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Lila Downs: “Mi madre siempre me decía que las mujeres no debemos nunca hablar mal de otra mujer”

Es una de las artistas que mejor ha sabido combinar presente y pasado. Historia de la canción mexicana, que en ningún momento deja de lado los estilos más actuales. La cantante visita España para dar una gira de conciertos. Charlamos con ella sobre todo lo que ha aprendido en 30 años de carrera

Lila Downs
Lila Downs fotografiada en La casa de México de Madrid.David Mudarra
Abraham Rivera

Destila fuerza y presencia. Su pelo negro, recogido cuidadosamente a base de unas estilizadas trenzas, hace las veces de una bella tiara. El rostro de Lila Downs (Oaxaca, 55 años), modelado por sus orígenes mixtecas y unos marcados rasgos, recuerda a los de una deidad de la antigüedad prehispánica. La cantante mexicana, que acaba de aterrizar de su Oaxaca natal, es una de las artistas que mejor ha sabido combinar presente y pasado. Historia de la canción mexicana, que en ningún momento deja de lado lo que son los estilos más actuales.

Feminista hasta la médula, abanderada de los derechos indígenas y de la tradición bien entendida, Downs llega a España para embarcarse en una gira que la verá compartir escenario con artistas como Rodrigo Cuevas (ayer en La Laboral de Gijón), Ara Malikian (día 10 en Granada y 12 en Starlite Occident), Mulatu Astatke (14 en Pirineos Sur) y Muchachito Bombo Infierno (15 en Alma Pedralbes). Downs presenta el que es su último trabajo, La Sánchez, un homenaje que encapsula lo mejor de su obra, mirando fijamente a lo que ha sido y a lo que es. Y donde su madre siempre ha estado presente.

El título La Sánchez, de algún modo, remite a los orígenes maternos de Lila Downs. Su madre se llama Anita Sánchez. Entiendo que es una forma de reivindicarla y de dar a conocer esa filiación. ¿Quién es ella? Había leído que fue una cantante de cabaret.

Bueno, ella dice que aquel lugar donde empezó era una cafetería. Pero mi padre decía que era una cantina. Así que desde la niñez había esas dos versiones y siempre fueron muy libres en ese sentido.

¿Su madre fue protectora?

Mi madre siempre me ha protegido. Creo que eso lo he visto mucho aquí también. Las mujeres protegiendo y siendo como las que cobijan. La cruda realidad muchas veces. Y mi madre es un poco así, pero también mi madre es un personaje, es una bióloga natural. Siempre está observando la naturaleza.

Vive con ustedes, en su casa de Oaxaca, y tiene 86 años.

Y ahora está cuidando a mis hijos. Sí, se va manejando al rancho y ahí observan los gusanos, los pollos y los guajolotes, porque tenemos algunos animalitos y los 16 perros que ella rescata. Es un personaje, mi madre es un personaje. Es una artista; hace objetos de barro, hace collages. Hace poco abrimos un restaurante en Oaxaca y ella decoró varios rincones.

Siempre me enseñó a observar con respeto a la mujer. Desde chiquita me decía: “Lila, me parece que las mujeres no debemos nunca hablar mal de otra mujer”. Y eso era revolucionario en mi niñez. Creo que eso contribuye mucho a que yo sea la artista que soy.

Ella fue casada a los 14 años, como era costumbre en las comunidades indígenas de su generación, pero no lo aceptó.

A los meses se escapó y se fue descalza a la Ciudad de México, porque así era la costumbre de esa época. Estamos como a 14 horas de distancia en auto, así que fueron varios días caminando hasta llegar. Allí trabajó con una familia española, su primer trabajo. Eso influyó mucho en su visión y en cómo me crió.

Después se dedicó a cantar un poco y me contaba que lo hacía cuando se tomaba sus copas, porque no tenía el valor de hacerlo sobria. Me decía con mucho cariño y respeto: “Te admiro porque no tienes miedo de subirte a cantar en un escenario”. Yo sí lo tenía, pero encontré a mi marido, mi cómplice de la juventud, con quien entendí la constancia de la música y el zen. Ya lo tenía por naturaleza, pero no comprendía el concepto de hacerlo constantemente para crear y convertirme en otro ser a través de la música.

¿Qué otras mujeres artistas la han marcado? Creo que figuras como Lucha Reyes, Lola Beltrán y Flor Silvestre, que aquí en España no son tan conocidas, fueron determinantes en la construcción de Lila Downs.

