Ciencia y política: superar el desamor
La cuestión es lograr que los políticos adopten el método científico como forma de aproximarse a los problemas
La actividad científica y la política han venido siendo objeto de recíproco desencuentro a lo largo de la historia. Mientras la primera se nutre del análisis, la subordinación a un método y el recogimiento intimista como necesarios pilares, la segunda se sustenta en la acción permanente, la respuesta inmediata y la presencia mediática. Estos aspectos inherentes a su propia naturaleza promueven con frecuencia un distanciamiento entre científicos de cualquier disciplina (con alguna menor frecuencia los sociales) y políticos en activo. La consecuencia de ello es no sólo la indiferencia mutua sino la pérdida de masa critica intelectual para quehaceres esenciales y el desaprovechamiento de recursos humanos o la pérdida de perspectiva. Sin embargo hoy más que nunca es necesaria una aproximación activa, una interacción dinámica entre ciencia y política.
En España hemos tenido y tenemos ejemplos, en general escasos, de científicos que permutan sus laboratorios o cátedras por despachos oficiales. Sus contribuciones a la toma de decisiones habrá que analizarlas con rigor pero estoy convencido de que en muchos casos fueron acertadas. Con todo, la cuestión no es incorporar científicos a puestos clave de la Administración, lo que en algunos momentos puede resultar conveniente y saludable, sino lograr que la política y sus profesionales adopten el método científico como forma de aproximarse a los problemas. El primer eslabón del mismo es la adquisición de información rigurosa y contrastada como elemento crítico para el análisis. Sufrimos un déficit crónico de información tanto sobre nosotros mismos como sobre la realidad que nos circunda y sin embargo aventuramos opiniones, actitudes y hasta decretos-ley sin un estudio cuidadoso de lo que somos o de lo que podemos saber.
La información, el aprendizaje son la base de la educación, la formación y la investigación, sin duda los retos más importantes que tenemos por delante como país y el único elemento capaz de sacarnos de esta o de crisis venideras con verdadera solvencia. Me gustaría poner algunos ejemplos de naturaleza diversa que permean nuestro ambiente en los últimos años y que son objeto de preocupación o polémica permanente. La epidemia de sobrepeso que padecemos es consecuencia básica de desinformación termodinámica. No es posible adelgazar si consumimos menos calorías de las que ingerimos, las dietas milagrosas no existen. Conocer cuanto gastamos con o sin ejercicio físico, cuanta energía aportamos cada vez que nos llevamos un alimento a la boca es factible por la información y la observación individualizada.
Permitir el velo en los colegios públicos podrá ser un signo de tolerancia pero también de injusticia si no informamos a sus portadoras de lo que significa este hecho y de los valores que representa. Defender el toreo como arte puede resultar atractivo, pero profundamente sesgado si los defensores ignoran las nociones básicas sobre fisiología del dolor en los mamíferos superiores. Denostar la prohibición de fumar en lugares públicos puede acarrear simpatías pero no lo hagamos sin saber de manera aproximada como se transforma una célula normal en una cancerosa por la acción del tabaco. La concesión de hipotecas de riesgo fue un elemento determinante de esta crisis: ¿Estaban los políticos suficientemente informados de lo que se cocía?
El método científico para llegar a conclusiones consensuadas que permitan ser predictivas y posibiliten la mejor de las decisiones a ejecutar es probablemente la contribución más distintiva de nuestra especie y debe formar parte de la vida pública, del debate político y de la cuestión social porque es el único elemento válido de progreso real. Necesitamos urgentemente información y formación. El mundo académico debe implicarse en la tarea ingente de informar al mundo político de lo que sabe y de lo mucho que le queda por saber, romper cualquier encastillamiento que le distancie de la realidad. Los políticos deben captar los mensajes, analizar sin descalificar, meditar y observar antes de legislar o ejecutar. La vieja dicotomía sobre acción y pensamiento sólo puede resolverse con la fusión permanente de ambas, diluyendo cualquier desamor, del mismo modo que la información disuelve progresivamente la ignorancia.
Santiago Lamas es investigador en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.