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Si Shakespeare viviese hoy, ¿escribiría para HBO?

La edad de oro de las series atrae talentos a un género antes creído menor La tele permite desarrollar una historia ¿El octavo arte?

Natalia Marcos
Algunos capítulos de 'Los Soprano' están al nivel de las mejores películas.
Algunos capítulos de 'Los Soprano' están al nivel de las mejores películas.

Un proyector que, a través de nubes de humo de tabaco, muestra toda una vida en fotos y pone al descubierto el alma de un personaje. Fundidos a negro que dejan sin aliento al espectador. Asesinatos entre mafiosos en una noche lluviosa a la luz de los faros de un coche. El ojo de un osito de peluche flotando en una piscina. Las series de televisión, o al menos algunas de ellas, piden paso con fuerza en el mundo del arte. Si ya está popularmente aceptado que el cine es el séptimo arte, ¿son series como Los Soprano, The wire, Mad men o Twin Peaks parte de una octavo y nueva categoría?

El altísimo nivel de las series que optaban al Premio Emmy como mejor drama de este año deja a la vista el momento dorado que vive la ficción televisiva. Mientras a las salas de cine les cuesta atraer a un público saturado de secuelas, precuelas, superhéroes y remakes, las teleseries conectan cada vez con más espectadores. Actores, directores y productores encuentran en la televisión las mejores historias y personajes. Ya en 1955 el director Alfred Hitchcock se dio cuenta de las posibilidades que ofrecía el formato televisivo y creó Alfred Hitchcock presenta para suministrar a los espectadores pequeñas píldoras de 25 minutos de suspense y misterio, algunas de las cuales están a la altura de sus mejores filmes. Ahora, Steven Spielberg y Tom Hanks están detrás de varios proyectos televisivos, y en la pequeña pantalla renacen grandes nombres de la historia del cine, como Maggie Smith, Jessica Lange o Anjelica Huston.

Mientras triunfan los seriales, a los cines les cuesta atraer público

Uno de los atractivos de las series para guionistas e intérpretes es la posibilidad de tener más tiempo para poder desarrollar una historia y un personaje. Cada capítulo de The wire o Homeland son pequeñas películas que, a la vez, forman parte de un todo mucho más complejo. Pero, además, el formato ofrece otras posibilidades de expresión artística que no son tan comunes en la gran pantalla. “El grado de experimentación en la televisión es elevado, aunque casi siempre los hallazgos provengan del cine. Lo que han hecho las series es normalizarlos. Breaking bad nos ha acostumbrado a la mirada de la máquina. La estética de cámara de seguridad y de cámara al hombro fue el signo de identidad de The wire”. Son solo algunos de los ejemplos que pone Jorge Carrión, autor del ensayo Teleshakespeare (Errata Naturae), que destaca Mad men como ejemplo de perfección estilística en el campo televisivo: “Cada plano es una fotografía de Capa, un cuadro de Hopper, un plano de Hitchcock o de Kubrick”. Sin embargo, para él no puede decirse que sea una novedad la ambición artística de las series de televisión: “Hace décadas que la excelencia se encuentra en ciertos productos televisivos, desde capítulos de Alfred Hitchcock presenta hasta Twin Peaks, pasando por muchas series europeas”.

¿Realmente puede considerarse que algunas ficciones televisivas son arte? “El que un relato visual sea considerado arte no depende hoy de su formato”, explica Antonio Muñoz Carrión, profesor de Sociología de la Comunicación. Según expone este profesor de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, no existen unos requisitos para poder calificar algo como artístico. “Para que algo se considere arte, se exige una creencia generalizada en su valor artístico. Y esa creencia hay que producirla, difundirla y consolidarla”, añade. “Nuevos géneros visuales, como algunas series, recurren a retóricas que le hacen sombra no solo al cine, sino también a la propia novela. Desde la perspectiva de la sociología de la recepción, las series aportan nuevas experiencias vitales: se alejan del acto individual y ritualizado que supone la asistencia a una sala de exhibición para experimentarse en un contexto propio, con la libertad temporal y el confort que ofrece el universo doméstico. Además, facilitan las relaciones grupales y promueven una experimentación compartida”, prosigue. Para Alberto Nahum García, profesor de Comunicación Audiovisual en la Universidad de Navarra, “el problema está en entender el arte únicamente como algo elitista, para muy entendidos. Y no: las mejores series, o el mejor cine comercial demuestran que el arte puede ser muy popular, como lo eran las novelas del XIX o los cuadros de Velázquez. Entendibles para todos, aunque con diversos niveles de lectura”.

