La ley de la calle: así piensa la nueva generación urbana
Hay vida más allá del ‘mainstream’. Artes plásticas, música, cine, grafiti, diseño, moda, fanzines o ‘performances’ reciben el aliento de una nueva generación que cambia las cosas desde sus experiencias sobre el asfalto y con la ayuda de las redes.
Y entonces llegó Michael Basquiat, el artista urbano hoy convertido en uno de los pintores más cotizados en las grandes casas de subastas, y sentó un precedente al asegurar que él nunca fue a una escuela especializada y que, de hecho, había suspendido las clases de arte en el colegio. «Yo solo miré un montón de cosas. Y así es como aprendí sobre el mundo artístico, al mirarlo». Observar lo que ocurre alrededor, tomar inspiración de las vivencias propias y mostrar las creaciones a aquellos que te rodean. De este modo ha empezado y se ha desarrollado siempre la cultura alternativa hasta convertirla en universal. «Todo surge en lo underground y luego va calando en el resto de la sociedad», afirma la fotógrafa valenciana Gema Polanco, que expone este año en PhotoEspaña. La cultura va abriendo sus puertas a lo que sucede al margen, a lo que está fuera del mainstream. Y el fenómeno se actualiza con nuevos creadores capaces de combinar una fuerte presencia e impacto en redes sin olvidar sus orígenes y la influencia y experiencias de su entorno callejero. Ejemplos. En OT aparece Brisa Fenoy y alcanza el estatus de estrella, cuando era una compositora que disfruta al margen de la industria. Un joven de 23 años de Sevilla como Jesús Díaz posa para la campaña otoño-invierno de Vivienne Westwood. Jedet y Putochinomaricón se convierten en las voces (con miles de seguidores) de una nueva generación que protesta contra las desigualdades y clama por la libertad. Y Adrián Orr gana con una historia de barrio como Niñato el premio en el Bafici de Buenos Aires, uno de los grandes festivales del mundo de cine.
Así, hoy en día, lo urbano y lo social vuelven a servir de inspiración. El movimiento arranca con los que rondan los veintialgo (gran parte de los protagonistas de este artículo), pero llega hasta los que abrazan los 40. Tienen características propias: destacan por la multidisciplinariedad y nunca se ponen límites a la hora de experimentar. Viven en un mundo global y por eso han hecho de las herramientas digitales su campo de acción, pero otros reivindican artes tradicionales como la edición de libros, el grafiti, la música de hace décadas o la serigrafía. Y buscan caminos no convencionales para avanzar hacia sus objetivos. Lo importante, transmitir algo: desde una preocupación hasta un sentimiento o un estado de ánimo.
King Jedet representa bien este eclecticismo artístico y el deseo de expresarse abiertamente. Él se hizo popular gracias a YouTube. Su mensaje quedó claro y ahora lo transmite a través de la letra de una canción, de un libro, de su participación en la radio o de su cuenta de Instagram, con 190.000 seguidores. «A raíz de querer ser yo mismo, me encontré con situaciones que deseaba visibilizar. Hay muchos chicos que se maquillan, pero que luego se lavan la cara y hacen su vida como alguien normal. Lo que yo intento es mandar un mensaje de libertad absoluta». Chenta Tsai (Putochinomaricón) ha encontrado el vehículo perfecto para contar mensajes a través del pop. Su gran popularidad (su tema Gente de mierda suma 250.000 visionados en YouTube) le han convertido en un icono generacional en la lucha frente a los prejuicios y la intolerancia. «Con Putochinomaricón me he aceptado a mí mismo y ahora me siento cómodo etiquetándome como una persona disidente. Mi proyecto soy yo, no es un personaje. Yo defino mi estilo, que es algo así como llevar a Lotta Volkova al mundo de la música. Ella coge inspiraciones que nada tienen que ver, pero que funcionan juntas, yo hago lo mismo». También contiene mensaje la ropa del diseñador de moda Raúl Madrid Manso, una de las últimas revelaciones de la pasarela Ego: «Para mí es importante que haya un sentido emocional, pero también crítico. La moda es un elemento de cambio social y la sociedad se refleja en ella. Me encanta mirar y observar en la calle cómo se visten nuestros mayores, me inspira». A Alejandra Jaime (responsable de la firma de moda María Magdalena y también descubierta en Ego) le interesa incidir en cómo influyen las clases sociales a la hora de crear sus diseños: «Integración, que es mi segunda colección, está inspirada en la diferencia brutal que en la década pasada había en Sevilla entre pijos y canis. Yo lo viví con 15 años y ya ha pasado el tiempo suficiente para que me produzca nostalgia y quiera recuperarlo».
