Gandía Shore, empieza el programa más vulgar
MTV ultima el estreno de su reality más polémico donde ocho jóvenes se pegan la gran farra en la localidad valenciana.
En televisión hay una máxima no escrita que dice que cuanto más hablen de ti, aunque sea mal, más audiencia hará tu programa. Porque, sí, los fans cuentan como espectadores, pero los detractores, también. Pónganle ahora unas gotas de polémica, briznas de escándalo controlado y una prensa local en pie de guerra sacando tajada, que el verano es muy malo y escasean los temas jugosos. Añadan entre los detractores un rifirrafe político dentro de la corporación municipal por las posibles consecuencias perniciosas para el turismo de familia y playa de la localidad y ya tienen los mimbres para lo que en argot televisivo se denomina como “reventar Sofres”, o sea, hacer una muy buena audiencia. Esta es la tarjeta de presentación de Gandía Shore, el reality de la productora Magnolia para MTV rodado en agosto en esa localidad valenciana y que consiste en llevarse básicamente de juerga a ocho veinteañeros sacados de un casting por el que suspiraron muchos ninis – cuatro chicos y cuatro chicas – con aptitudes de tronista (palabra acuñada en el programa Mujeres, Hombres y Viceversa también de Magnolia para definir a sus protagonistas caracterizados por lucir cuerpos moldeados tras horas de gimnasio, tatuajes, piercings, indumentaria provocativa y lograr comunicarse con un léxico reducido aliñado con abundantes “jo”, “tío” y “mazo”). Los ocho seleccionados han vivido juntos en una casa, trabajaban en un chiringuito playero un rato a mediodía, un poco de gimnasio por la tarde y por la noche, fiesta día sí, día también.
La idea no era nueva. Sigue la exitosa estela de Jersey Shore y Geordie Shore, dos pelotazos de audiencia de MTV que también se emiten en España. Jersey Shore, la versión americana y pionera en esto del reality del chundachunda, con audiencias millonarias y que acaba de anunciar que dice adiós con su sexta temporada, sigue las andanzas de ocho peculiares italoamericanos en la costa de New Jersey. No son los Hamptons así que ya se pueden figurar de qué va: cuerpos bronceados, mucho músculo, testosterona y silicona a gogó y desmadres nocturnos con escandalosas borracheras. Un mal ejemplo para los jóvenes tiernos, pero la tele es una maga en el arte de crear héroes de comportamiento cuestionable y de la noche a la mañana, tres de sus protagonistas, Snooki, Sammi y Pauly D se convierten en estrellas catódicas con muchos ceros en sus cuentas corrientes. Su réplica británica, Geordie Shore, riza el rizo del escándalo con amplias dosis de sexo, topless y escenas subidas de tono. El listón estaba muy alto así que Gandía Shore, lejos de convertirse en la madre de todas las farras arriesgando el buen nombre de Gandía, parece que se decantará por el humor. O frikismo, ese de ver a ocho individuos con un ego corporal desmedido ligando, haciéndose las uñas, machacándose en el gimnasio y plantándole cara a la resaca trabajando en un chiringuito a pie de playa. Y el de comprobar cómo día tras día muchos ciudadanos anónimos se las ingenian para acercase a ellos en busca de la efímera fama catódica cueste lo que cueste. Porque eso sí, a nadie le pilla desprevenido. En cada lugar de grabación hay carteles de la productora avisando del rodaje. Y la entrada de los gandiashores en cualquier lugar siempre va acompañado de un espectacular despliegue de cámaras, sonidos, guionistas y cinco efectivos de seguridad que velan, tanto por los participantes como por el resto del equipo.
Y aunque MTV solo ha distribuido estas fotografías, por la Red ya circulan otras tomadas por los veraneantes de Gandía.
MTV
A diferencia de otros realities como Gran Hermano o Supervivientes en los que los participantes no pueden salir de su casa-fortín o de la isla, en Gandía Shore no solo salen, sino que también está permitida la entrada de visitas, amigos, familiares y rollos de una noche. Con todas sus consecuencias, porque todo lo que suceda en esa casa queda grabado. Quien se adentra en la casa ha de firmar una autorización para ser grabado. A partir de ahí, todo se improvisa. Puede haber risas, broncas arrabaleras o sexo desaforado. Y lo hay. Más de uno y más de una se sorprenderá o arrepentirá en octubre al verse en la pequeña pantalla. Porque la noche confunde y, por lo visto, mucho. Es la libertad y los riesgos de la mayoría de edad. Aquí todos lo son y se supone que saben lo que hacen.
Tras un mes de convivencia el equipo de rodaje reconoce que ellos, más allá de los músculos, son “tíos legales”. Que en algún momento de grabación, en la playa bajo un sol implacable, alguno hasta sugiere a sus compañeros trasladarse a otro lugar a la sombra para que a los cámaras, que sudan a borbotones, no les dé una lipotimia. Que piden perdón mil veces cuando se les olvida la petaca con el micrófono tras entrar en el servicio a ducharse o a hacer sus necesidades. Ellas no es que no sean legales, pero gastan más carácter. Y pisan fuerte, con un aplomo aparente impropio de la edad. Una coraza de dureza para impresionar, epatar entre hombres que bravucunean de sus músculos y sus tatuajes y lo hacen con tanta fiereza que pueden dar miedo. Sobre todo cuando profieren exabruptos poco elegantes del tipo “no me sale del coño”. Pero es solo una coraza que se resquebraja con facilidad. Ríen sin contemplaciones, se enorgullecen abiertamente de su gente y lloran cuando las emociones les desbordan, que es muy a menudo. No son Blair Waldorf, más bien Vilma Picapiedra luchando por un hueco al lado de su Pedro Picapiedra. Más de Aída que de Gossip Girl. Ese es, en definitiva, el encanto de los gandiashores: sus pasiones son tan mundanas, ordinarias, vociferantes y reales que logran empatía de los suyos y de quienes los detestan. De hecho, mucho fashionista que otrora mataba por una invitación en la front row de Cibeles estos días hubiera matado por un 24 horas con los gandiashores. Los pijos, por definición, causan cierto repelús fuera de su entorno. Los gandiashores, que lo mismo enarbolan un estropajo en la cocina que una copa en vaso de tubo – pecado mortal entre quienes solo beben champán y cócteles en copa – enganchan igual que los personajes excéntricos de Callejeros. Magnolia y MTV lo saben y aguardan al estreno como agua de mayo con la vista puesta en los audímetros. No sueltan prenda de estimaciones de audiencia pero esperan arrasar por encima de su hasta ahora producto fetiche el reality de Alaska y Mario.
