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“Un político en un debate es como un trapecista sin red”

El especialista en los cara a cara electorales apunta a Bill Clinton como el maestro

Rosario G. Gómez
Schroeder admite que los debates son “un reality”.
Schroeder admite que los debates son “un reality”. GORKA LEJARCEGI

En Estados Unidos no se conciben unas primarias sin debates televisados. En España, sí. Sibilinamente, Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón han esquivado un cara a cara en su lucha por conquistar la secretaría general del PSOE. ¿Aversión a las cámaras o precaución? “Ha sido una lástima”, dice Alan Schroeder, profesor de la Northeastern University de Boston (EE UU), que lleva 15 años escrutando debates electorales en medio mundo. Pero sobre todo, afirma, ha sido una decisión poco edificante de los candidatos. “Una de las cosas más importantes en la carrera de un político es poder presentarse en un plató con su oponente”, apunta Schroeder en un exquisito español, fruto del año que ejerció de diplomático en la embajada de su país en Quito.

Comprobó entonces que las relaciones internacionales no le atraían tanto como los debates políticos. Lo descubrió en 1988, durante su etapa de estudiante en Harvard. Desde entonces escruta los formatos y su liturgia (la puesta en escena, la telegenia de los candidatos, las manías de los asesores) con una doble mirada: la de profesor y la de periodista. Su pasión es tal que algunos debates, como el primer cara a cara Nixon-Kennedy (1960), los ha visto unas 30 veces. “No entero, porque es muy aburrido”, advierte, “pero sí los momentos estelares”.

Schroeder sostiene que todo aspirante a gobernar un país debe tener la habilidad de presentar sus puntos de vista ante la lente de las cámaras y tiene claro que “la política moderna depende mucho de la televisión”. ¿Tanto como para ganar unas elecciones? “Es casi imposible decirlo tajantemente, pero no cabe duda de que es una oportunidad excepcional para presentarse ante el gran público”.

Visita Madrid invitado por la Academia de la TV y para desayunar ha elegido un local con una abundante gama de panes. “¡Me encanta el pan, aunque engorda!”, exclama. Este año (electoral en EE UU) le dará trabajo extra. Las televisiones, que patrocinan los debates, preparan ya los shows. Espectáculo al más puro estilo de Hollywood. “Son un reality más que un espacio donde se discuten asuntos importantes para la nación”, explica. “Los políticos quieren tenerlo todo muy controlado. Y un debate en directo no se puede controlar. Es como un trapecista sin red: la oportunidad de ver un fracaso fatal o un espectáculo. Lo predecible es horrible. La lucha por negociar detalles ridículos solo pone de manifiesto la inseguridad de los equipos de los candidatos. No es algo racional, sino miedo a la televisión”.

“La política moderna depende mucho de la televisión”

Los caprichos (léase “guerras psicológicas”) llegan a tal punto que se discute el tamaño de los camerinos o el lugar en que se sientan las esposas de los candidatos en el escenario. Pero pocas exigencias, apunta, superan la de Nixon: media hora antes de comenzar uno de los célebres cara a cara con Kennedy hubo que repintar el plató porque el color de su traje se fundía con el gris de la pared.

Tras haber examinado centenares de emisiones, Alan Schroeder señala sin pestañear a Clinton como el maestro de los debates políticos. “Tenía un talento natural, un estilo personal fascinante, expresaba sus ideas de manera clara y breve. Y además, ensayaba. Era como la estrella de un circo”. Un estilo que ha heredado Hillary Clinton. ¿Y Obama? “Su problema es que no le gusta debatir”.

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