“El café para todos ya no funciona, es una injusticia”
Alain-G. Gagnon habla un poco de catalán. Lo entiende mejor que lo habla. Pese a ser un ciudadano canadiense, la considera una lengua muy importante “porque es la de una nación que vive una situación muy similar a Quebec”, que es donde nació en 1954. Su interés por el catalán, y también por el castellano, que maneja mejor, viene espoleado por el mismo amor a la diversidad y la paz que le ha llevado a especializarse, como profesor de Ciencia Política de la Universidad de Quebec en Montreal, en estudios comparativos sobre federalismo, nacionalismo y ciudadanía, en los que es uno de los principales referentes.
Los asuntos que le apasionan crepitan ahora con estrépito sobre la parrilla de España, país que visita con cierta frecuencia; sobre todo, Barcelona. Y Valencia, donde acaba de publicar Temps d’incertituds (Editorial Afers), un libro de ensayos traducido a 15 idiomas. Gagnon, que ha estudiado la relación entre Quebec y Canadá hasta la médula, discrepa de quienes vinculan el recrudecimiento de las tensiones de los hechos diferenciales a la crisis económica. “Es una excusa”, refuta con la misma moderación que sorbe su café. Y lo razona: “Antes de la crisis económica ya había muchos problemas con las nacionalidades históricas. El debate es cómo desarrollar un sentido de comunidad dentro de una sociedad, como España, que es muy compleja y necesita ser mucho más abierta con respecto a los diversos pueblos que la configuran”.
Entre el amplio espectro de federalismos, Gagnon, que desconfía del modelo americano (“territorial”) prefiere el “multinacional”, que es el de Canadá, porque considera que en el mundo no puede haber cientos de Estados-nación. “España, como Canadá o el Reino Unido, necesitan una fórmula para acomodar a las naciones dentro de un sistema federal, y el federalismo multinacional es la mejor opción”, defiende. El diagnóstico del profesor, que dirige el Centro de Investigación Interdisciplinario de la Diversidad en Quebec, es que España precisa cambiar el Estado de las autonomías. Valora los frutos que ha dado en estos años, pero ahora “esos frutos están demasiado maduros”. Y ahí resurge la tensión con “un centro trata de imponerse en aspectos que únicamente son de responsabilidad de las comunidades autónomas”.
En su análisis detecta una exigencia urgente de “reinventar las relaciones con dignidad, con moderación entre los pueblos que forman no la nación españolista, sino la nación de España”. Y lo subraya en fosforescente: “El café para todos ya no puede funcionar, es una injusticia”. Sostiene que, si se trata a todas las personas de forma idéntica, se reproduce la desigualdad: “Si España desea continuar como un país que respeta a todas las comunidades, tiene que dar poderes adicionales a los grupos individuales para que puedan desarrollarse y realizar sus proyectos sociales y culturales”.
Pero en esa encrucijada española saltan las chispas. El profesor admite que hay un riesgo real de secesión en las tensiones entre Cataluña y España. Incluso en Bélgica con Flandes o en el Reino Unido con Escocia, unos procesos que, considera, la Unión Europea acabaría aceptando pese a que no puede alentarlos. Y enseguida ofrece el antídoto del federalismo, aunque es consciente de que tampoco es ninguna panacea: “Si no resuelve el problema, por lo menos que sirva para aprender a vivir juntos. El desafío es cómo vivir juntos sin desaparecer”.
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