Los episodios se ven en casa, frente al rito de ir a una sala de exhibición

Tony Soprano, Walter White, Gregory House, Dexter Morgan, Don Draper, Jimmy McNulty… Los protagonistas de las series son uno de los secretos de su éxito. Seres oscuros, con dobles caras, con muchas cosas que ocultar. Personajes ambiguos. “La calidad también se ha elevado por medio de la ambigüedad moral. Eso de que hay buenos y malos es un espejismo. Las series se conjugan en gris y juegan con antihéroes con los que nos obligan a empatizar, con asuntos que constantemente nos enfrentan al muro de la conciencia. Esto enriquece el alcance artístico de las series, multiplica sus lecturas e, incluso, las hace más atrevidas políticamente, como ocurre con Homeland”, desarrolla Alberto Nahum. De esa droga llamada personaje también escribe Jorge Carrión en Teleshakespeare: “Hay algo de fascinación y mucho de identificación con esos personajes conflictivos, villanos abyectos y, al mismo tiempo, seductores con encanto”. Al contar con más tiempo narrativo para poder desarrollar sus personalidades y para mostrar sus diferentes aristas, la identificación termina siendo mayor. Buena parte del éxito de una serie reside precisamente en los personajes que pueblan las historias.

Ya se ha convertido en un tópico repetido cientos de veces eso de que el mejor cine se hace hoy en la televisión, afirmación que cuenta con tantos defensores como detractores. Entre estos segundos se encuentra el crítico Jordi Costa. “Cine y televisión son cosas distintas: el cine puede ser forma pura y, a partir de ahí, también puede permitirse el lujo de ser poema, ensayo o abstracción, además de relato. En televisión manda la trama, el poder del continuará. No hace falta decir que el mejor cine está en televisión: por fortuna, en la televisión de hoy está la televisión, que es extraordinaria. Tampoco es necesario decir que Shakespeare escribiría hoy para la HBO: Aaron Sorkin, David Simon, Ricky Gervais y Larry David son autores puramente televisivos y no hay que tratarlos con ninguna condescendencia”.

Los protagonistas ambiguos son una clave del éxito del producto televisivo

En el último festival SOS de Murcia, Costa fue el comisario de una exposición titulada Ficciones en serie que reunía a 13 artistas y sus particulares revisiones de la ficción televisiva y donde se trataba de demostrar la relación entre televisión y arte. “El arte contemporáneo debe tomarle el pulso a la contemporaneidad y, ahora mismo, hay muchas cosas que pueden ser mejor entendidas a partir de lo que dicen las ficciones televisivas”, dice. Sin embargo, Costa muestra las mismas dudas a propósito de las cualidades artísticas de las series y del cine. “Durante toda su historia, el cine ha vivido en medio de esa doble tensión: ¿es arte, es industria, es cultura popular? Después de cien años y pico de existencia parece que tenemos suficientes argumentos como para proponer que es las tres cosas a la vez, aunque no siempre al mismo tiempo”.

A pesar de que gran parte del público da por supuesto que capítulos o secuencias de Mad men o Los Soprano son puro arte, el cine todavía parece tener una categoría superior a las series. Para Pedro Pérez, presidente de Fapae (Federación de Asociaciones de Productores Audiovisuales Españoles), “es innegable que el cine goza de un reconocimiento superior, aunque a veces el resultado de alguna serie es muy similar”. “Siempre quedará la magia de encerrarse en una sala, compartiendo a oscuras una película con gente inicialmente anónima”.

