¿Qué debe saber un docente?
El Foro Latinoamericano de Educación debate en Buenos Aires sobre los conocimientos que deben manejar los profesionales de la enseñanza
Qué debe saber un docente y por qué. La pregunta es lo suficientemente compleja como para debatirla durante tres tardes. Y eso es lo que se ha hecho desde el lunes hasta este miércoles en el VIII Foro Latinoamericano de Educación, organizado en Buenos Aires por la Fundación Santillana, perteneciente al Grupo Prisa, editor de EL PAÍS. Unos 200 profesionales de la educación, entre funcionarios, rectores y estudiantes de magisterio, asistieron el pasado lunes en la sede porteña de la fundación a la conferencia con la que el catedrático de Sociología de la Universidad Complutense Mariano Fernández Enguita abrió las jornadas. Fernández Enguita dibujó el panorama al que se enfrentan unos profesores en tiempos de cambio. “El gran problema en Latinoamérica hoy en día”, confesaba uno de los asistentes, “es la falta de formación de muchos docentes. Llegaría uno a sorprenderse de lo poco cualificados que están muchos maestros”.
Durante las tres jornadas, a las que asistieron, entre otros, la viceministra de Educación de Paraguay, Cynthia Brizuela Speratti, y el viceministro de Educación de Ecuador, Pablo Cevallos, se produjo un acuerdo más o menos tácito en que no había grandes respuestas para la gran pregunta de qué debe saber un docente y por qué debe saberlo.
En el propio documento base sobre el que se organizaron los debates, redactado por la profesora de la Universidad de Buenos Aires Flavia Terigi, se asume que, a pesar de las muchas investigaciones que durante décadas han abordado las relaciones entre los viejos y los nuevos saberes en el profesorado, aún hay interrogantes imposibles de responder. Sin embargo, eso es precisamente lo que, según la profesora Terigi, no hay que olvidar nunca: la complejidad del problema. Porque una vez que se asume lo difícil que es encontrar respuestas adecuadas, se evitan las soluciones simples que parecen descubrir “pretendidos resortes ocultos”.
Entre esas soluciones engañosas, Terigi destaca tres:
-El reclutamiento de los docentes más talentosos. Esa teoría, según Terigi, considera un problema el hecho de que sean los jóvenes pobres quienes ocupen el puesto de docentes, ya que no estarían lo suficientemente capacitados. Además, parte de la base de que el talento es un bien escaso. Y entonces: “¿Cómo resolver, con recursos tan escasos, el problema de una profesión tan masiva como la docencia?”
-Los exámenes a los docentes. Hasta ahora, según el documento base del foro, no se ha encontrado ningún sistema de evaluación apropiado para unos estándares nacionales y cuyos resultados puedan traducirse en un justo sistema de incentivos.
-Premiar con dinero a los que consigan mejores resultados para sus alumnos. Esta aparente solución, igual que la primera, olvida el hecho de que la educación, antes que nada, es un derecho. Por tanto, “resulta moralmente insostenible y políticamente injusto aceptar una cuota de mala praxis”.
Las tres “soluciones fáciles” incurren, según la profesora Terigi, en el defecto común de echar sobre los hombros del profesor responsabilidades que superan su cometido. “Sobrecargar al desempeño docente de responsabilidades en la mejora de la calidad no es muy diferente de colocar en las familias la responsabilidad de sostener la escolaridad de los alumnos”, concluye el documento base del foro.
Por tanto, “¿qué debe saber un docente y por qué?” La pregunta, al cabo de tres jornadas de debate, continuaba flotando en el aire. Pero el documento base con el que se abrió el foro recordaba que para encontrar las respuestas es bueno recordar que no todo lo que no se puede comprender suficientemente ha de ser una deficiencia. “Hay conocimientos que se tienen más bien en la punta de los dedos que en la cabeza”, recordaba Terigi. Y también es preciso contar con ellos, con ese saber que ni el propio docente sabría verbalizar.
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