El 26% de la población rechaza el cambio de un fármaco de marca por un genérico
Una de cada 40 personas se ha confundido cuando el farmacéutico ha hecho una sustitución por principio activo
Los medicamentos genéricos (los fabricados con la misma composición que los de marca cuando estos pierden la patente) son ya unos grandes conocidos por los pacientes españoles. De acuerdo con la última encuesta sobre el asunto, que presentan hoy Metroscopia y la patronal de los fabricantes de estos productos, Aeseg, el 92% los conoce, aunque solo al 77% le merecen confianza y un 22% se fía menos de ellos que de su equivalente de marca.
Estos productos son, de partida -y por ley-, más baratos (hasta un 40%) que el que reproducen. Y por eso han sido una herramienta clave en las políticas para recortar el gasto farmacéutico de todos los Gobiernos, fueran del PP o del PSOE. De hecho grandes medidas, como la implantación de precios de referencia (un máximo que es el que queda cubierto para las recetas del Sistema Nacional de Salud) que introdujo hace 10 años el PP o la prescripción por principio activo (que el médico indique en la receta el nombre de la molécula que tiene la capacidad terapéutica y no la marca; omeoprazol en vez de Losec, por ejemplo), que aprobó el año pasado el PSOE, serían imposibles sin ellos.
Pero, pese a esta utilidad económica, el uso de estos fármacos en España no está al nivel de lo que sucede en otros países europeos. Los datos de la patronal indican que representan el 10% en valores y el 23% en unidades (número de cajas). Ello no ha empañado el éxito de este tipo de medidas, porque lo que ha sucedido en España es que, para poder seguir entrando dentro de la lista de fármacos que los médicos del sistema público pueden recetar, los fabricantes de los productos de marca han bajado sus precios al de los genéricos. Por eso la patronal Farmaindustria, que agrupa a los fabricantes de productos de marca, da otra visión del mismo hecho, y es que la mayoría de las recetas, se mida como se mida, está ya a precios de genéricos, sean los primeros en llegar al mercado o los demás.
El sector de los genéricos ha intentado con frecuencia que esto no pudiera suceder, y ha propuesto incluso que los fármacos de marca no pudieran rebajar su precio tanto como ellos. Pero esto nunca ha sido aceptado por las autoridades, que no encuentran una razón por la que un proveedor no pueda abaratar sus precios tanto como quiera. Y menos teniendo en cuenta que ambos tipos de productos son equivalentes terapéuticamente.
Esto último, la bioequivalencia, es la clave para que un genérico pueda llegar al mercado. Y ahí el sector todavía no tiene ganada la batalla de la opinión pública. Ese 22% de ciudadanos que todavía se fían menos de ellos que de los equivalentes de marca, en una horquilla que va del 26% de Cataluña al 15% de la Comunidad Valenciana, según el trabajo de Metroscopia, demuestra que todavía hay recelos.
Otra visión de ese recelo lo da la encuesta cuando pregunta qué preferiría un usuario si le recetan por principio activo. El 55% dice que un genérico, y el 26% que el de marca. Aunque la decisión está, la mayoría de las veces, en manos de los farmacéuticos, que son los que eligen, solo un 9% pondría en sus manos la decisión. También está en la idea de que un 12% dice que le hace menos efecto.
La encuesta pregunta por uno de los aspectos que ha sido clave en la campaña de resistencia contra los genéricos que ha efectuado en los últimos años Farmaindustria. La patronal argumenta que la posibilidad de que un farmacéutico cambie el producto que dispensa (siempre entre equivalentes), dando cada vez el que sea más barato, es un riesgo añadido sobre todo en el caso de los pacientes polimedicados mayores, ya que cada fabricante tiene una presentación distinta (la caja, la forma de la cápsula, su color) que puede hacer que quien está acostumbrado a que la pastilla contra la tensión sea, por ejemplo, amarilla no tome bien la medicación si unas veces esta es amarilla y otras roja. Precisamente para evitar esto el decreto de prescripción por principio activo -y las políticas al respecto de algunas autonomías, como Andalucía, que fue pionera- prevén que el médico pueda impedir, si lo justifica, que haya un cambio.
Pero esto no es lo habitual. Un 29% de los encuestados afirma que el farmacéutico o el médico le ha modificado un tratamiento habitual (de marca) y se lo ha cambiado por uno con un genérico. De ellos, un 8% (el 2,4% del total) admite que ha sufrido alguna confusión por ello.
Esto tiene su importancia. Se calcula que los errores con la medicación están relacionados con el 30% de los ingresos en urgencias, por ejemplo. Pero las propuestas que ha habido para evitar este inconveniente han sido rechazadas. Por ejemplo, grupos de farmacéuticos y de pacientes defienden lo que llaman bioapariencia. Esto quiere decir que, por ejemplo, en los grupos de fármacos más frecuentes, los equivalentes sean parecidos (por ejemplo, que todos los de la tensión sean amarillos y los del colesterol, azules). Pero esto ha sido rechazado siempre por los fabricantes, ya que esos colores y la manera de dispensación son parte de la imagen de marca, aparte de que puede complicar o encarecer el proceso de fabricación.
Pese a todo, la convivencia entre genéricos y medicamentos de marca está llegando a un momento de cierta tranquilidad. El año que viene acaba la situación actual en la que hay dos sistemas de regulación de patentes (uno que protege el proceso de fabricación y otro que lo hace con el producto final), que ha hecho que los fabricantes pleiteen.
Pero se abre otro frente, que es el de los fármacos biológicos. Estos son generalmente proteínas que se fabrican en cultivos de células o bacterias, y no en un laboratorio tradicional, juntando reactivos. Ese origen biológico hace que el resultado final sea más difícil de fijar. La célula produce una serie de compuestos, y es la mezcla (hasta cien millones de moléculas en alguno de los tratamientos anticáncer de Roche, por ejemplo, según explicaron representantes de la compañía durante una sesión en Basilea a la que invitaron a EL PAÍS) la que está aprobada y patentada. Esto hace que sea más difícil conseguir un genérico, lo que no quiere decir que no se haya logrado (los hay de insulina y hormona del crecimiento, por ejemplo). Lo que significa es que si bien dos moléculas de acetilsalicílico, por ejemplo, son siempre idénticas, las fabrique quien las fabrique, dos viales de un anticuerpo monoclonal es más difícil, por no decir imposible, que lo sean. Esto quiere decir que los teóricos genéricos -que los expertos de los grandes laboratorios prefieren denominar biosimilares- deberán pasar mayores pruebas para demostrar que pueden sustituir al de marca.
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