Manuel Calvo Hernando, pionero de la divulgación científica
Autor de unos 40 libros, fue director de Televisión Española y subdirector del diario 'Ya'
Manuel Calvo Hernando, periodista especializado en la divulgación de la ciencia, murió este jueves en Madrid, a los 88 años. No habrá entierro: ha donado su cuerpo a la ciencia y con él aprenderán ahora los estudiantes de Medicina como antes aprendieron los de Periodismo. Así se cierra un círculo que comenzó en 1955, cuando asistió al primer encuentro internacional Átomos para la Paz. Allí encontró su vocación periodística, de la que fue pionero en España y en Hispanoamérica.
Cuatro decenas de libros y miles de artículos le convierten en una de las referencias en español de esta disciplina. En 1971 fundó la Asociación Española de Periodismo Científico, la rama española de la Asociación Iberoamericana, que, junto al venezolano Arístides Bastidas, había fundado en 1969. Nacido en 1923 en Fresnedillas de la Oliva (Madrid), su vida giró siempre en torno a tres pilares: el periodismo científico, Iberoamérica y su familia.
El diario Ya, en el que comenzó de redactor y terminó de subdirector, y el Instituto de Cultura Hispánica, del que era jefe de prensa, fueron los ejes de su vida laboral. En el Instituto, por las mañanas, recibía con su proverbial sentido del humor a los becarios de tantos y tantos países con los que mantenía larguísimas relaciones. Por las tardes, como redactor jefe de Ya, cuando solo había un redactor jefe en los periódicos, lidiaba con la información diaria. Por eso, en casa siempre ha habido noticias en circulación y siempre se ha escuchado el español de los dos lados del Atlántico. Y quizá por eso sus tres hijos varones se dedican a este oficio en el que tanto le hemos visto disfrutar.
Siempre tenía palabras amables y siempre trató de ayudar a quienes se acercaron a él pidiendo consejo, desde sus primeras responsabilidades hasta ayer mismo, cuando una joven periodista paraguaya le solicitó por correo electrónico consejos para orientar su carrera. Y en ese medio siglo largo, además del esfuerzo profesional, también tenía tendida la mano a las personas: gracias a su esposa, aliada y compañera, María Josefa, había preparada comida para todos en la mesa familiar y se tomaba como una afrenta el que no sobrara algo… por si llegaba alguien. Aquella mesa, una auténtica balsa, parecía un organismo internacional iberoamericano.
Dotado de una más que notable capacidad de trabajo, fue capaz de atender a sus empleos, de escribir libros, de estar con su familia, de cruzar un centenar de veces el Atlántico y dar cursos, seminarios y conferencias sobre periodismo científico. A los 75 años, en 1999, se doctoró como periodista científico con una tesis que era un compendio de los libros y manuales de teoría e historia del periodismo científico que había escrito. Fue, más que un acto académico, un homenaje.
En 1982, ya en otros tiempos, acompañó a su gran amigo Carlos Robles Piquer, presidente de RTVE, en calidad de director de Televisión Española, medio en el que ya se había esforzado por divulgar cuestiones relacionadas con la ciencia. Tras su jubilación en el diario Ya, a mitad de los años ochenta, justo cuando el viejo matutino comenzaba a enfilar la cuesta abajo al final de la cual se despeñaría, se entretuvo escribiendo una docena de libros, y volvió a ser profesor, en este caso en la Universidad San Pablo-CEU. Además, continuó desplegando toda su actividad con colaboraciones para diversos medios y, sobre todo, atendiendo peticiones que le llegaban desde cualquier lugar, en general desde Iberoamérica. Todo ello hasta que, en 2008, empezó un lento declinar que le llevó al olvido de casi todo.
Además, fue vicepresidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, de la que tenía el carné número 35. En la Transición a la democracia no necesitó salir de su perfil estrictamente profesional para echar una mano a compañeros detenidos y ponerse del lado de los nuevos tiempos, aunque fuera solo para no despegarse de los vientos que se colaban por las ventanas de las habitaciones de sus hijos. Mientras el actual Rey juraba su cargo, él estaba frente a la cárcel de Carabanchel —¡un poco engañado por ellos, es verdad!— para reclamar la libertad y la amnistía para todos. Aquella fue su carrera más precipitada delante de la policía. Durante toda su vida de periodista, tal y como definió el oficio en un soneto a él dedicado por el poeta José García Nieto, trató de “tomarle el pulso al mundo en cada instante”. Ayer dejó de latir el suyo.
Firman el obituario sus hijos, Juan María, José Manuel, Susana, Mercedes y Antonio Calvo Roy.
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