionales que bajo sistemas mayoritarios (5,9 años), según las investigaciones del catedrático José María Maravall, exministro socialista (Las promesas políticas, Galaxia Gutenberg). Con sistemas proporcionales, los primeros ministros perdieron el poder por derrota electoral en 95 ocasiones, y en 143 por decisiones de otros políticos (su partido o socios de coalición); con los mayoritarios, los primeros ministros cayeron 36 veces por derrota electoral y 28 por decisiones de su partido, siempre según Maravall.
Por eso el sistema alemán resulta interesante: los políticos juegan un papel fuerte, pero una parte de ellos tienen que ocuparse más directamente de los ciudadanos. Es verdad que las pocas reformas electorales abordadas en España han derivado siempre en el parto de los montes. Pero nunca habían concurrido simultáneamente estas tres características:
1. Un liderazgo debilitado de los dos partidos más importantes. La valoración de Mariano Rajoy y de Alfredo Pérez Rubalcaba aparece sistemáticamente baja en los sondeos de opinión.
2. El desgaste de las dos fuerzas principales entre sus propios electores, como lo evidencia la considerable pérdida de fidelidad de voto reflejada en las encuestas y la mejora de expectativas de los de mediano tamaño (IU, UPyD), menos desgastados a causa de su escasa implicación en el ejercicio del poder.
3. Una crítica social a las élites políticas, agudizada en las plazas donde se concentraban los indignados del 15-M (“no nos representan”, “lo llaman democracia y no lo es”), y prolongada en protestas posteriores; pero realizada también desde sectores más instalados. La corrupción, que apenas influía en el voto hasta hace un par de años, se ha encaramado a los sondeos como una de las inquietudes principales, después del paro.
La reivindicación de cambiar a la dirigencia política es evidente, tanto por la presión interna en el PSOE a favor de elecciones primarias, como en las peticiones de desbloqueo de las listas de candidatos o de reglas de voto mucho más proporcionales. ¿Ayudará a este debate la propuesta del PP madrileño? “Nosotros hemos lanzado la idea buscando el consenso, no el enfrentamiento”, reitera Méndez de Luna, su portavoz parlamentario. Hay que hacer notar que la mayoría absoluta no permite a este partido, por sí solo, reducir el tamaño del Parlamento ni introducir el sistema de distritos uninominales, por lo que ambas iniciativas quedarán bloqueadas si no logra apoyos de diputados ajenos al PP.
Lo esencial es que cualquier reforma contribuya a más democracia, no a menos. Porque eso es el fondo del problema. En palabras de José María Maravall, “la democracia representativa se socava cuando los ciudadanos votan, pero apenas deciden”.
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