Por qué Trump no debería negar una acusación de violación diciendo «no es mi tipo»
No es la primera vez que el republicano deslegitima denuncias por abuso sexual criticando el físico de la supuesta víctima. Tampoco es el único hombre poderoso que lo ha hecho. Analizamos por qué el argumento es tan desafortunado.
«No es mi tipo». Con este argumento desmentía Donald Trump la acusación de violación lanzada por la periodista E. Jean Carroll la semana pasada. Aunque la Casa Blanca ya había refutado el testimonio de la columnista en cuanto se publicó su historia en New York Magazine, el presidente volvió a negarlo cuando fue preguntado por el diario The Hill. «Lo diré con mucho respeto: número uno, ella no es mi tipo; número dos, nunca ha ocurrido. Nunca ha ocurrido, ¿de acuerdo?», contestó Trump. La periodista, que aparece en la portada de la revista con un discreto vestido negro y el titular “Esto es lo que llevaba puesto hace 23 años cuando Donald Trump me atacó en un probador de Bergdorf Goodman”, asegura que en los 90 el empresario le pidió consejo para comprar lencería, la animó a probársela y terminó penetrándola durante un instante, aunque después logró escapar.
No es, ni mucho menos, la primera vez que el presidente de Estados Unidos utiliza este razonamiento para negar una acusación de abuso sexual. Lo hizo, por ejemplo, cuando en 2016 Jessica Leeds lo denunció por haberla manoseado a principios de los 80 durante un vuelo en el que compartían asiento. «Créanme, no sería mi primera opción. Búsquenla en Facebook y lo entenderán», afirmó entre risas durante un mitin. Una respuesta similar a la que dio ese mismo año cuando la colaboradora de la revista People, Natasha Stoynoff, lo acusó de «empujarla contra la pared y meterle la lengua hasta la garganta» durante una visita a su casa en 2005 para hacerle una entrevista. «Echa un vistazo. Mírala. Analiza sus palabras y dime lo que piensas. No lo creo», dijo en aquella ocasión.
Detrás del argumento «no es mi tipo» o «no sería mi primera opción» se esconde una peligrosa lectura de lo que implica una agresión sexual o una violación. Como afirma la periodista Megan Garber en The Atlantic: «El abuso sexual no tiene nada que ver con la atracción sexual. Va de poder. Se trata de la fuerza que una persona ejerce sobre otra». No es la única voz que ha señalado lo inapropiado del argumento, independientemente de si la acusación es verdadera o falsa. Es importante señalar en este punto que E. Jean Carroll es la mujer número 22 que acusa a Trump de agresión sexual.
El conocido presentador estadounidense Stephen Colbert criticó a Trump en su late show por dar una «muy, muy mala razón por la que es inocente». «No sucedió porque no es tu tipo. Así suena un hombre que se da cuenta en mitad de la frase de que no está hablando con Billy Bush», dijo Colbert en referencia a la controvertida filtración en la que Trump aseguraba a Bush, presentador de la televisión americana, que «cuando eres una celebridad te dejan hacer lo que quieras, puedes hacer lo que quieras. Agarrarlas por el coño. Puedes hacer de todo».
La valoración «no es mi tipo» conecta, además, con el largo historial de burlas referentes al físico de las mujeres perpetradas por el presidente. Donald Trump lleva utilizando la misma estrategia para deslegitimar a las mujeres que condenan su actitud o forma de gobierno. Llamó «cara de caballo” a Stormy Daniels, una actriz porno que calificó en su libro los encuentros sexuales que mantuvo con el presidente como «las menos impresionantes de su vida», para dejar claro que jamás había tenido una relación con ella. Tampoco esa fue la única vez que ha utilizado comparaciones con animales e insultos en general para referirse a las mujeres. «Gordas», «feas», «cara de cerdo» o «perras» son algunas de las lindezas que ha soltado por su boca. De Hillary Clinton dijo que era «asquerosa» y el sobrepeso es uno de sus argumentos favoritos para juzgar el físico de las mujeres. «No es mi tipo» se suma a esa lista de apreciaciones que las cosifican convirtiéndolas en productos sexuales. Él es el consumidor que decide si quiere o no ‘consumirlas’ dependiendo de si su físico se ajusta o no a sus estándares de exigencia.
Esta idea se repite en los discursos de muchos otros hombres, especialmente poderosos. Basta con recordar la polémica sentencia del tribunal italiano que anuló una condena de cárcel a dos acusados de haber drogado y violado a una joven de 22 años por ser «demasiado masculina, fea y poco atractiva para ser violada». O aquella ocasión en la que Jair Bolsonaro –actual presidente de Brasil– desacreditó a una diputada de izquierdas que en 2003 lo acusó de promover las violaciones por su discurso de odio hacia las mujeres afirmando que ella «no merecería ser violada porque es muy mala y muy fea».
Este tipo de faltas de respeto misóginas son también muy utilizadas contra las mujeres en las redes sociales, sobre todo, si se declaran feministas. El argumento se ha convertido en el más recurrente de Trump para desacreditar los testimonios de sus supuestas víctimas y de momento, al menos, le ha servido para desviar la atención. Numerosos medios incluido The New York Times han cambiado el titular de los reportajes que cubrían el caso dejando atrás la acusación de ella («me empujó contra la pared») y dotando de protagonismo la defensa de él: «No es mi tipo. Trump, acusado de nuevo de agresión sexual, recurre al viejo insulto». Un cambio de foco que, además, otorga una narrativa de atracción y erotismo a un acto que se sitúa en las antípodas de ambos conceptos. Para violar o abusar de una mujer no importa su físico, su edad, su raza, su profesión… Solo hace falta un hombre dispuesto a ejercer su poder sobre ella.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.