“La música está en el río con la piedra en el cuello”
El cantautor presenta mañana en Madrid la antología ‘Lobos sin dueño’
Cuando ya la mesa está llena de restos de café, Pablo Guerrero se levanta, saca el tabaco de una bolsa y hace ademán de salir a la calle, a fumar. Se tropieza con alguien que le pregunta por la recopilación que presenta esta noche (13 de febrero) en la Sala Galileo de Madrid (Lobos sin dueño. Antología personal. 40 años de A cántaros) en el inicio de una minigira que le llevará a Bilbao (14 de febrero) y Zaragoza (15 de febrero) y él dice, como si hablara de otro: “Son las cuarenta canciones que he salvado de la quema”.
Hace cuarenta años este país era más joven, pero era una dictadura, y cualquier metáfora (el alba de Aute, el vent de Raimon, la estaca de Llach, el Mediterráneo de Serrat, la tierra de Labordeta) prosperaba como un manifiesto. “Así fue tomada A cántaros, como una canción de batalla. Tiene que llover, tiene que llover… a cántaros. Era también una canción de amor”.
En aquel entonces “había que lavarlo todo; la metáfora funcionó. Invocaba una especie de lluvia regeneradora”. Salió en seguida, “música y letra al mismo tiempo, la canción más rápida de mi vida”. Y la que más ha durado. Ahora parece que hace falta que llueva a cántaros, también. “La hice también para amar. Era un tiempo de una gran generosidad, por eso esas canciones de amor y de protesta perviven”.
Tomamos nueve cafés (algunos descafeinados). “Lo primero que me dio a beber mi padre fue café. Y el café sigue siendo mi alimento”. Le daba café y le cantaba, y él escuchaba cantar a los campesinos, a los agricultores. “De ahí viene todo, de mi padre, del café, de las canciones, del campo”.
La primera versión de A cántaros nació en 1972. La producción de Manolo Díaz, las guitarras de Nacho Sáenz de Tejada… En este regreso estará también Nacho; “y Luis Mendo, que me ha bajado a la tierra”. En aquel tiempo las letras salían de dentro afuera: “Ahora estoy más volcado hacia fuera, hacia lo que me viene de la realidad. En las nuevas canciones hay una, Golpe de sombra, que es la que representa mejor las bofetadas que nos dan”. “Queman las manos del miedo. / Sílabas de luz quebrada. El nido de las serpientes. Candados cosiendo labios. Y un golpe de sombra”.
Estamos mal. La música, por ejemplo, “está en medio del río, con la piedra en el cuello”. Y vivimos una época veloz... “Y no sé si estamos preparados para tanta velocidad. Me siento extraño, como si no me cupiera en la cabeza lo que sucede”.
Es, dice Pablo Guerrero ya por el enésimo café que nos tomamos, “como si todo se hubiese hecho viejo de repente, que impide que nazca algo diferente y nuevo”. Por eso es preciso, otra vez, que llueva a cántaros. De momento, en su gaznate, llueve café. “Es el sabor de mi padre. Cantar y tomar café, como si estuviera recordando aquel tiempo. Me gusta recordar la infancia”.
Y le gusta recordar la infancia a través de las comidas. La caldereta de cordero que hacía la madre en Extremadura. “Yo la hago, como ella”, asegura. El queso de cabra extremeño también le entusiasma. “Estoy en una edad en que la denostada nostalgia me gusta. Lo justo. Pero recordar te aligera la mochila”. Aquellos versos, “hay que doler de la vida, hasta creer / que tiene que llover a cántaros”, son el pasado, quizá, “pero ahora tendría que volver a llover a cántaros. ¿A qué sí?”.
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