No parece posible que la televisión termine quitando su puesto al cine, al menos por el momento, aunque el hecho es que cada vez más personas prefieren pasar una tarde de sábado viendo capítulos de sus series favoritas que salir a ver una película en pantalla grande. “Más que cambiar el cine y la televisión, lo que han cambiado son los comportamientos de las personas y la distribución de su tiempo de ocio”, añade Pedro Pérez, quien explica el trasvase de actores y directores del cine a la televisión por la “mayor continuidad” que aportan los trabajos en este segundo medio y porque “el porcentaje de actividad audiovisual en este formato ha aumentado mucho en los últimos años”.

Los antihéroes obligan a la empatía del espectador

Para Nahum García, en este caso, el medio es determinante. “Durante muchos años, la televisión no ha sido muy artística, ni innovadora ni atrevida. El medio es un cajón de sastre que acoge todo: información, magacines, realities, concursos… Pero en los últimos 15 años, obras como A dos metros bajo tierra, 24, Los Soprano o El ala oeste de la Casa Blanca limaron las resistencias de críticos y académicos hacia un medio tradicionalmente muy denostado”.

A pesar de esa posible resistencia, el formato televisivo tiene otras posibilidades que no están disponibles en el cine. “La televisión puede ofrecer 60 u 80 horas para desarrollar una historia, lo que permite multiplicar los conflictos a los que se enfrentan los personajes, detenerse en tiempos muertos, colocar un espejo al borde del camino, ahondar en las tensiones entre vida profesional y vida personal o, simplemente, jugar con las propias costuras del relato, como hacen Perdidos o Fringe”, añade. Jorge Carrión lo tiene claro en este punto: “Si hay aún consumidores culturales que creen que el cine es superior seguramente sea porque no han visto Los Soprano”.

Ficción televisiva y literaria

La relación entre series de televisión y literatura tiene múltiples caras. Muchas novelas han sido adaptadas con gran éxito a la pequeña pantalla. Dos de las producciones de más éxito de la cadena HBO están basadas en sendas sagas literarias. La lucha por el trono de hierro que refleja Juego de tronos es una versión de las historias escritas por George R. R. Martin en Canción de hielo y fuego. La imaginación de la escritora Charlaine Harris dio a luz a los personajes de True blood, aunque la serie haya terminado tomando vida propia. Algo parecido ocurre con Dexter. Su primera temporada reproducía el contenido de la novela El oscuro pasajero, de Jeff Lindsay, aunque en el resto de capítulos la serie ha ido tomando forma propia, pero sin perder la referencia de su origen literario. Sherlock Holmes, el famoso detective creado por Arthur Conan Doyle, vive una segunda vida en la pequeña pantalla gracias a la adaptación a los tiempos modernos que corre a cargo de la británica BBC. Un Holmes en Nueva York es el que se puede ver en Elementary, la nueva serie de la CBS, que añade la peculiaridad de convertir el personaje de Watson en una mujer. Una ficción televisiva emblemática como Perdidos contó con múltiples referentes literarios y era fácil ver en ella o en otras series como Doctor en Alaska echar mano constantemente del realismo mágico, de gran arraigo en la literatura del siglo XX.

La televisión actual toma elementos narrativos y recursos que se encontraban ya antes en la literatura de ficción. "Las series son el reino del guionista y la televisión se ha convertido en una máquina perfecta para contar historias. Ha heredado muchas características de la literatura por entregas", explica el profesor de comunicación Alberto Nahum. "Sus estructuras narrativas, incluso sus trucos para mantener la atención, entroncan con Conan Doyle, Dickens o Hammett". Como añade Jorge Carrión, profesor de Literatura Contemporánea en la Universidad Pompeu i Fabra, "la novela se ha impuesto como gran modelo narrativo: lo hizo con el cine, lo ha vuelto a hacer con el videojuego, el cómic y las series de televisión. Los lectores estamos sedientos de ficciones y nos gusta poder escoger entre varios lenguajes para consumirla".

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Sobre la firma

Natalia Marcos
Redactora de la sección de Televisión. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, donde trabajó en Participación y Redes Sociales. Desde su fundación, escribe en el blog de series Quinta Temporada. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y en Filología Hispánica por la UNED.

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