Capote, ¿un canalla que no debió contar las intimidades de sus ‘cisnes’?
La serie ‘Feud: Capote vs.The Swans’ cuenta con maestría y con una mirada punzante la relación entre los cisnes, como llamaba Capote a sus amigas americanas, y el escritor. Entra en detalles, la desmenuza y nos coloca en una gran disyuntiva
¿Se merecían los cisnes de Truman Capote, ese grupo de sofisticadas damas de la jet set americana de los 60, que el escritor las traicionara? ¿Fue justo que Capote publicara, a modo de relato, La Côte Basque 1965, primero en la revista Esquire y luego en la célebre novela Plegarias atendidas todas las confidencias e intimidades que aquellas mujeres de la alta sociedad le habían confiado, abriéndole el corazón? ¿O se comportó como un perfecto canalla? ¿Mereció la pena, para toda la humanidad, por la narración que nos ha quedado? ¿Le mereció la pena al escritor, por la infidelidad que le produjo el abandono de sus ‘amigas’? ¿Fueron ellas injustas o demasiado estrictas al no perdonarle nunca, al condenarlo para siempre al infierno de la soledad, al ostracismo, al apartarlo del único mundo que le importaba, al que le había dedicado tantas horas, tanto esfuerzo, tantos desvelos?
Si te interesan estas preguntas y el universo que contienen (personajes reales y reconocibles, traiciones, angustias, estragos de la creación literaria, extravagancias, bajadas a los infiernos, glamour, sarcasmo y un elenco paradigmático), tu serie se llama Feud: Capote vs.The Swans, consta de ocho capítulos y la puedes encontrar en HBO Max. Tras verla, nunca volverás a leer esa novela póstuma de la misma manera y posiblemente veas a Truman Capote, de cuya muerte se cumplen 40 años, interpretado por el actor británico Tom Hollander, con menos complacencia.
Pero la pregunta más relevante, llegado este momento, cuando se cumplen 100 años de su nacimiento y 40 de su muerte (Nueva Orleans, 30 de septiembre de 1924- Los Ángeles, 25 de agosto de 1984) y su figura se estudia de nuevo, con una nueva mirada: ¿era Capote, en el fondo, un misógino de tomo y lomo, uno de esos gays que en el fondo también, en realidad odian a las mujeres?. El pasado 24 de febrero, en uno de los episodios del late show estadounidense Saturday Night Live, de la NBC, se emitió una parodia muy punzante del escritor, interpretada por el actor Bowen Yang. El presentador le agradece que acuda al programa precisamente en este momento, en el que se celebra el ‘mes histórico las mujeres’
-Estoy sorprendido de que quieras hablar en este mes, le dice el presentador
-¿Por qué?, Si yo aaamo a las mujeres, le dice el personaje de Capote, exagerando su ya de por sí irritante tono
-Bueno, estoy viendo la nueva temporada de Feud, donde se ve cómo las traicionas a todas, le responde
-No las he traicionado, solo he publicado lo que ellas me contaron en privado…
La conversación sarcástica continua, el guión insiste para que él ridiculice y vilipendie a diferentes mujeres, como Betsy Ross, la estadounidense a quien se le atribuye el diseño de la bandera de EEUU, con trece estrellas, que representan a las famosas trece colonias británicas . De ella dice el ínclito Capote inventado:
-Hay trece estrellas, porque es hasta donde ella podía contar. La entrevista sigue con pullas a otras mujeres, por lo que el conductor le replica:
-Pero Truman, has dicho que te gustan las mujeres
-Claro, no hay nada más bonito que una mujer, excepto el culo de un hombre, responde el actor
Pero lo mejor llega al final donde el trasunto de Capote suelta lo que vendría a ser una buena definición de la misógina gay:
“Nadie ama tanto a las mujeres como un hombre gay que las odia”
Hay más lugares donde encontrar respuestas a esas preguntas en general y a la gran pregunta en particular. En la biografía novelada ‘El canto del cisne’ (Lumen), la escritora estadounidense Kelleigh Greenberg-Jephcott intenta explicar qué llevó a Capote a esa traición mayúscula, que lo hundió para siempre conduciéndolo al infierno social. Les da voz a los cisnes, (llamadas así por el larguísimo cuello que tenia una de ellas, Marella Agnelli), y hablan de los celos, del afán de venganza, de una vanidad incontrolada… Según la autora, que se pasó años investigando sobre el escritor para componer esta biografía, tras el éxito de A Sangre fría la relación entre ellas y él cambió de tercio, “estaban ya al mismo nivel y ya las empezó a mirar de igual a igual. Descubrió, entre otras cosas, que lo solían llamar porque se aburrían”. Ese relato, (que aunque muy meticuloso y muy exhaustivo, no deja de ser ficción), y lo que se extrae de todas las intervenciones públicas de Capote a lo largo de sus últimos años en televisión y prensa, es junto a las conversaciones privadas de un escritor incontinente verbal, todo lo que tenemos para hallar las respuestas.