En efecto. La Lucha Reyes, no tanto en su manera de cantar, pero sí como personaje, porque era una mujer que empezó a cantar en una época en la que predominaban los hombres. Además, empezó a cantar música bravía y fue operista, algo que yo también hice: estudié ópera y luego me convertí en cantante popular.

Ella giró por Europa como operista, pero después se volvió un personaje mítico, portando el traje de China mexicana y siempre con el rebozo. Ella era de Jalisco, un estado muy fuerte en identidad. Eso me marcó para siempre. Además, me gustaba verla en cortos de sus películas donde se ponía al mismo nivel que los hombres. Yo decía, eso me encanta. Así que influyó mucho en mí.

¿Y Lola Beltrán?

A ella la admiré mucho desde la parte vocal y también porque tengo un timbre grave que heredé de mi madre. Leonard Bernstein hizo toda una serie antropológica sobre cómo heredamos la música, los seres humanos y los primeros sonidos de nuestra vida. Mi madre tiene una voz grave y mi abuela también hablaba con una voz grave. Es un poco inusual en México, ya que las mujeres suelen hablar más agudo y con tonos más suaves.

Las películas con Lola y con Flor Silvestre me encantaban. Veía esas películas y decía: “Yo quiero estar en ese mundo, andar a caballo entre los magueyes y empezar una canción”. Era un romance con esas películas. Desafortunadamente, no tuve la oportunidad de conocerla. Pero luego Mercedes Sosa empezó a tomar un lugar muy importante en mi vida. Pude grabar con ella. Eso cambió el rumbo de mi música, porque me di cuenta de que puedes componer canciones con convicción, y eso lo cambia todo.

Lila Donws durante su actuación en Port América.
Lila Donws durante su actuación en Port América.Javier Bragado

Se ha enfrentado a infinidad de estilos. Cumbias, rancheras, boleros, corridos. Y todo a un nivel estratosférico. Entiendo que como antropóloga este tipo de acercamientos le tienen que atraer muchísimo.

Claro, porque es la variedad de nuestra expresión cultural y también nuestro entorno, nuestra niñez, de donde venimos. Sufrí mucho al dejar de escuchar cumbia cuando me fui a Estados Unidos. Extrañaba el altavoz del pueblo. En esos altavoces se ponía todo tipo de música y anuncios.

En mi pueblo, se escuchaban las cumbias de Rigo Tovar. Mis compañeros decían: “¡Qué horrible! Rigo Tovar, qué vergüenza”, porque se asociaba a las clases trabajadoras. Pero cuando estaba lejos, empecé a apreciar esa música. En mi casa también se escuchaba y mis tías y familiares que venían a quedarse también la ponían. Así comencé a componer y a respetar la cumbia. Me costó, porque los músicos con los que trabajaba decían: “¿Cumbia? ¿Cómo vas a cantar una cumbia? Nosotros hemos estudiado en el conservatorio para volver a la cumbia”. Fue un proceso difícil, pero ha sido un camino hermoso.

Y ahora, ¿qué tal lleva y recibe a artistas como Peso Pluma, que son de generaciones jóvenes, pero que también toman la tradición, la reelaboran y se la apropian? De alguna manera Lila Downs es pionera en todo esto.

Me encanta que estos jóvenes del norte estén retomando el corrido. Es algo que músicos como yo, que estamos siempre en busca de la tradición, hemos tratado de trabajar, especialmente las armonías y rítmicas del corrido y la ranchera. Son muy difíciles de trabajar, así que mezclarlo con hip hop y armonías bluseras es una maravilla. Me encanta el sonido, me apasiona. Me gustan también las historias de la ilegalidad, que son características del corrido. Lo que no me gusta es la misoginia. Eso ya está terrible y hay que seguir diciendo que no se vale.

Ha vivido en Estados Unidos y México, sacó su carrera de Antropología en Minnesota a mediados de los noventa. ¿Cómo ve la situación de los dos países ahora que vive en México también? ¿Ha cambiado algo en relación con la mujer?

He visto muchas vueltas de músicos, personas y mujeres, desde un momento en el que como artista no se podía hablar de ciertos temas. Ahora ya podemos hablarlos desenfrenadamente. Pero también he visto que siguen existiendo situaciones difíciles para las mujeres, especialmente en contextos rurales. Por eso sigo luchando y hago conciertos en pro de las mujeres indígenas y mestizas. Colaboró en una beca donde ayudo a estas jóvenes.

