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El editor hispanoamericano

En el mismo restaurante donde cenaban Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, en el barrio de La Recoleta de Buenos Aires, Francisco Pérez González, a quien todos llamábamos Pancho, tenía una mesa siempre reservada. Ahora ese es un hueco simbólico, uno de los numerosos huecos que deja este gran editor, símbolo del editor hispanoamericano del siglo XX, cuya historia es también la historia de una vocación por juntar, a través de los libros y de las ideas, a las naciones que hablan español. Pancho murió hoy, a los 84 años. Nació precisamente en Buenos Aires, pero en seguida se vino a vivir a España, y Cantabria fue su origen y su tierra.

Tenía aquella mesa en La Recoleta, y era igualmente bienvenido en todos esos países, a los que viajó desde muy joven, y en los que contribuyó, con su amigo Jesús de Polanco, a crear Santillana, la editorial que este diciembre cumplirá cincuenta años. En Hispanoamérica la figura de Pancho no era sólo la del creador editorial, sino la del ciudadano que iba y venía proclamando la amistad como el factor en el que se sustenta la ambición editorial: amistad, conversación, puntualidad, rigor en el cumplimiento de los compromisos. En él, como en Polanco, esas características eran virtudes cardinales, que se fueron convirtiendo en el libro de estilo de su manera de afrontar un negocio difícil que sólo se puede llevar adelante con esfuerzo, con sentido común y con sentido del humor, que fueron, por otra parte, normas esenciales de su conducta.

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Pasó por todos los escalones del oficio; fue librero, editor, generó encuentros fundamentales para el desarrollo del gremio; desarrolló, como editor, colecciones en las que combinó el humor (de Rafael Azcona, por ejemplo) con la reflexión religiosa (de Teilhard de Chardin, entre otros, a quien introdujo en lengua española). Cuando en julio del año pasado le hicieron doctor honoris causa en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, que, entre otras, fue su universidad, recordó ese oficio: "Colocaba las cajas por la mañana, las recogía por la noche, y sobre todo tuve ocasión de hablar con gente muy interesante". Entre esos autores que Pancho traía y llevaba de sus fructíferas excursiones por las estanterías iberoamericanas estaban el Alberti del exilio, el Camus inencontrable, el Neruda perseguido por la censura española...

Eso ocurría a principios de los años cincuenta; él hizo circular así libros difícilmente disponibles en la España de entonces. Ese intercambio, que era también un intercambio de ideas, le convenció de que podía abordar la tarea de un editor, y eso le llevó a crear Taurus en 1954, y le condujo, en 1960, a compartir la aventura que iba a iniciar Polanco en 1960. La coincidencia feroz de la muerte hace que ahora el cincuentenario de ese empeño editorial se conmemore con ambas ausencias.

El trabajo de Pancho no fue, en el ámbito editorial, tan solo el desempeño de una vocación personal que se encerrara en el ámbito de sus intereses como hombre de negocios; derramó su energía, que fue enorme, en propiciar encuentros de editores españoles e hispanoamericanos, hasta que consolidó (sobre todo en la UIMP) diálogos iberoamericanos que establecieron las bases de una cooperación que ha ayudado a la mejor salud del libro que se publica en uno y otro lado del Atlántico.

Su trabajo editorial, desde la constitución de Santillana, se desarrolló junto a Jesús de Polanco. A Pancho le gustaba rememorar ese encuentro que habría de ser decisivo en ambas vidas. Conoció a quien sería su socio en un partido del Racing, el equipo de su tierra. Se convirtieron en amigos, y aprovecharon esa coincidencia para juntar también sus intereses: Polanco quería crear una editorial y Pancho ya tenía una experiencia. Sólo no se pusieron de acuerdo en una cosa, que arreglaron con la campechanía que distinguió a los dos: Jesús iría tarde a trabajar, y Pancho iría temprano. "Y siempre fue así, y funcionó", me dijo Pancho en julio del año pasado cuando rememoraba esos tiempos que ahora son parte de la gran historia que construyeron juntos. Detrás de ese acuerdo sobre los horarios había una idea de Pancho. "Tengo la teoría de que es temprano cuando la gente discute. Y funcionó, hasta el final. Era", decía Pancho con respecto a su socio, "mi líder, mi socio, amigo".

Esa aventura común le convirtió a Pancho también en uno de los principales accionistas de Prisa, grupo editor de EL PAÍS; fue consejero, y luego consejero de honor, de PRISA, y fue vicepresidente de Timón. En el gremio editorial estuvo al frente de las principales organizaciones que agrupan a los profesionales de España y de América.

Su biografía es la de un trotamundos que hizo de Hispanoamérica una vocación y una realidad trasatlántica. Pero su raíz es única, y es Cantabria, a pesar de que naciera tantos kilómetros más allá. Por su tierra hizo todos los esfuerzos que un ciudadano puede hacer para honrar la raíz de la que viene. Disfrutó como un muchacho, siempre, de sus paisajes, de su gastronomía, de su buen tiempo y de su mal tiempo. Viajó con maletas enormes para hacer viajes de los que siempre volvía más enamorado de América, pero el regreso a Cantabria era como el hallazgo de una paz cuyo sosiego le ayudó a afrontar las calamidades de la vida y contribuyó a que disfrutara aún más de todo lo bueno (la familia, sobre todo, pero también Cantabria) que la vida le dio. Cantabria era su diapasón, su punto de referencia, su conversación más querida, en España y en América.

Cuando le invistieron doctor honoris causa en la UIMP Javier Pradera, editor también, dijo de que ese reconocimiento académico se proyectaba "a la vez sobre el mundo de la edición en España, y la persona que el gremio de editores elegiría sin duda por amplia mayoría como su mejor representante tanto por su larga trayectoria dentro de nuestro país como por su contribución al establecimiento y consolidación de los estrechos vínculos de ida y vuelta con América Latina". Ese espíritu, recordó Pradera, le llevó a Pancho crear el Liber en 1983.

Y ese espíritu es el que ahora se percibe cuando uno viaja por las librerías que fueron su territorio, por los conversatorios en los que él anduvo, paseando una bonhomía que le llevaba a ser popular en las tabernas literarias de América y también en las bibliotecas que supieron de su generosidad como editor y como persona.

José Ortega Spottorno con Francisco Pérez González
José Ortega Spottorno con Francisco Pérez González
Emiliano Martínez, presidente del Grupo Santillana, Ángeles González-Sinde, ministra de Cultura, y Ángel Gabilondo, responsable de Educación, en la capilla ardiente de Francisco <i>Pancho</i> Pérez González.
Emiliano Martínez, presidente del Grupo Santillana, Ángeles González-Sinde, ministra de Cultura, y Ángel Gabilondo, responsable de Educación, en la capilla ardiente de Francisco Pancho Pérez González.CRISTÓBAL MANUEL

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