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Joseph Woodland, coinventor del código de barras

El ingeniero tan solo obtuvo un beneficio de 15.000 dólares

Carolina García
Woodland, en los cincuenta.
Woodland, en los cincuenta.

Norman Joseph Woodland concibió, hace seis décadas, el código de barras en una playa de Miami. “Lo que voy a explicarle puede sonar a ciencia ficción”, sostuvo el inventor en la revista Smithsonian en 1999, “sin pensarlo, metí cuatro dedos en la arena y, por lo que sea, dirigí mi mano hacia mí, dibujando cuatro líneas. Y fue así como conseguí líneas anchas y delgadas que sustituían a los puntos y rayas del código Morse —una habilidad que había aprendido de niño en los Boy Scouts—. Quité mi mano y lo envolví en un círculo. Y así surgió el código de barras”.

Woodland, ingeniero mecánico y coinventor junto a Bernard Silver de este dibujo que se compone de rayas negras sobre fondo blanco y que es capaz de reproducir la información de cualquier cosa con un lector óptico, murió el pasado 9 de diciembre en Edgewater, Nueva Jersey, a los 91 años.

Su idea, desarrollada a finalesde los cuarenta y patentada en EE UU en los cincuenta, fue algo que sin duda se adelantó a su tiempo, aunque con ella no sacaran un beneficio mayor de 15.000 dólares. Este invento, en la actualidad, está en casi todos los establecimientos de venta del mundo. Es el método que hace el seguimiento de los libros de las bibliotecas, de los pacientes de los hospitales...

Nacido en 1921 en Atlantic City (Nueva York), como buen scout aprendió el código Morse, un paso determinante en la historia posterior de este invento. Durante la II Guerra Mundial participó en el Proyecto Manhattan, en el laboratorio Oak Ridge y se licenció en 1947 en la Universidad Drexel, de Filadelfia. En sus años de estudiante, ideó un sistema que administraba la música de los ascensores. Su método consistía en la grabación de pistas de audio en películas de 35 milímetros. De vuelta a su ciudad natal, Woodland lo quiso patentar, pero su padre se lo prohibió.

Tras esta decepción, regresó a la Universidad de Drexel para conseguir especializarse. Y fue entonces cuando un ejecutivo de un supermercado local visitó el campus implorando al decano el desarrollo de un nuevo método de codificación de los productos. Esta petición, a la que el decano se mostró reticente, intrigó al compañero de estudios de Woodland, Silver, quien sin dudarlo reclutó al fallecido. Los primeros pasos de ambos se dirigieron a imprimir la información en el producto con tinta fluorescente, pero resultó inviable. Woodland, tremendamente inmerso en el proyecto, abandonó la especialidad y se centró en encontrar una solución. Para ello, se aisló en la casa de sus abuelos en Miami, donde pasó casi un año sentado en la arena. “Entonces ya sabía que la solución tenía que ser un código”, según dijo por su conocimiento del Morse. “¿Qué ocurriría si se pudiera adaptar gráficamente este código elegante y sin límites de combinaciones?”, explicó a The New York Times. Tras varios meses, lo consiguió.

Cuatro rayas dentro de un círculo completo “que se puede detectar desde cualquier ángulo y así un empleado de caja puede escanearlo, gracias a un lector óptico, sin preocuparse por su orientación”, añadió entonces. En 1952 patentaron la idea y la vendieron a Philco por 15.000 dólares. Pero el invento no pudo aplicarse en la práctica, ya que requería un escáner con una enorme lámpara de 500 vatios. Hubo que esperar al desarrollo de la tecnología de lectura óptica por rayo láser y los microprocesadores. La patente expiró a finales de los sesenta, cuando Woodland trabajaba para IBM, empresa de la que fue empleado hasta su jubilación. Fue en 1970, cuando un colega de Woodland dio al invento la forma actual gracias, en gran parte, al trabajo de Alan Haberman, un ejecutivo de supermercado que difundió y distribuyó el código. Dicho método fue aplicado a la industria en 1973.

Woodland recibió la Medalla Nacional de Tecnología e Innovación en 1992 y entró en el Salón de la Fama de Inventores en 2011, junto a su compañero Silver. Aunque, sin ninguna duda, su mayor logro fue inventar un código que hoy en día ordena el mundo en el que vivimos.

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Sobre la firma

Carolina García
La coordinadora y redactora de Mamas & Papas está especializada en temas de crianza, salud y psicología, y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Es autora de 'Más amor y menos química' (Aguilar) y 'Sesenta y tantos' (Ediciones CEAC). Es licenciada en Psicología, Máster en Psicooncología y Máster en Periodismo de EL PAÍS.

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