Ha sido mi aportación a un proyecto muy interesante en el que las tutorías son la parte más importante. Si te pones a pensar, los mundos son tan diferentes entre el mundo indígena, con su concepción de la vida, y el mundo de las ciudades, donde están las universidades. Estas jóvenes quieren entrar al mundo académico, pero si no tienen a alguien que les pueda traducir esas diferencias sociales y culturales, no va a funcionar. Este proyecto hace eso de manera voluntaria, y me encanta participar en proyectos voluntarios. Creo que así es como podemos cambiar el mundo.

En este 2024 se cumplen 30 años de su primer disco, Ofrenda. También hay otro aniversario de referencia, hace una década de Raíz, junto a Niña Pastori y Soledad Pastorutti, una obra importante dentro de su dilatada carrera. ¿Cómo recuerda a aquella Lila Downs?

Estoy muy feliz porque me he vuelto a reencontrar con esa Lila de antes. Creo que el tiempo es el regalo que nos da el tiempo, mirar hacia atrás si tienes el tiempo de hacerlo. Tiene uno que pelear por su tiempo y decidir sobre eso, y creo que nos hace bien a todos, a la madre tierra también, tomarnos el tiempo.

Era como en la antigüedad, en las épocas de las abuelas. Hay algo muy hermoso en cómo nos platican que eran las cosas. Eran tan naturales, no peleábamos con la naturaleza. Aunque te diré que mi abuela era muy feliz con sus bolsas y sus cubetas de plástico, decía: “Este es el bueno, hija, porque así se puede guardar el maíz, el frijol, todas las cosas que uno necesita guardar por si viene la revolución”. Siempre lo decía. Pero bueno, es un balance. El secreto de la vida.

Sorprende que con lo preparada que está absolutamente para todo, no estuviera dentro de la producción de sus discos tan involucrada hasta este último, La Sánchez. ¿Cómo ha sido ese apropiarse de lo que en principio es suyo? ¿Cómo ha sido ese proceso de conocer, experimentar y trabajar alrededor de la producción?

Ha sido un proceso de aprendizaje con mi marido, pero también de distanciamiento, de darme cuenta de mi independencia y de mi enojo con la sociedad y con él. En una pareja, a veces hay dos alfas, y eso se vuelve complicado. Son lecciones de vida que te hacen darte cuenta de que en realidad quieres hacer las cosas tú misma.

Curiosamente, perdí a mi marido y coincide con que este disco es el más independiente. Antes de morir, decidió que el jazz era lo suyo, y por eso abrimos este restaurante que tiene un foro arriba, donde se presentaba con su grupo de jazz. Fue lindo porque nos independizamos como seres humanos, cada quien en su camino artístico.

Y, por último, observo que cuida mucho los detalles del vestir. Las prendas que lleva entiendo que remiten a una fuerte tradición textil en México. ¿Cómo establece vínculos con estas artesanías?

Es que mi niñez está llena de recuerdos de este rebozo en el que me cargó mi abuela. Es un rebozo de bolita, muy especial por su punta y su tejido. Está teñido y utiliza la técnica del licat o tie-dye, donde se amarra y luego se afloja para crear estos dibujos. El huipil que llevo está también teñido, con añil de la Sierra Juárez y proviene de una hermosa tradición.

Me encanta porque es muy sobrio, a diferencia de otras indumentarias coloridas. Es elegante, fino y precioso, hecho de algodón tejido en telar de pedales. Y lo que llevo en mis brazos es un trabajo del maestro Toledo, quien dejó su legado en el IAGO, el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca. En la ciudad de Oaxaca, hay maravillosos libros de arte accesibles para cualquier estudiante. Además, el edificio es hermosísimo y se encuentra en el andador turístico de mi tierra. Ahí tienen piezas que él diseñó, cubiertas por hoja de oro pero hechas de cuero.

He visto que tiene un tatuaje en el antebrazo que pone “respeto”. ¿Tiene alguno más?

Tengo uno más que me hice cuando fui con los maoríes a Nueva Zelanda, como recuerdo del original. Según los antropólogos, ellos fueron los primeros en tener tatuajes permanentes. Así que aquí está el recuerdito.

Sobre la firma

Abraham Rivera
Escribe desde 2015 para EL PAÍS sobre gastronomía, buen beber, música y cultura. Antes ha sido comisario de diversos festivales, entre ellos Electrónica en Abril para La Casa Encendida, y ha colaborado con Museo Reina Sofía, CA2M y Matadero. También ha presentado el programa Retromanía, en Radio 3, durante una década.
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