Y ahora está, como decía, la serie, que cuenta con maestría y con una mirada punzante la relación entre los cisnes y el escritor. Entra en detalles, la desmenuza y nos coloca a los que nos gusta su literatura en una disyuntiva: la de entender que el material narrativo que aquellas larguísimas y suculentas jornadas con ellas dieron de sí, no podía quedarse sin escribir, o la de pensar que fue una auténtica canallada lo que Capote hizo con los cisnes al contar sus miserias y traicionar así la confianza total de ellas.
El caso es que cuando él decidió que publicaría el relato, donde lo contaba todo sin citar sus nombres reales, no pensó que sus cisnes iban a reconocerse, es más, no pensó ni siquiera que fueran a leerlo. Pero lo hicieron, se vieron claramente en esa sátira, (ellas y todo el Nueva York que les importaba) y se encabritaron. Se ha contado a menudo esa ira, esa estupefacción de las damas, y ese castigo ejemplar sin vuelta atrás que llevaron a cabo. No invitaciones, no almuerzos en sus mesas privilegiadas, no cariño. Cuando se le recriminó su escrito se defendió: “No sé qué esperaban. Soy escritor. Ellos son mi material”. En aquel momento todo el circulo de aquel grupo selecto de Manhattan era el poderoso, y Capote su sirviente en realidad, al que de inmediato convirtieron en enemigo. Aunque el que finalmente haya pasado a la historia sea el escritor, que se definió a sí mismo con esta sentencia: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”.
Los cisnes y sus voces
Vayamos con los cisnes y la relación que tuvieron con el escritor. ¿Eran buenas chicas? No, eran viperinas, superficiales, racistas, clasistas, mentirosas y crueles llegado el caso, con buena parte de su entorno y por supuesto entre ellas. ¿Lo fueron con Capote? Bueno, Capote era su entretenimiento, su divertimento, su mayor extravagancia, el bufón intelectual y refinado que les daba el punto justo de locura en sus vidas supuestamente perfectas. No era “una de ellas”, ni estaba por arriba, ni por debajo, así que tampoco era alguien a abatir. Era algo distinto, más complejo, más grandilocuente, más estrafalario, más mundano también. Un amigo fiel e incondicional, para algunas de ellas, como Babe Paley, que llegó a sentir un amor fou por él.
Babe Paley, a quien en la serie interpreta Naomi Watts, fue un icono de estilo, una mujer ‘perfecta’ tal y como la definía Capote, editora de revistas de moda y casada con un marido recurrentemente infiel. A Capote le lloraba, le contaba secretos, dolencias del alma, y todo eso el escritor se lo devolvió a modo de fábula en el relato. Por eso para ella especialmente el articulo La Côte Basque, 1965 publicado primero en la revista Esquire, y después en Plegarias atendidas, fue un golpe al corazón, una traición. Más allá de la vergüenza que le hizo sentir, al ver escritos sus detalles íntimos y sórdidos, aunque no los citara con su nombre real.
Capote, ese niño necesitado de cariño, vio en los cisnes a aquellas damas que rechazaron a su madre (que se suicidó y cuyo espectro interpreta en la serie Jessica Lange, fiel actriz en la trayectoria de Ryan Murphy, productor ejecutivo de la serie) que siempre aspiró a formar parte de aquella élite social femenina. No lo logró, así que Capote puso todo su empeño, casi sin ser consciente, en vengarse de alguna manera de aquel desplante. Durante años fue confidente, asesor, entretenedor, paño de lágrimas, amante sin sexo, compañero de juegos y de maledicencia. “Hago que se sientan vistas y seguras”, declaró a un periodista con el que rodó un documental con todas ellas, cuando este le preguntó cómo había conseguido que comieran en su mano.
Como si de un estilete se tratara, en el quinto capítulo de la serie resume así de cruelmente lo que cree de ellas de verdad, una vez ha sido apartado para siempre de su lado: “Solo son blancas, americanas y protestantes (y racistas y clasistas). No tienen empatía ni compasión, y solo les interesa que parezca que sí la tienen. Todos mis cisnes son madres horribles. Todo lo que hacen es superficial, sus vidas sí son interesantes, pero ellas no. Y para ellas los negros están para servir y los gays para el entretenimiento”. Por si faltara algo en este relato letal, añade, “están obsesionadas con no envejecer, así que se someten a todo tipo de intervenciones, no comen, viven del aire y del agua y de diminutas porciones de carne muy rara”.
Y ahí aparecen la actriz Diane Lane como Nancy ‘Slim’ Keith, otra dama de la alta sociedad, una íntima amiga de Babe, que sin embargo no tiene repartos en acostarse con su marido. O la distinguida C.Z. Guest, que además era diseñadora, y a quien da vida la actriz Chloë Sevigny (Boys Don’t Cry, American Horror Story). Hay un cisne de lo más especial, el de Joanne Carson, (la esposa del célebre showman de la tele estadounidense, Johnny Carson) porque le da vida Molly Ringwald (La chica de rosa, El club de los cinco, Monster: La historia de Jeffrey Dahmer), en lo que supone su vuelta a la ficción. En la serie es amiga, confidente de Capote y por supuesto una más de ese grupo de damas que se reúnen en esa mesa privada de La Côte Basque, a la entrada, para mirar y ser vistas, y que solo quieren que el mundo las adore. Hay una leyenda que cuenta que un día antes de su muerte el escritor le dio a Joanne Carson, en cuya casa se instaló cuando enfermó, al final, una llave. Era, cuentan, de una caja de seguridad de California y allí estaba el manuscrito de la novela completa, Plegarias atendidas. No le especificó más, ni el banco, ni ningún otro dato. “Se encontrará cuando quiera ser encontrada”, le dijo.
