La crisis de los cincuenta se la inventaron los monos
Un estudio en 'PNAS' muestra que los humanos compartimos esa etapa difícil con los grandes simios
Es duro llegar al ecuador de la vida, esa edad difícil en que nada crece salvo la frente y uno se desploma bajo la presión de los desamores, las regulaciones de empleo y los créditos hipotecarios sin siquiera saber cuándo empezó todo a ir mal. ¿Aprensión irracional? Nada de eso: la última investigación sobre el fenómeno no solo ha revelado que la crisis de los cincuenta existe, sino también que la hemos heredado de los monos. Al fin una desgracia de la que no cabe echar la culpa al banco.
Los economistas y los científicos del comportamiento han mostrado en los últimos años que el bienestar humano tiene forma de U a lo largo de la vida. El entusiasmo de la juventud viene a durar lo mismo que la juventud —poco— y suele ir sucedido por unos años amorfos en emociones y de un color gris macilento en lo biográfico: la crisis de la mediana edad. Demasiado viejo para el rock, demasiado joven para morir, como dijo el poeta.
Y no se trata de un mero efecto previsible del envejecimiento, porque el ánimo remonta en la edad tardía (de ahí la forma de U). La misma pauta se ha comprobado en muchos países y usando distintos indicadores del bienestar, entre ellos la valoración subjetiva de la felicidad y la medición objetiva de la salud mental. La mayor parte de los autores interpretan que la crisis de la mediana edad se debe a los problemas socioeconómicos que suelen aquejar al personal por esas fechas, como los divorcios o las deudas.
Pero un estudio publicado en PNAS por cinco investigadores coordinados por Andrew Oswald, del centro de ventajas competitivas en la economía global de la Universidad de Warwick, arroja hoy muchas sombras sobre esas interpretaciones sociológicas. El trabajo muestra que los humanos compartimos la crisis de la edad mediana con al menos 508 monos, incluyendo dos muestras de chimpancés y una de orangutanes.
A estos monos no les da la crisis a los 50 años, naturalmente, sino más o menos cuando cumplen la mitad de su esperanza de vida, sea la que sea para cada especie. Los autores destacan que el efecto se da plenamente en ambos sexos, y que deben excluirse de él los últimos años de vida, cuando las cosas empiezan a empeorar por última vez.
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