"Me creí Dios"
Los dos enfermeros de Uruguay admiten que algunas de sus 16 víctimas no eran terminales
Sabían lo que estaban haciendo. Los dos enfermeros uruguayos que han reconocido haber matado al menos a 16 personas en dos centros sanitarios de Montevideo eran conscientes de que algunas de sus víctimas no se encontraban en situación terminal, según han indicado a este periódico sus propios abogados. Marcelo Pereira, de 40 años, repartía su jornada entre el hospital público Maciel y la clínica Asociación Española, una de las más prestigiosas del país. En uno mató a tres pacientes y en la otra a dos. A todos los enfermos les inyectó morfina y ninguno de ellos se encontraba en situación terminal. En la mutua de la Asociación Española coincidió con Ariel Acevedo, de 46 años, quien ha asumido la muerte de 11 personas a las que administró oxígeno en las venas. “Unos pacientes de Ariel sí estaban en situación terminal y otros no”, admite su abogada, Inés Massiotti. Acevedo y Pereira se conocían pero no hay constancia de que actuaran en equipo. Andrea Acosta, una enfermera de la Asociación Española, fue acusada de complicidad y detenida por no informar a sus superiores sobre un homicidio perpetrado en diciembre.
Los dos sanitarios inyectaron aire o
morfina a los pacientes
La abogada uruguaya Inés Massiotti, amiga íntima de Acevedo, decidió asumir su defensa cuando topó con él en los juzgados el pasado viernes. “Hace un año Ariel empezó a ver que la gente sufría. Y motu proprio, erradamente, decidió cargar una jeringa de 20 centímetros cúbicos de aire y se las inyectaba en una vena a los pacientes. A los pocos minutos les causaba una embolia pulmonar que podía terminar en un paro cardiaco. A veces llegaba el médico de guardia y lograba devolverlos a la vida. Otras veces fallecían. El sábado le pusieron decenas de fotos de pacientes. Y fue diciendo a quiénes había matado. Esta sí, esta no, esta no… así hasta 11. Yo le dije: 'Vos te creíste Dios”. Él confesó todos los hechos y pidió perdón. Dijo: 'Sí, me creí Dios'. Contó que no sabe qué le pasó de un año para acá. Y entendió cuando lo detuvieron que él no era el dueño de las vidas de esas personas”.
“Ese mismo sábado pedí una pericia psiquiátrica sobre mi cliente para determinar si está trastornado y no se le puede imputar el delito”, continúa Massiotti. “Ariel se crió en un pueblito que se llama Minas. Fue violado a los 13 años por su cuñado. Vino a Montevideo y trabajó de policía. Después estudió enfermería y tenía muy buenos informes por parte de sus superiores. Llevaba casi 20 años conviviendo con su pareja, un comerciante de artesanías. Yo los casé hace unos cuatro años, cuando se legalizó en Uruguay la unión concubinaria, que es prácticamente lo mismo que el matrimonio. La pericia fue muy exhaustiva, duró tres horas y determinó que es plenamente consciente de sus actos, tenía conciencia y voluntad de que haciendo eso esta gente moría. Pero la propia pericia determina que Ariel relata una gran angustia por lo que hizo. Su circunstancia es muy diferente a la del otro enfermero”.
La policía recibió denuncias anónimas el pasado 2 de enero provenientes de los centros médicos. Pero el caso que hizo disparar las alarmas fue el de la diabética Santa Gladys Lemos, de 74 años, ingresada con convulsiones el pasado 1 de marzo en el hospital Maciel, donde trabajaba Pereira. Doce días después ya le habían dado el alta. Estaba preparando el bolso para marcharse a casa junto a su esposo y su hija cuando empezó a sentirse mal. Siete horas después había muerto. La justicia detuvo el viernes a los tres enfermeros. Durante un fin de semana que se prolongó hasta el domingo a las diez de la noche tomó declaración a unos 15 testigos. Desde la Asociación Española enviaron una furgoneta a los juzgados con 30 cajas de informes médicos.
Uno de los detenidos aseguró haber actuado “por piedad”
Diversos medios uruguayos informaron de que Marcelo Pereira había alegado como causa de sus homicidios el hecho de que se trataba de pacientes que no terminaban de morir y daban demasiado trabajo porque había que bañarlos a cada momento. Sin embargo, su abogado, Fernando Posada, desmiente tal extremo. “Pereira ha declarado que su móvil era la piedad. Les aplicaba morfina a pacientes que estaban en estado de cierta gravedad; no terminales, hay que aclararlo. Generalmente eran personas muy añosas [entradas en edad]. Les aplicaba calmantes no con la intención de darles muerte, sino para paliar el sufrimiento”. De momento, Pereira no ha contestado por qué mató a Santa Gladys Lemos, cuando ya le habían diagnosticado el alta. “Sobre ese caso concreto no le preguntaron”, admite el letrado.
Posada es también defensor de la enfermera Andrea Acosta, procesada como cómplice de uno de los 16 homicidios. “El fiscal y el juez le reprochan que ella tenía que haber hecho una denuncia o haber informado a sus superiores. Pero ella alega que no tenía pruebas, que los otros dos imputados sostenían cierto humor negro respecto a los pacientes y no sabía si lo que decían era verdad o no”.
Más ‘ángeles de la muerte’
"Le di de beber lejía con un vaso de plástico blanco. Tuve que dárselo yo porque ella no podía. Le dije 'verás que ahora te encontrarás bien'. Yo pensaba que la estaba ayudando, que le facilitaba la vida porque había perdido la cabeza". Es el relato de un asesinato que hizo el celador Joan Vila ante el juez y el fiscal que le investigaban por las muertes de ancianos en la residencia en la que trabajaba, La Caritat, en Olot (Girona). Inmutable, el hombre confesó haber matado "por compasión" a 11 ancianos entre 2009 y 2010. A tres de ellos les dio de beber líquidos corrosivos, que les abrasaron por dentro. Al resto, según él, los mató con un cóctel de barbitúricos (a seis) y con inyecciones de insulina (a dos). El fiscal le acusa de asesinarles con alevosía, a pesar del discurso de Vila, que aseguró que quería llevarles "a la plenitud". Los psicólogos no encontraron en Vila sentimientos de arrepentimiento. Desde octubre de 2010, cuando se descubrió el caso, espera el juicio en prisión.
Fuera de España, también ha habido casos de ángeles de la muerte, como el doctor Harold Shipman, que mató a 215 pacientes en Reino Unido entre 1971 y 1998. Shipman se suicidó en la cárcel en 2004.
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