"No estamos de fiesta, hemos venido a luchar"
Un centenar de estudiantes pasan su segunda noche encerrados en la sede central de la Universidad de Barcelona
A las nueve de la noche terminan las clases en la sede central de la Universidad de Barcelona (UB), pero desde el jueves la facultad no se vacía al final del día: un centenar de estudiantes -cien menos que el primer día- permanecen encerrados en la sede del rectorado en protesta por la implantación del Espacio Europeo de Enseñanza Superior, conocido como proceso de Bolonia. El trajín en el vestíbulo de la UB es el propio de la hora punta, aunque con una diferencia: las carreras para llegar a clase, carpeta en mano, se sustituyen por la noche por animadas charlas regadas con cerveza.
La cháchara dura poco: a las diez de la noche del viernes se inicia la asamblea general. La reunión es desordenada, aunque se respetan todas las opiniones y reflexiones. Todos son invitados a participar, micrófono en mano, y a arengar a sus compañeros, que emiten su juicio usando el lenguaje de símbolos para evitar interferencias. Del proceso de Bolonia prácticamente no se habla, puesto que la opinión es más o menos compartida entre todos, expresada únicamente a través de los portavoces de la coordinadora de la asamblea y reproducida en las decenas de pancartas que copan la sede universitaria. Los estudiantes discuten sobre la organización del encierro, su difusión y sentido de la protesta. Desfallecer es el principal miedo de los encerrados. El rectorado les ha advertido que la ocupación del edificio debe cesar. El lunes será un día clave y ellos lo saben.
Acabada la asamblea, los más cansados, pocos, se trasladan al improvisado dormitorio habilitado en las escaleras. Otros continúan el debate: charlan en pequeños grupos, conocen a estudiantes de otras carreras y se relajan tras un día de intensas actividades. La noche avanza y el alboroto se traslada al patio de la facultad, dónde los estudiantes pueden charlar tranquilamente sin molestar a los que ya duermen. La mayoría descansan en los pasillos del rectorado, en el suelo y con sacos de dormir: si el encierro persiste, tienen previsto trasladar sus colchones para descansar cómodamente. El objetivo: resistir los máximos días posibles y continuar con la presión. "No se duerme demasiado bien, pero es para una buena causa. Aguantaremos aquí lo que haga falta", remacha un estudiante de pedagogía.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.