‘Síndrome Boquería’: cómo evitar que el turista mate de éxito al mercado del barrio
Ser un ‘must’ de las guías y listas acarrea que miles de viajeros te pisoteen el encanto. Para evitarlo, los mercados más famosos del mundo ponen en marcha medidas para tratar de evitar la masificación.
Juanita Leo vende pollos y demás aves de corral desde 1975 en un puesto esquinero de La Boquería. La transformación de este mercado de Barcelona en los últimos años –fue hace seis, según sus cálculos, cuando sobrevino la actual avalancha de turistas– le parece “fatal”, exclama. “Antes aquí se venía a comprar y ahora parece un circo. La gente se hace fotos y muchas veces no consume, todo son despedidas de soltero y excursiones”. El aumento de público en un mercado donde desemboca toda la humanidad de Las Ramblas, con un 30% de visitantes de paso en la ciudad según el Ayuntamiento, significa más personal de seguridad y limpieza. El gasto se reparte por igual entre los 225 establecimientos, sin tener en cuenta los que ofertan producto fresco y las que venden comida para llevar y en consecuencia generan más basura. Una práctica que va en aumento: un 20% de los puestos ofrecían algún tipo de take away en 2016, frente al 14% del 2011, según un informe reciente del Consistorio. Las bandejas de macedonia y los zumos multicolores simbolizan la nueva era. “Unos se están haciendo de oro y otros estamos en la ruina”, lamenta la pollera.
En pleno debate sobre la masificación de La Boquería, la CNN la catapultó como mejor mercado del mundo y “un punto popular para parar a la hora de la comida”. Al fin y al cabo, el resto de la lista también es carne de Lonely Planet, como el Union Square Farmer’s Market de Nueva York o el Or Tor Market de Bangkok. El segundo lugar lo ocupa el mayor mercado de pescado del mundo: Tsukiji, en Tokio, que cada día gestiona unas 3.000 toneladas. Tsukiji hace tiempo que limita su famosa subasta de atunes a 120 visitantes al día. Colarse en el evento significa llegar a las dos de la mañana para coger turno en una proeza del madrugar. El mercado japonés también ha restringido las horas de acceso a los turistas, que desayunan sushi a horas intempestivas y esquivan motocarros que circulan sin demasiadas contemplaciones a toda velocidad. Hay vigilantes que les invitan a salir de Tsukiji si no están dentro de la franja permitida. A la manera de los agentes cívicos que ha habilitado el Ayuntamiento de Barcelona en La Boquería, para disuadir de prácticas como sentarse en el suelo o recolocar con las manos la comida de los mostradores para una mejor composición de las fotos de Instagram.
La Boquería intercambia ideas con el Borough Market de Londres, sexto en el ránking de la CNN, explica el gerente del mercado de Barcelona, Òscar Ubide. “El Borough Market intentó partir el mercado en dos y separar la oferta para el cliente de la ciudad, el green market, de la oferta de degustación. No funcionó demasiado”, explica. En la actualidad, el Borough Market potencia el mercado de producto fresco los lunes y martes, cuando cierran muchos de los establecimientos gastronómicos. “Los mercados se transforman igual que las ciudades”, defiende el gerente de La Boquería. “Todos elegiríamos el mercado de hace cincuenta años, pero la realidad es esta y el comerciante lo que quiere es vender, no ser el protagonista de un pesebre”.
El fenómeno de cómo digieren los mercados la aldea global ha sido analizado en profundidad por Sara González y Paul Waley, de la escuela de Geografía de la Universidad de Leeds, en el artículo Los Mercados Tradicionales Minoristas: ¿La nueva frontera de la gentrificación? Se centraron en el Leeds Kirkgate Market, el mercado cubierto más grande de Europa, para explicar su caída y nuevo esplendor, que guarda paralelismos con los 2.000 mercados que existen en Gran Bretaña y los de otros lugares del mundo. De acuerdo con su tesis, el mercado tradicional, entendido como un lugar donde llenar la cesta de la compra a precios populares, se está extinguiendo. Sus clientes habituales, gente mayor con pocos ingresos y, en el caso de Gran Bretaña, minorías étnicas, ceden el paso a consumidores de clase media y alta ávidos de autenticidad pero a la vez con necesidades de consumo más sofisticadas. La “fetichización de la comida”, junto con la popularización de los supermercados para la compra del día a día, lleva a que en el mercado se busque una “experiencia gourmet”, con la consecuente subida de precios. Pero el factor decisivo en la transformación de los mercados ha sido una reestructuración urbana “diseñada para crear un espacio en el centro de ciudad privatizado y mercantilizado”. Según defienden, bajo una óptica neoliberal se espera que cualquier mercado funcione al máximo rendimiento económico. Incluso los de comida.
Eso explicaría la eclosión de mercados gastronómicos como la Lonja del Barranco de Sevilla, donde han invertido el torero Fran Rivera y el periodista Carlos Herrera, o el mercado de San Miguel en Madrid. Donde se va directamente a tapear, no a hacer la compra. También la gentrificación de lugares como Brixton, en Londres, cuna de David Bowie. En el epicentro de este barrio, históricamente de población afrocaribeña y uno de los más pobres de la capital inglesa, hay un mercado cubierto que la policía solía llamar “el súper de la droga 24 horas” en los 90. En 2009 lo rebautizaron como Brixton Village y pusieron en marcha la idea de alquilar los puestos gratis por tres meses para que se asentasen nuevos negocios. Fue un éxito: proliferaron los restaurantes y ya en 2011, un crítico gastronómico de The Guardian no dudó en calificarlos como “la más excitante, radical aventura en la escena de la restauración británica ahora mismo”. Hasta la cárcel de Brixton albergó un restaurante de moda, Clink. La clase media se aventuró a vivir en el barrio y solo en 2012 los precios de los alquileres subieron un 35%. Un año después, la apertura allí de la agencia inmobiliaria Foxtons fue recibida con pintadas de Yuppies out (Fuera yuppies).
Graffities similares, pero dirigidos a los turistas, han aparecido este último mes en Barcelona. Del usual Tourists go home (Turistas, iros a casa) se ha pasado a los amenazantes «tourismus macht frei» (“el turismo os hará libres”, parafraseando el lema de la entrada de los campos de concentración nazis) o «Parad de destrozar nuestras vidas». Al igual que en Brixton, el primero en enterarse de que la fisonomía de la ciudad estaba cambiando fue el mercado.
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