Ellos no solo observan la cultura, la viven. Lo explica el videoartista Álex de la Croix, cofundador de La Juan Gallery, galería destinada al «arte en vivo y la performance», donde se ha dinamitado el concepto de espacio típico «al que llegas, compras y te vas» para «vivir una experiencia». Un pensamiento global que comparte el sevillano Jesús Díaz, que además de haber desfilado para Vivienne Westwood o Palomo Spain, también pinta, hace esculturas y performances: «Me encanta trabajar con gente que me inspira. Instagram es para mí una herramienta perfecta para componer una especie de diario artístico».
Por su parte, Beatriz Cepeda utiliza Twitter desde hace 10 años bajo el nombre de Perra de Satán y tiene 30.000 seguidores. «Desde siempre me ha interesado el universo Internet y necesitaba un nick. Antes el anonimato era mucho más importante, nadie daba su nombre ni mostraba su cara. El mío lo elegí por casualidad, nunca pensé que llegara tan lejos. Perra de Satán ha tenido una carrera mejor que la mía», sonríe la escritora, un verdadero referente del humor y la ironía en redes.
Hay otra cuestión fundamental a la que tienen que hacer frente los creadores de esta nueva generación: la necesidad de emprender, tomar decisiones y controlar su propio futuro. Así lo entendió Andi Concha cuando fundó Ruda Studio, mitad espacio de serigrafía, mitad coworking. «Hay que lanzarse, pero del todo. Requiere esfuerzo y muchas horas». Más tiempo con su proyecto lleva Silvia Bianchi, confundadora de Barriobajero, el estudio de diseño detrás de citas como Libros Mutantes, una feria donde se reivindica la autoedición y que ya es un verdadero evento social. «Empezamos con la anti-Noche de los Libros, que reivindicaba un lugar para las publicaciones no tradicionales. Hay una tendencia a separar el papel de lo digital, y eso no es así. Era importante crear conexiones con lo que se estaba haciendo en torno al papel. Ahora, Libros Mutantes da visibilidad a gente entre 20 y 35 años que hacen cosas muy potentes».
La edición es también parte de la actividad de la artista valenciana Gema Polanco, a través de Navaja Automática. Pero el gran peso de su producción se lo lleva su proyecto artístico y personal. «Trabajo desde mi propia experiencia. Y a la vez, me inspira la ciudad, lo underground. El problema es que cuando algo pasa de la calle a una esfera más oficial suele haber un tipo de censura, que es contra lo que yo intento luchar, aunque eso sea un riesgo», afirma.
Entrar en el circuito es lo que también ya ha logrado Adrián Orr con Niñato, una película que cuenta la historia de un padre que sigue persiguiendo el sueño de hacer música mientras cuida de sus hijos: «Rodar con la gente de mi barrio tiene algo que ver con mis orígenes en el hip-hop, porque una historia particular se puede convertir en algo universal donde la gente se vea reflejada en ciertos valores. Yo intento retratar mi entorno con una mirada de igual a igual». Antes de hacer cine, Orr practicó el grafiti, como Spok Brillor, que pintaba en la calle con 11 años. Hoy, referente español del arte urbano, lo combina con el muralismo de gran formato y la obra para galerías. Él ha visto cómo su trabajo ha logrado obtener visibilidad global: «Las redes (otra vez) lo han cambiado todo».
Hay escenarios provocadores. Desde hace una década, en torno al madrileño barrio de Malasaña se lleva gestando una escena musical que comenzó a partir de la relación personal entre los miembros de distintos grupos. Los Nastys, The Parrots o Lois (faltarían las Hinds) son tres representantes de esa forma de entender la música con raíces en los ritmos estadounidenses: rock, garage, punk, surf. «Para nuestra generación, a la que le gustaba el rock o el indie, Malasaña era el lugar, porque había garitos donde se podía escuchar este tipo de música. Aunque antes era muy distinta, más salvaje», aseguran Diego y Álex, de The Parrots. «Todo hizo clic en un momento determinado –corrobora Lois Brea–. El mismo día que llegué a Madrid me llevaron a La Vía Láctea y conocí a The Parrots y a Los Nastys». «Pero las bandas hoy lo están disfrutando más. Es más fácil. Los medios en nuestro tiempo seguían con Los Planetas y Lori Meyers», concluyen Los Nastys.
Por las mismas calles madrileñas ha patinado Wi-Fiji, que además de hacer música electrónica es diseñador 3D y forma parte del colectivo Jazz, que viene a insuflar a la escena musical nuevos aires a través de sus fiestas y sesiones. «Es una plataforma para dar cabida a los sonidos de club deconstruidos y con mucho bajo, que a nosotros nos gusta y es complicado ver y oír en España».
