“En ciencia hay que correr sin parar aun para seguir en el mismo sitio”
España, en ciencia, se ha colocado en el pelotón de cabeza, pero en desarrollo tecnológico queda más camino que recorrer
En el puñado de valientes que, a rebufo de la transición política, a principios de los ochenta, puso en marcha en el sistema de ciencia y tecnología que España necesitaba, destaca el físico Juan Rojo. Fue uno de los padres de la de la Ley de la Ciencia de 1986 y de los Planes Nacional de I+D, eje del desarrollo científico. Rojo fue secretario de Estado de Investigación entre 1985 y 1992, con los ministros José María Maravall y Javier Solana, hasta que dejó el ministerio y retomó su ciencia y su docencia como catedrático de Física de la Universidad Complutense de Madrid. Desde entonces se ha mantenido al margen de cargos de política científica, aunque sigue al día de lo que pasa y, recientemente, ha participado en una jornada en la Real Academia de Ingeniería sobre Investigación, desarrollo tecnológico e ingeniería. Rojo recibió el pasado lunes un homenaje científico en la Complutense en ocasión de su 70 cumpleaños.
Pregunta. En España ha habido una evolución desigual de la I (investigación) y la D (desarrollo).
Respuesta. Se puede decir, sin exagerar, que en casi 40 años la I ha dado un paso importante adelante. Aún quedan muchas cosas por mejorar, pero nos hemos colocado en el pelotón de arriba. En desarrollo no hemos sido capaces de dar aún ese paso tan grande, hemos avanzado, pero a la D le queda más camino que recorrer.
P: ¿Por qué?
R:Tiene que ver con quién hace la I y quién la D: la investigación, esencialmente, se hace en centros públicos, como universidades u organismos de investigación, que responden muy rápidamente a las políticas de las administraciones. La D se hace, en parte, en centros públicos, pero tiene su centro de gravedad en la empresa, que no responde necesaria e inmediatamente a los planes de la administración.
P: ¿El desarrollo siempre se centra en al eje empresarial?
“La norma de Garmendia fue una oportunidad no del todo aprovechada”
R: También hay una D muy importante relacionada con las administraciones públicas, por ejemplo en medioambiente, en sanidad o en energía; estos desarrollos se pueden hacer en las escuelas de ingeniería o en los centros de investigación, y sus resultados pueden revertir directamente en beneficio social. Por ejemplo, una cosa que España podría hacer muy bien es instrumentación médica avanzada porque tenemos una medicina muy buena y el nivel tecnológico adecuado.
P:<TH>¿Dónde acaba la I y donde empieza la D?
R:<TH>La investigación trata de entender cuestiones que no se conocen y su motor es la curiosidad científica. En principio, el científico no tienen en mente una aplicación, aunque en la práctica luego, con muchísima frecuencia, surjan las aplicaciones. La D parte de conocimientos ya disponibles en buena medida y que pueden dar lugar a un producto o a la mejora de un proceso, pero que requieren todo un conjunto de actuaciones que transformen lo que es una idea en un modus operandi. Los agentes de una y otra actividad no tienen por qué ser los mismos, aunque hay áreas en que la I y la D no están tan delimitadas, como el sector farmacéutico o la informática.
P: Además está la i, la innovación, en esa unidad I+D+i tan de moda en las políticas científicas española y europea.
R: Ha quedado desacreditado y ya nadie acepta el modelo lineal en el que primero hay una fase de investigación en que se alcanzan descubrimientos, seguida de un proceso de desarrollo y a continuación, la innovación, que culmina en la cadena de montaje. Esto no es así, el proceso es mucho más complejo y más permeable. Por ejemplo, hay mucha innovación que no viene de la I+D sino de una idea feliz que se le ocurre a alguien.
P:Como la fregona.
R: ¡Por supuesto! Es una idea muy innovadora y un éxito comercial, pero la investigación en la fregona no es que sea muy allá….
P: Parece que, en las políticas de I+D+i, la D está quedando ninguneada entre la I y la i.