Pero, ¿cómo son las chicas Gandía Shore? De entrada, no son ninguna invención de la productora. Existen en la vida real. Desinhibidas, atrevidas, deslenguadas, provocativas y, en ocasiones, con reacciones intempestivas dignas de Terminator. Femeninas a su manera que no tiene mucho que ver con los patrones que pretenden imponer las revistas de moda y estilos de vida para mujeres. Unos las llaman “juanis”, otros “canis” o “pijas chungas”. No les quita el sueño que Alexa Chung redondee su cuenta corriente diseñando trapitos para aprovechar su tirón como chica it, ni suspiran por tener la melena de Kate Middleton ni el estilazo de Poppy Delavigne. Les tiran más los tatuajes de Pink, los estilismos imposibles de Gwen Stefani, la indiscreción de Kate Perry, el afán de juerga de Paris Hilton y el me-pongo-el-mundo-por-montera de la desaparecida Amy Winehouse.
Con estas imágenes ya podemos hacernos una idea de cómo se las gastan los concursantes.
MTV
En cuanto al vestir digamos que practican la economía textil, el menos es más en lo que a tela se refiere. Cuantos menos centímetros de indumentaria, mucho mejor. Y no por los calores veraniegos de la bella localidad valenciana sino porque lo suyo no es insinuar, sino abiertamente mostrar. Escotes de vértigo, exiguos shorts, pitillos hiperajustados, minifaldas que apenas dejan espacio a la imaginación y lycra, mucho tejido ajustado, tanto da si se ciñe a un trasero respingón, o a un escote exuberante o a una cadera generosamente redondeada por las adiposidades. Ellas son muy de “priet-à-porter”. Prietas, muy prietas, seguras de sus anatomía, tanto da si es una talla 36 o más allá de la 40, que de todo hay.
Vestidas para matar y calzadas para matarse – o, al menos, para acabar con un esguince memorable – a tenor de los muchos centímetros de zapato que calzan en cada salida nocturna. Y que aguantan como unas campeonas, que ya quisieran muchas de quienes las critican resistir no ya una noche de fiesta, sino una boda familiar con su subsiguiente baile, barra libre y consabida conga con primos, tíos y cuñadas sobre tamañas alturas. Son las tres de la mañana pasadas y acaban de irrumpir en Bacarrá, discoteca mítica y madre de todas las fiestas en Gandía. Una copa, tonteo con algunos chicos, algún magreo si la suerte es propicia y a bailar. Así un día tras otro, no necesariamente por este orden. Esta noche los caballeros parecen aturdidos ante tanta voluptuosidad, miran, se dan codazos entre ellos, lanzan miradas chuscas, alguno se lanza por si acaso pero no hay nivel. No hay problema, esto es una discoteca y aquí se viene a bailar. Y ellas como reinas. En apenas instantes ya se han hecho con la situación y se encaraman a la plataforma de las gogós. A darlo todo bailando. Cuando los hombres, que para estas cosas andan despistados, las ven bailar basculando caderas al son de “dame más gasolina” y creen que es para provocar. Un poco sí, pero es que no hay otra. Sobre esos taconazos el tren inferior como bien sabe cualquier monitor de Pilates se limita a mantener el equilibrio así que el superior – caderas, manos y melenas – tiene que compensar agitándose como si no hubiera un mañana.
El pelo siempre impecable, aunque haya que tirarse una hora en el baño para doblegar mechón a mechón, que la humedad del Mediterráneo siempre fue mala para la estabilidad capilar. A ser posible, en negro azabache o melenón hasta donde la espalda pierde su honroso nombre de devastador rubio oxigenado. Nada de tonalidades medias ni ondas ñoñas. Y lo mismo con la manicura: siempre perfecta y superlativa. Uñas de gel, por supuesto. La manicura cuadrada y discreta es cosa de Carlota Casiraggi y eso no va con ellas. Ni que decir tiene que lucen generosos escotes siliconados desafiando a la ley de la gravedad, la prudencia y hasta a la coherencia de estilo.
Para los ojos, por el día gafas de sol con monturas de colores, por la noche kohl por toneladas. Y base de maquillaje como para embalsamar a todos los faraones del antiguo Egipto. Y mucha barra de labios. Todo superlativo. Llamativo. La discreción no es para las gandiashores.
Esta semana se hará oficialmente la presentación de la versión española del reality. Hasta entonces, MTV protege con uñas y dientes la imagen de sus ocho protagonistas aunque ya se sabe que no se le pueden poner puertas al campo y en el ciberespacio ya vuelan infinidad de instantáneas tomadas por los veraneantes que, este año, se han topado con un elemento más de diversión en Gandía. En blogs y redes sociales son la comidilla del verano. Unos los aman, otros los odian. Pero todos estarán ante el televisor en octubre, mes que se baraja como posible para su estreno. Empieza la cuenta atrás…
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