El abuelo de España
Los árboles son los seres más viejos del planeta, pero la edad no es la única razón para que sean extraordinarios
Vive en Rascafría, Madrid, a considerable altitud en plena sierra de Guadarrama. Ya no goza de la lozanía de antaño y está arrugado, pero conserva el porte y se mantiene en pie a pesar de los años. Es bastante anciano. Ha visto pasar por delante más de una guerra. Algunos dicen que ya era un buen mozo cuando los musulmanes entraron en la Península allá por el año 711, pero lo que es seguro es que tiene más de diez siglos de vida. El ser vivo más longevo del que se tiene conocimiento en España es un árbol, un tejo, el Tejo de Rascafría, un árbol catalogado como singular.
Para entrar en este selecto club hay que acreditar una altura de gigante, un tronco importante, una copa que pueda cobijar a una orquesta bajo sus ramas o, como los árboles se lo toman con calma, muchos años.
Eucaliptos y pinos suelen ser los más altos. Quizá el techo español lo ostente un eucalipto plantado hacia 1880 en Chavín, Lugo, que supera los 62 metros de altura. Detrás están los pinos canarios de Villaflor, con más de 50 y el haya de la Grevolosa, Barcelona, con 42.
Si hablamos de tallas XXL, los más numerosos son los castaños, olivos y robles, aunque la palma se la lleva el drago de Icod de los Vinos, Tenerife (16,40 metros) y un viñatigo de la Gomera, Canarias, con 16 metros de cintura. Pisándoles los talones, El Campano, un enorme castaño del Bierzo que se queda en unos respetables 15,62 metros.
Los de mayor envergadura se encuentran en las regiones más cálidas y soleadas de la Península. El quejido de las Hermanillas y el de la Veguera Negra, ambos en Cádiz, tienen una copa de 37 metros de diámetro. Quizá la más famosa sea la Encina de las Mil Ovejas (Valle de la Alcudia, Ciudad Real), cuyo nombre ya da una idea del tamaño de su sombra, que es de más de 800 metros cuadrados.
Árboles hermosos, grandes, imponentes, generalmente al final de sus días y la mayor parte de las veces con una historia o leyenda a su alrededor, como el roble de Gernika, dado oficialmente por muerto en 2004, pero con un lugar indeleble en la historia del País Vasco.
Por todas estas razones su catalogación y protección es importante, ya que esta facilita el cuidado y, en algunos casos, la extracción de material genético para conservar su ADN. Son más de 3.500 los árboles censados como singulares en España y que gozan de un nivel aceptable de protección, pero son muchos más los que quedan por descubrir. A esta labor se dedica Bosques sin Fronteras, ong que ya ha integrado en su base de datos a miles de ellos y que ofrece en su página web material para reconocer a estos seres, auténticas leyendas vivas.
Ahora mismo crece en nuestros bosques un árbol que, con suerte, llegará a ser viejo, muy viejo o alcanzará unas dimensiones ciclópeas. Es uno más, un desconocido entre miles, pero tal vez dentro de siglos podrá ser admirado por nuestros descendientes, como ahora lo hacemos con el Tejo de Rascafría.
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