El ecoturismo florece con timidez en China
El parque natural de Jiuzhai, Patrimonio de la Humanidad, busca un difícil equilibrio entre el turismo masivo y el respeto al Medio Ambiente y a la cultura tibetana
Antes eran los japoneses el paradigma del turismo masivo y con prisas, pero ahora los han reemplazado los chinos. Con una diferencia importante: su población multiplica por diez a la del país del Sol Naciente. El rápido crecimiento económico y la veloz construcción de infraestructuras llevan a todos los rincones de la República Popular, y de más allá, hordas de personas que actúan como termitas en el Medio Ambiente y en la cultura local. Por donde pasan los tours chinos no vuelve a crecer la hierba, aseguran los especialistas en turismo sostenible.
Pero no es así en todas partes. Existen lugares privilegiados que han diseñado planes para encauzar de la mejor manera posible el nuevo afán por conocer mundo de la mayor población del globo. El parque natural de Jiuzhai, uno de los más bellos del planeta, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1992 y hogar de un ecosistema único y casi virgen en sus 720 kilómetros cuadrados -que alberga hasta 300 especies animales-, es uno de ellos. "Es imposible evitar que la gente se interese por visitar un lugar del que han oído hablar desde que eran niños, pero sí podemos hacer que su impacto sea mínimo", explica Kieran Fitzgerald, consejero de Turismo Sostenible del parque.
Se impide el acceso con vehículos privados y unas pasarelas de madera trazan los recorridos permitidos
El verdadero objetivo del programa de ecoturismo es introducir en el viajero chino la conciencia ecológica
Solo 106 kilómetros cuadrados están abiertos al público y se ha establecido un límite diario de 20.000 visitantes
A primera vista, no parece que hayan tenido mucho éxito. Los minibuses abarrotados de turistas impacientes armados con cualquier gadget que tenga cámara siguen llegando a decenas, preparados todos sus ocupantes para retratarse haciendo el signo de la victoria frente a los espectaculares lagos azules y las cascadas de cuento de hadas. Pero las apariencias engañan, y hay que seguir sus pasos para descubrir que el lugar ha logrado mantenerse casi intacto.
Todo gracias a unas pasarelas elevadas, de madera, que trazan recorridos de varios kilómetros alrededor de los lugares más conocidos, evitando así que los rebaños que siguen a los pastores armados con megáfonos se desperdiguen. Además, se impide el acceso con vehículos privados: solo se pueden utilizar los autobuses del parque que, aunque consumen diesel -los vehículos eléctricos serían incapaces de acometer las empinadas pendientes del lugar-, se revisan y se limpian a menudo para evitar las emisiones más contaminantes. Por último, solo 106 kilómetros cuadrados están abiertos al público -con unos 56 kilómetros de caminos-, y el parque ha establecido un límite diario de 20.000 visitantes.
No obstante, Fitzgerald considera que ese cupo es todavía demasiado elevado, y reconoce que se suele rebasar durante la temporada alta -verano y la fiesta nacional del 1 de octubre-. Por eso, el verdadero objetivo va más allá de evitar el daño medioambiental, y resulta mucho más ambicioso: introducir en el viajero chino la conciencia ecológica. Para ello, el equipo de este joven irlandés diseñó y lanzó en 2009 el programa de Ecoturismo de Jiuzhai.
No ha sido fácil. "En gran parte me contrataron porque en China no se sabe qué es exactamente el ecoturismo. Todos están interesados en desarrollarlo, pero nadie sabe cómo", cuenta Fitzgerald. Además, el Gobierno no está totalmente convencido. "Miran mucho el beneficio por visitante, una variable en la que el ecoturismo siempre estará en desventaja". Y, claro, afecta también el hecho de que el turista chino todavía no se ve atraído por modalidades como la del senderismo. "Muchos han crecido en zonas rurales más o menos pobres, y ahora lo que quieren es viajar con comodidad y visitar el mayor número de lugares en el menor tiempo posible, porque tampoco les sobran las vacaciones. No disfrutan caminando durante horas por aldeas que les puede recordar a las que ellos abandonaron".
Por eso, y porque los precios son elevados -1 día cuesta 40 euros; 2 días y una noche, 75 euros; y tres días con dos noches de acampada, 130 euros- los números son todavía muy modestos. "En 2009 fueron 88 los turistas que participaron en el programa de ecoturismo, mientras que en 2011 hemos cerrado con 400", todavía lejos de la capacidad máxima de 3.000. Y la mayoría son extranjeros.
"Poco a poco va calando la cultura del turismo alternativo entre jóvenes chinos, sobre todo universitarios de ciudades grandes, que se interesan por la naturaleza y la cultura, pero todavía son mayoría quienes solo quieren sacarse una foto para decir que han estado en algún lugar", analiza Gao Miaomiao, una joven de la provincia de Hebei que sí disfruta dejándose la suela de las botas en el barro. Ha pasado cuatro días recorriendo los valles de Jiuzhai y algunas de las aldeas de los alrededores del parque.
En esas últimas es donde queda en evidencia el lado oscuro del turismo masivo chino. "El parque es un santuario muy protegido, pero fuera de él la situación es muy diferente", reconoce Fitzgerald. "El número de turistas que viene en sus propios automóviles desde Chengdu [capital de la provincia de Sichuan] se ha multiplicado por diez en los últimos años, y a eso hay que añadir el impacto que ha tenido el nuevo aeropuerto. Muchas veces las 25.000 camas de Jiuzhaigou se quedan cortas". Por eso, en la pequeña ciudad se vive un boom inmobiliario sin precedentes. "No hay control sobre las construcciones, el año pasado se destruyeron las últimas dos casas de madera que quedaban en pie, y el tratamiento de basuras es deficiente. El ecosistema fuera del parque está en peligro, y también la cultura tibetana".
Porque el lugar, situado en la prefectura de Aba, a las faldas del Himalaya, es uno de esos bastiones tibetanos fuera del Tíbet, que últimamente ha llamado la atención del mundo debido a la inmolación de una docena de monjes en el monasterio de Kirti. No obstante, el dinero no sabe de etnias, y el turismo ha provocado que muchos habitantes hayan abandonado su forma de vida tradicional, generalmente ligada a la agricultura y la ganadería, para dedicarse al turismo.
Buen ejemplo de este vuelco son las aldeas abandonadas por las que Fitzgerald lleva a sus viajeros. Situadas a casi 3.000 metros de altitud, quedaban demasiado lejos de los turistas, así que sus pobladores decidieron marcharse, dejar los cultivos -entre los que se encuentran muchas plantas medicinales-, y mudarse a la cuneta de la carretera, donde sirven las ansias de exotismo de los viajeros chinos.
"A veces es triste, porque tienen que entonar canciones comunistas y muchos chinos de la etnia mayoritaria han los humillan con bromas de mal gusto, sobre todo cuando han bebido demasiado", cuenta Fitzgerald. A esto se suma un sistema educativo que ha dejado de lado la lengua tibetana, y el éxodo de los jóvenes hacia las ciudades que representan el milagro económico del siglo XXI. "La nuestra es una lucha que no acaba más que de empezar, y que entiende el cuidado del ecosistema también en su vertiente social y cultural", apostilla el irlandés.
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