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Retos para un telescopio gigante

La construcción del EELT, de 39 metros de diámetro, costará casi 1.100 millones

Fotografía de 360 grados del observatorio de Cerro Paranal (Chile) con los cuatro grandes telescopios VLT a la izquierda.
Fotografía de 360 grados del observatorio de Cerro Paranal (Chile) con los cuatro grandes telescopios VLT a la izquierda.eso

Hace tan solo 20 años, la idea de que pudieran existir sistemas planetarios orbitando alrededor de estrellas alejadas de nuestro Sistema Solar era una quimera. Hoy en día conocemos más de 800 exoplanetas (uno de ellos a menos de cuatro años luz), tenemos imágenes de alguno e incluso ideas rudimentarias sobre la atmósfera de otros. Al hilo de estos avances, surgen preguntas como: ¿Existen planetas habitables fuera del Sistema Solar? ¿Hay vida ahí fuera? Y no se las formulan únicamente los científicos, sino muchas personas que sienten una enorme y muy humana curiosidad por entender el universo en que vivimos.

Este ejemplo es solo uno de tantos que ilustran un hecho fundamental: muchos de los grandes descubrimientos científicos emanan de la utilización de grandes instalaciones científicas: observatorios astronómicos en nuestro caso. La mayor parte de los exoplanetas se han descubierto al medir el pequeño movimiento que provocan en la estrella alrededor de la que orbitan. Han sido necesarios para ello telescopios potentes e instrumentos de gran precisión. Las pocas imágenes de esos exoplanetas que existen, se han obtenido con telescopios muy grandes (de más de ocho metros de diámetro) y una técnica llamada óptica adaptativa, también de aplicación al ojo humano. Pero también sabemos que para detectar otras tierras en estrellas lejanas, harán falta mayores telescopios y mejores instrumentos.

Solo el éxito de este proyecto garantizará el liderazgo europeo en astronomía

Una parte muy importante de estos y otros avances de la astronomía contemporánea ha sido posible gracias a que hace algo más de cinco decenios, un grupo de astrónomos europeos tomaron la iniciativa de proponer a sus Gobiernos la construcción de un nuevo observatorio, compartido entre varios países.

El beneficio más inmediato será la generación de actividad en la I+D+i

El 5 de octubre de 1962, hace 50 años, los Gobiernos de Alemania, Bélgica, Francia, Holanda y Suecia firmaron en París la convención por la que se establecía el Observatorio Europeo Austral (ESO, por sus siglas en inglés). En la actualidad consta de 14 países (incluida España, desde 2006) y se prepara la entrada de Brasil. El espíritu de cooperación es el pilar principal de esta organización.

Al primer observatorio que el ESO estableció en Chile (La Silla), le siguió el de Paranal, un cerro al pie de los Andes en una de las zonas más secas del planeta y con mejores condiciones para la observación astronómica. En Paranal se encuentra el observatorio astronómico más potente y más productivo del mundo, con cuatro telescopios de 8,2 metros que constituyen el llamado VLT (Very Large Telescope), además de otros telescopios complementarios. La cooperación con otros socios internacionales ha sido también el elemento clave en la construcción del ALMA, un radiotelescopio con 66 antenas diseñado para observar las moléculas de las que se forman estrellas y planetas y presentes ya en las primeras galaxias. Con el ALMA integrada en sus actividades, ESO es ahora referente en astronomía óptica, infrarroja y submilimétrica.

Después de cada descubrimiento, surgen nuevas incógnitas

Como sucede casi siempre en ciencia, para cada pregunta a la que se encuentra respuesta o después de cada descubrimiento, surgen nuevas incógnitas y nuevos retos. ¿Hay planetas terrestres alrededor de otros soles? ¿Hay trazas de vida en sus atmósferas? ¿Cómo se forman las estrellas y los sistemas planetarios? ¿Cómo se comporta la materia alrededor de un agujero negro? ¿Cuándo se iluminó el Universo, apareciendo las primeras estrellas? ¿Han cambiado las constantes de la física a lo largo de la historia del Universo? ¿Es la energía oscura lo que hace que el universo se expanda de manera acelerada?

¿Existen planetas habitables fuera del Sistema Solar? ¿Hay vida ahí fuera?

Las respuestas a algunas de estas preguntas vendrán en parte de la explotación científica de los observatorios punteros de ESO así como de otros telescopios —entre ellos los que operan en suelo español—. Pero sin duda, el mayor reto para la astronomía europea es construir el telescopio europeo extremadamente grande EELT, de 39 metros de diámetro, con óptica adaptativa y con la instrumentación más avanzada. Hasta ahora 7 de los 14 Estados miembros de ESO se han sumado al proyecto. Me consta que el resto (incluido España) están trabajando para conseguir sumarse. El EELT está diseñado para responder a algunas de las preguntas formuladas anteriormente. Se apoya en la sólida estructura intergubernamental que lleva funcionando en el ESO desde hace 50 años. Solo si el EELT es un éxito, Europa podrá mantener su actual posición de liderazgo en astronomía más allá del 2020.

Y ahora viene la construcción del EELT, siempre y cuando los Estados miembros de ESO aprueben definitivamente este paso. Se trata de un proyecto de algo menos de 1.100 millones de euros a desarrollar en 11 años. Una gran parte del coste de construcción se contratará a industrias de los Estados miembros de ESO. Así, el beneficio más inmediato de la construcción del EELT será la generación de actividad en el sector de la I+D+i, algo de lo que Europa está muy especialmente necesitada en los actuales momentos de crisis y recesión. Todos estos argumentos a favor de construir el EELT se aplican de forma amplificada, si cabe, a España donde la astronomía es la disciplina con mayor producción científica y donde la industria está muy especialmente capacitada para acometer la construcción de una instalación como esta.

Estoy convencido que el espíritu cooperativo que ha presidido los primeros 50 años del ESO será la base para su futuro. Y que a Europa, con España firmemente integrada en ESO, le esperan otros 50 años en cabeza de la astronomía mundial.

Xavier Barcons es profesor de Investigación del CSIC en el Instituto de Física de Cantabria (CSIC-UC) y presidente del Consejo del ESO.

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