Por qué un vestido de una firma ‘low cost’ puede llegar a costar 1.000 euros
Algunos precios de cadenas de moda pronta están por las nubes. ¿Qué hay detrás de la estrategia?
Es un runrún que nos perseguía en cada visita a Uterqüe o cada vez que echábamos un vistazo a la colección de Topshop Unique. Las cadenas se están pasando con los precios. Sobre todo teniendo en cuenta el carácter efímero de la moda pronta. Si desembolsamos un poco más de lo que marca la etiqueta podemos llevarnos algo de un diseñador que empieza o frecuentar las rebajas de una boutique de firma. Todos lo habíamos pensado en algún momento, y ahora los críticos de moda nos dan la razón.
Jess Cartner-Moyle, de The Guardian, ha puesto el dedo en la llaga con un artículo en el que apunta que en materia de precios, se están acortando las distancias entre cadenas y firmas. La periodista británica compara cómo un vestido de terciopelo de Topshop se vende por unos 1200 euros, mientras que los solicitados mocasines de Gucci cuestan 520 con descuento. Cartner-Moyle auguró que las piezas más prohibitivas de la colección de Balmain para H&M se quedarían en las perchas. Ahí no tuvo demasiada puntería, como ella misma reconoce. No sólo se agotaron: reaparecieron en ebay por tres veces más. Para su sorpresa y la de muchos, la gama más inasequible de las cadenas se vende, incluso se agota. ¿Quién adquiere estos artículos de moda pronta a precios de firma?
Según la consultora experta en negocios de moda Estefanía Berasategui, el consumidor “se ha vuelto impredecible”. A los compradores de alto poder adquisitivo no se les caen los anillos por ir a revolver ropa. Las casas de lujo, por su parte, ya no quieren vivir en una burbuja y están interesadas en atraer a un segmento aspiracional sin tanta solvencia. Están convencidos de que los millenials harán el esfuerzo de desembolsar una gran cantidad si consideran que un producto en concreto merece la pena. “Los países emergentes han acelerado estos cambios” opina Berasategui. “Actualmente se consume sin complejos. El comprador está muy informado y tiene criterio propio, no recurre tanto a los logos.”
Eso que decía Carrie Bradshaw de ¨vestidos de 5 dólares con zapatos de 500¨ se ha quedado como apunte nostálgico. Ahora todo es considerado simplemente moda y los códigos se funden. Una multimillonaria como Dasha Zhukova puede llevar un vestido de menos de 300 euros de Self Portrait a la boda de Pierre Cashiraghi, los catálogos de Zara usan a tops y fotógrafos de primera, las famosas se tiran de los pelos por ropa de H&M con etiqueta de Balmain, y Vetements, la firma del nuevo director creativo de Balenciaga Demna Gvasalia, comercializa prendas de tienda de segunda mano (recicladas) a precios de milla de oro.
Por otra parte, las cadenas low cost y el lujo han establecido una simbiosis a través de las colaboraciones puntuales. A unos les aporta caché y a otros difusión. Incluso se ha comprobado que la popularidad de las líneas asequibles da un empujón a las ventas de la firma principal.
La pregunta del millón es que si con precios cada vez más prohibitivos, las cadenas no corren el peligro de perder su público base. Berasategui cree que no tiene por qué ser así: “La moda pronta estudia muy bien al cliente y responde rápido con nuevas estrategias. Si en un momento cree que tienen la posibilidad de posicionarse hacia arriba, lo hace conservando el mass market. Es el caso de Inditex y también el de H&M que mantienen diferentes marcas (el grupo sueco engloba COS, Other Stories, Cheap Monday, Monki y Weekday). Eso no significa que su oferta más asequible vaya a desaparecer”.
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