R: La D realmente es muy importante: resulta preocupante que la parte que se financia en España con préstamos a las empresas no se utiliza en gran medida, lo que significa que aunque aumentara la cuantía del dinero en dichos préstamos ello no sería suficiente, se necesitan actuaciones adicionales.
P: ¿Cuándo se hizo la Ley de la ciencia de 1986, cómo se enfocó el tándem I+D?
“La fregona es muy innovadora, pero su investigación no es muy allá...”
R: Se buscó que la Ley tuviera dos componentes: fomento y coordinación. Es decir, que se hiciera más investigación y desarrollo; había que invertir más dinero (y se hizo) y aumentar el número de investigadores (y aumentó). La coordinación, sobre todo con las medidas incentivadoras del desarrollo tecnológico, se hizo a través de la comisión interministerial y se definió el papel de los grandes organismos de investigación, como el CSIC. Se dieron pasos importantes, aunque quizás insuficientes.
P: ¿Y ahora se corre el riesgo de retroceso con los recortes presupuestarios?
R: Es que en la ciencia es como en aquel episodio de Alicia en país de las maravillas: “Hay que correr sin parar aún para seguir estando en el mismo sitio”. Estoy totalmente en desacuerdo con eso que se dice a veces: “Ahora que la investigación ya está bien, dejemos de ocuparnos de ella y centrémonos en esto otro…”. Pero si lo dejamos, se pierde, porque la investigación está constantemente avanzando y hay que estar corriendo todo el tiempo. Lo otro…. el desarrollo, no ha crecido suficientemente, pero la causa creo que está en que no hemos sido capaces de activar suficientemente las empresas: algunas sí, pero otras muchas no.
P: ¿Sirve todavía la estructura del sistema español que se levantó hace casi 40 años?
R: El núcleo sí, es decir, la evaluación entre pares, los programas competitivos… todo eso funciona. Pero se han creado una serie de elementos que no tienen fácil acomodo en el sistema, como nuevos centros de investigación sin personal funcionario que son muy buenos y que no corresponden a nada de lo que se recogía en aquella Ley, porque entonces no existían.
P: Tampoco la nueva Ley de 2011 les da fácil acomodo.
R: No se lo da porque, al final, no salió el borrador que se elaboró inicialmente. Esta ley, sin embargo, tiene elementos importantes, como la famosa Agencia Estatal de Investigación [aún no se ha creado], que tiene que ser de gestión científica e independiente del poder político. Agencias tienen todos los países desarrollados y ninguna hace disparates ni gasta más dinero del que debe. El Estado asigna un presupuesto a la agencia pero no entra en cómo tiene que gastarlo aunque luego, por supuesto, pide resultados.
P: ¿Qué le parece la nueva Ley de 2011?
R: Una oportunidad que no se ha aprovechado todo lo posible.
P: ¿Por qué decidió meterse en política científica?
R: Estudié en la Complutense e hice el doctorado en física de estado sólido en Cambridge. Luego estuve 10 años como profesor en la Autónoma de Madrid, fui de catedrático a Zaragoza y luego regresé a la Complutense. En cuanto a la Secretaría de Estado… llevaba ya unos años un poco metido en política científica en la Comisión Asesora y luego, con Maravall, surgió la posibilidad de hacer cosas que yo creía que había que hacer. Luego, seguí con Solana, amigo de toda la vida, y juntos creo que dimos un buen impulso a la investigación del país.
P: Y el regreso a la ciencia?
R: En total colgué la investigación durante más de siete años y, al regresar a la ciencia, pasé un año en la Autónoma de Madrid, haciendo de joven doctorando en el laboratorio de Rodolfo Miranda, que había sido antes doctorando mío, para ponerme otra vez al día de la investigación. Es curioso que cuando uno está apartado unos años, pierde su lugar en la comunidad científica. Por ejemplo, antes de ser secretario de Estado, como científico, participaba en congresos, daba charlas de física… cuando regresé, tuve que meterme en el sistema de nuevo. Eso fue lo más duro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.