Por supuesto Capote bebía con ellas, por supuesto era maledicente con ellas, por supuesto era mordaz, por supuesto era brillante, y todo el tiempo se columpió entre el amor hacia ellas y la certeza de que aquellas horas en yates, casas, fiestas, restaurantes, solo tenían una intención final: contar una historia que nunca había sido contada.
Hay un cuarto cisne, el que interpreta la actriz Calista Flockhart, (la querida Ally McBeal) y que es nada menos que Lee Radziwill, la famosa hermana menor de Jackie Kennedy. Fue lo que ahora llamaríamos una socialité, y fue la que mantuvo con Capote una relación menos áspera al final, cuando todas las demás le negaron el pan y la sal.
Junto a estas cuatro actrices aparece Demi Moore, que da vida a Anne Woodward, que había trabajado en la radio, que venía de clase baja, y a quien Capote hundió socialmente y condujo al suicido real al difundir que quizá la muerte de su marido no fue un accidente y que fue ella quien lo mató (pese a que fue juzgada y declarada inocente). Ese suceso le costó el rechazo de todos, agravado por el empecinamiento de Capote de ponerla siempre a tiro. Algo más a celebrar, por cierto, en esta serie: todas estas actrices, salvo Chloe Sevigny, que este año cumple 50, están camino de los 60, lo que no ha impedido que sean elegidas para este reparto glorioso.
En el quinto capitulo, Capote acude a una cita, que nunca tuvo lugar, con el escritor negro James Baldwin, (cuyo ensayo La próxima vez el fuego aprovecho para recomendar vivamente ), propuesta por este. Para entonces Capote ya había renunciado a la literatura y a sí mismo, era un alcohólico confeso, solitario y ruinoso. La llamada de Baldwin, cuyos textos el propio Capote había criticado con ganas, lo sacó literalmente de una monumental resaca, tirado una mañana más en la cama, ajado y sin desvestir. Se encuentran para comer en el famoso restaurante, hablan de los cisnes, Capote las retrata con sus dos incisivos, con los colmillos y con toda la acidez de su pluma, pero se lamenta con dolor del castigo recibido. La pretensión de Baldwin con esta cita es sacar de su ensimismamiento al escritor y hacerle ver lo que vale, la fuerza que tiene, su brillantez. Por eso, tiene lugar esta conversación formidable, que no tuvo lugar, pero que ojalá:
-La gente cree que quería hacerles daño, le dice Capote
-Admítelo y sigue adelante, responde Baldwin
- Me han herido toda mi vida una y otra vez. La vida con ellas, la vida sin ellas, ambas son insoportables… se lamenta Capote
Y después, en casa ya, tras besarlo con cariño y negarle el alcohol, el gran Baldwin le dice:
“Tú eres el mariquita más fuerte. Los almuerzos, excursiones, suflés, yates…Y la náusea de esos privilegios dementes, de esas patéticas criaturas se acabaron. Su mundo lo has capturado para siempre. Y todos saben que lo que has escrito es un diccionario del asco, el tesauro de la náusea estadounidense y te prometo que algún día será visto. Tu libro es tu revuelta de los esclavos, es el pelotón de fusilamiento de los Romanov, es tu consagración de la primavera que dará paso a un mundo nuevo”.
Al día siguiente Capote se levanta sin resaca por primera vez en meses y se pone a trabajar, a escribir. Varias escenas después lo encontramos cenando un cisne fileteado, llegado del lago de Central Park, que Capote le ha pedido que capture y cocine a un joven chef, a cambio de una suculenta suma de dinero.
Pasarían aún unos años más hasta la muerte del escritor (cuyas causas siempre han sido confusas) y durante todo ese tiempo, sus ex cisnes anduvieron por un lado, sin olvidar sin perdonar, y Capote por otro. ¿Fue excesivo el castigo que la alta sociedad neoyorquina le impuso al frívolo y despiadado escritor por revelar sus miserias? La serie sirve para plantearte esa y otras tantas preguntas y para llegar a algunas conclusiones: ellas no midieron del todo la capacidad del escritor para ser malvado, se sintieron por encima en todo momento y, acostumbradas como estaban a ser las reinas de todas las fiestas, no pudieron ni plantearse que la traición podría tener lugar. Y él quizá nunca manifestó por ellas un afecto sincero, sin artificios, sin imposturas, y las vendió a la mínima por un pedazo de gloria, cuando se dio cuenta de que, después de escribir A sangre fría, ningún relato podía hacerle sombra. No sabremos nunca hasta qué punto se arrepintió de aquel La Côte Basque.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.