Un jardín secreto: mujeres que se refugian en la lectura
Con mucho amor y humor, el primer largometraje de María Elorza no es solo un homenaje a la literatura, sino sobre todo a las mujeres que se refugian leyendo.
En Argosy Book Store, una de las librerías con más solera de Nueva York, te atienden dos señoras de pelo blanco estupendas. Son, la suma de las dos, la perfecta estampa de la elegante bibliotecaria: falda de tweed, gafas redondas de pasta y jersey de cachemir. Como lo hizo la escritora Joan Didion en su día, ambas podrían protagonizar un anuncio de Celine, pero sería mucho más interesante escucharlas en una película como A los libros y a las mujeres canto, primer largometraje de María Elorza, un precioso homenaje a la literatura a través de la relación de cuatro mujeres con su biblioteca. La película, que empezó su andadura en el Festival de San Sebastián y aterriza a finales de este mes en el de Róterdam (Países Bajos), se acerca a la vida de estas mujeres ya mayores cuya trayectoria se puede trazar a través de sus estanterías. Con mucho amor y humor, esta película de cine-collage habla de las bibliotecas personales como jardines a los que hay que podar, librar de malas hierbas y regar.
Merece la pena leer completa la sinopsis de la película: “Una mujer casi fue llamada Avioneta. Otra tuvo una biblioteca en el asiento trasero de su coche. Otra se fractura un dedo con los estantes rebeldes de su librería. Las cigarreras escuchan lecturas mientras trabajan. Las planchadoras recuerdan poemas. A todas ellas, les canto. Contra fuego, agua, polilla, polvo, ignorancia y fanatismo, un ejército anónimo de mujeres cuida de los libros. Se trata de una resistencia íntima, sin épica, sin revolución, sin armas”.
La directora María Elorza ha contado que el desencadenante de A los libros y a las mujeres canto fue el azar. Un día a su madre, italiana como la voz narradora, se le cayó encima una estantería de libros. Elorza acudió a la casa familiar alarmada, su madre se había herido con el accidente, pero pasado el susto la hija decidió grabar lo que se había encontrado allí y, además, entrevistarla para saber cómo había sido su relación con esos tomos que ahora se amontonaban en el suelo. Su madre es una de las cuatro mujeres que abren la puerta de su intimidad lectora de una forma radicalmente diferente. “La literatura y las obras de los grandes autores no pertenecen solo a los catedráticos o a quienes dan cátedra. La literatura con mayúscula se esconde en los álbumes familiares de la gente sencilla”, dice la narradora en este precioso y singular homenaje a las mujeres y los libros.
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