Nada es lo que parece en el universo de Ana Rujas: «Me gustaría que agradase lo que he hecho, pero no me obsesiona»
No es fácilmente clasificable: actriz, sí; modelo (en esta sesión de foto muestra la espectacular colección de alta joyería Mediterranea de Bvlgari). Ahora, además, es ‘La otra bestia’, su ‘alter ego’ poeta.
Dice el editor de Ana Rujas (Madrid, 1989), Carlos Vergara, en el prólogo de La otra bestia (Aguilar), el poemario que la actriz acaba de publicar bajo una identidad alternativa, que tuvo que perseguirla como a un “elusivo leopardo de las nieves” o como “un gato que se resiste panza arriba bufando” para que finalmente dejase que viesen la luz sus versos. Dice también, estableciendo una sutil comparación con Anaïs Nin, que Rujas, al igual que la autora francesa con sus diarios, ha hecho todo tipo de triquiñuelas para proteger los nombres propios que aparecen en estos escritos, transidos de autobiografía aunque en absoluto autobiográficos. O en eso insiste una y otra vez la actriz, guionista y ahora también poeta cuando se le pregunta por su obra: “Yo quise hablar con una voz diferente a la mía y por eso lo he llamado La otra bestia, porque creo que todos tenemos un animal dentro al que nos da miedo dejar salir y yo durante mucho tiempo no he dejado salir esa parte”, explica con una voz que, cuando se le pregunta por algunos pasajes concretos, particularmente explícitos, pasa de la dulzura a la asertividad sin que el interlocutor se sienta incómodo.
Desde que se dio a conocer entre el gran público gracias a Cardo, la serie en la que traza el retrato entre rural y urbano de una joven milenial devorada por el vacío existencial de la vida posindustrial en el barrio, ya dejó claro que lo suyo no eran los mensajes fáciles; también que le gustaba jugar con la autoficción. Ella misma interpretaba a María “Cardo” —la treintañera a la que su afición a la noche y a los estupefacientes le mete en un buen lío— y su propia vida tenía mucho que ver con la del personaje: criada en Carabanchel (su padre es oficial de imprenta, su madre trabajadora social), curtida en el mundo de la moda, conocedora de los ambientes noctámbulos y bohemios, en su mensaje hay tanta lírica suburbana como modernidad.
Ahora, muchos pasajes del libro que acaba de publicar tienen un tono confesional tan jugoso que a cualquier periodista cotilla le interesaría saber si todo lo que cuentan se remite a episodios reales de la vida de Rujas. “Por mucho que repostees y etiquetes a esa directora, cariño, esa directora no te va a dar ningún papel. No va a darte un papel con tu labio operado, ensangrentado en ácido”, dice en una de sus páginas. O también: “El vodka lo tomo desde que tengo 18 años; trabajando de modelo en Turquía una de mis roomates, modelo como yo, me dijo que el vodka con agua con gas no engordaba. La anorexia me pisa los talones desde los 13 años, así que eso del vodka me pareció el mejor consejo de la historia”, explica en otra. E incluso: “Tengo una fijación loca por las amigas que visten de Coperni”. Hay en La otra bestia noches insomnes, bastante sexo, males de amores atroces, menciones a Simone Weil, mucho dolor de España con sabor orteguiano, trastornos alimenticios y mentales, cuartos de libra de McDonalds mezclados con drogas (¿no son drogas ambas cosas?) y por supuesto alcohol; todo ello contado con ese realismo sucio pero a la vez tierno, pop y al mismo tiempo culto que caracteriza a todo lo que hace.
Rujas, como ese esquivo leopardo de las nieves o ese gato panza arriba que mencionaba su editor, se defiende si se le pregunta si le impone que ahora la coloquen como escritora: “Primero no creo que por haber escrito sea automáticamente escritora. Y luego, me gustaría que agradase lo que he hecho, pero no me obsesiona lo que los demás piensen. Este libro contiene cosas que escribí hace más de seis años y cosas mucho más recientes, algunas de ellas vinculadas a mis otros proyectos creativos”.
Tampoco cree que su vis intelectual esté reñida con el mundo de la moda o incluso con el de la alta joyería, ahora que es embajadora de Bvlgari y posa para S Moda en las calles de Venecia con las piedras más espectaculares de la colección de alta joyería Mediterranea: “Tanto la moda como la joyería con lenguajes creativos tienen muchísimo que ver con la poesía”. Así que en La otra bestia hay un poco de La mujer más fea del mundo, la pieza teatral que escribió junto a Bàrbara Mestanza y en la que ambas actrices hablaban de su experiencia cuando se mudaron a Nueva York a probar suerte y se preguntaban si el cuerpo físico determina la felicidad, un poco de la ya mencionada Cardo y un poco de su experiencia en el universo de la moda, del que habla con ironía y a veces, amargura, aunque asegure que solo le debe cosas buenas a esta industria, por ejemplo haber regresado a Venecia para esta sesión de fotos: “Es una ciudad con la que conecté inmediatamente. Todas esas capas de historia…”. Y aunque no se deje avasallar por la idea de ser de pronto “escritora”, haber creado un artefacto llamado “libro”, no lo niega, le emociona. “Para mí las palabras tienen muchísimo valor”, explica cuando le preguntamos por el significado de una palabra muy frecuente en este poemario: “Padre”. Aparece por ejemplo en un capítulo desternillante en el que él, el padre, mantiene una conversación con Michi Panero, en la que mientras el escritor lanza sus habituales reflexiones sesudas y delirantes, el padre intenta simplemente ser amable y campechano. ¿Por qué esa presencia recurrente? “Bueno, hay algunas ocasiones en que sí me refiero a mi progenitor, pero en otras es una presencia mística. En todo caso se lo consulté, le dije: ‘Papá, aunque apareces, no siempre eres tú”. Nada es lo que parece en el universo Rujas.
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