Mucho ruido (del bueno) hacen también los jóvenes de Afrojuice 195, un grupo asentado en Fuenlabrada (Madrid), que ha popularizado el afrotrap, de auge en Francia, que mezcla ritmos africanos con rap y trap lanzando canciones que son hits para su generación como Fifa Street o Karim Benzema. Su esencia artística: experimentar, mezclar y estar con todo tipo de gente. «Tú vas a cualquier barrio de España y ves que hay personas de todas las culturas que hacen lo mismo: cantar, bailar y estar con los amigos. Nosotros representamos la voz de la calle, porque hemos vivido en todos los barrios de Madrid», aseguran. John Grvy también basa su proyecto en la mezcla: electrónica con música negra. Él, que comenzó de manera artesanal, «con programas de edición y un micro conectado al ordenador», ya ha sonado en grandes festivales representando una propuesta avanzada en cuanto a la música urbana. Y pronto escucharemos su mixtape con un tema junto a Brisa Fenoy.
Ella es, precisamente, una de las artistas de las que más se ha hablado esta primavera gracias a su participación en OT, donde Aitana y Ana Guerra defendieron su adaptación de Lo malo. «Yo no estoy muy a favor de subir y bajar muy rápido, porque el golpe es duro. El verdadero triunfo es sentirse satisfecho con lo que haces. Ahora tengo más presiones que me alejan de mí y de mi esencia, de mi entorno. Por eso saqué la canción Tres minutos, para reivindicar que hace falta pararse». Una búsqueda de la intimidad (o huida del éxito) a la que se suma el catalán Gerard Alegre, que ha ido mutando en cuanto a referencias con su proyecto El último vecino: «Yo empecé de una mañera muy ochentera, continué noventero y ahora estoy algo perdido [risas]… que no quiere decir que esté mal. Sigo componiendo».
En esta escena rítmica no hay que pasar por alto la reciente aparición de Chica, un colectivo formado por cuatro jóvenes (Sofía, Marta, Rocío y Alba) que decidieron montar fiestas de electrónica y música urbana al descubrir que en este tipo de eventos no había mujeres ni representación LGTBIQ. En diez meses la respuesta se acompaña de rotundos sold out: «Había una demanda real». Ya llevan cuatro ediciones y su influencia sigue creciendo en Madrid.
Alejandría Cinque se mueve también por la noche, pero con otro objetivo. Lleva 10 años fotografiando con cámaras desechables y con alevosía y nocturnidad, las calles madrileñas al caer el sol, actividad que alterna con la performance: «Es un formato barato y bastante invisible que me permite pasar desapercibido. En ambos campos suelo trabajar con lo nocturno, lo oscuro. Pero al contrario que en la foto, en la performance me permito hacer ficción para construir». El trabajo autobiográfico es un denominador común, y de eso sabe mucho Rubén H. Bermúdez, autor del fotolibro Y tú, ¿por qué eres negro?, que responde a las cuestiones vitales que le han perseguido siempre: «La fotografía ha sido una excusa para atreverme a investigar y exponer sobre mi negritud. Nací y crecí en Móstoles, siempre me han preguntado de dónde vengo, y trato de responder a ello». Enrique Escandell, que pronto va a publicar el libro Subterráneos, liga su fotografía al grafiti. «He hecho mucha foto de calle porque también he patinado. Ambas cosas te enseñan que tienes que luchar y ser constante, listo». Escandell tiene clara una cosa: «La calle te espabila».
Estar al otro lado de lo comercial no es fácil. Por eso , la foto es solo una de las parcelas en las que la artista visual y comisaria independiente Raisa Maudit desarrolla su espacio creativo, junto con «la música, la performance, la escritura o el vídeo». La directora del Espacio Storm And Drunk ha sabido encontrar su lugar en el arte contemporáneo: «Tengo un pie dentro del circuito convencional y otro fuera, a ver cuánto dura [risas]. No se puede vivir del arte. Hay techos todo el rato, pero si generas espacios de independencia y tu trabajo es sólido, sobre todo contigo mismo, siempre hay gente que te abre puertas o impulsa hacia ellas». Andrea Savall, que se ha dado a conocer en los últimos meses gracias a la publicación de dos números de Girls from Today –«en la que trato de documentar cómo somos las mujeres hoy en día»–, cuenta que el éxito del fanzine fotográfico hizo que pasara de un circuito alternativo a librerías e incluso a la feria Arco. Mientras, Adriana Roslin opta por la especialización y se ha decantado, con 23 años, por la fotografía de moda, un mundo «cerrado y complicado; dependes de un alma caritativa que te dé los contactos necesarios. Es duro, pero si es tu pasión, aguantas». Y llegas al público. Eso sí, en el camino, hay que perseverar y seguir observando, como hizo Basquiat.
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