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Así funcionaba ‘Look of the year’, el concurso de belleza que cambió la vida de Inés Sastre y Laura Sánchez

Las modelos españolas recuerdan cómo fue su experiencia en el certamen que fue crucial para la creación del concepto de supermodelo

Look of the year

Sucedió porque en aquellas décadas todo parecía posible: los peinados con volumen, los vaqueros de tiro alto y ver en la tele cómo caía el Muro que había dividido Europa durante más de veinte años. Entre todo aquel jaleo el mundo se quedó con los apellidos Evangelista y Campbell y podían asociarlos con unas caras que no pasaban desapercibidas. Fue la era de las hombreras, la delgadez extrema y la llegada del grunge, que lo desbarajustó todo con Kate Moss, John Galliano y Alexander McQueen y su rebeldía con causa. Parecía que se permitía la rebeldía y el orden. En medio de esa efervescencia cultural, el concurso Look of the Year era como un pasaporte al estrellato a aquellas que querían empezar una carrera en la industria de la moda en su época dorada.

Gerald Marie y John Casablancas en la edición de 1998 en París.

Creado en 1983 por John Casablancas, fundador de la agencia Elite Model Management, el concurso se convirtió rápidamente en la cantera de las futuras top models, esas mujeres que no solo protagonizaban campañas publicitarias, sino que encarnaron el espíritu de toda una década. Ellas, como embajadoras de su propia firma, crearon un modo de vida bajo su etiqueta de supermodelos que todo el mundo quería replicar. Cindy Crawford, Linda Evangelista, Naomi Campbell o Inés Sastre son solo algunos de los nombres que dieron sus pasos gracias a esta plataforma que, de forma imparable, iba definiendo año a año las caras que marcarían las portadas y campañas mundiales.

A diferencia de los concursos de misses, centrados en atributos de belleza y discursos sociales, el Look of the Year ofrecía un billete directo a la industria de la moda internacional. “No tiene nada que ver este concurso con Miss Mundo. Son conceptos de imagen diferentes. Es cierto que luego ha habido misses que han sido modelos y otras que jamás han sido reconocidas por el mundo de la moda”, afirma Fernando Merino, director UNO Models Madrid. Mientras que Miss Universo o Miss Mundo podían abrir puertas a la televisión o a la publicidad, los concursos de modelos delineaban los rostros que definirían la moda de su tiempo.

Desfile de candidatas en el concurso de 1996.

A mediados de los noventa, el concurso adoptó un nuevo nombre —Elite Model Look— con el que se ha mantenido hasta nuestros días, pero su esencia se mantiene intacta: descubrir la próxima generación de modelos. Suena de otro planeta, pero en realidad, se trata un viaje que comenzaba en casa. Cada edición arrancaba con castings locales organizados en decenas de países: desde España hasta Colombia, pasando por Japón, Brasil o Italia. Miles de jóvenes se presentaban con la ilusión de ser descubiertas, en escenarios que iban desde un hotel de provincia hasta un teatro municipal. Los jurados nacionales seleccionaban a las ganadoras que recibían no solo visibilidad en sus mercados, sino también un billete directo a la gran final internacional.

En España, Laura Ponte ganó en el año 92; un año después lo hicieron Nieves Álvarez y Eugenia Silva, que compartieron puesto por España. También le pasó a Laura Sánchez, que se hizo con el título de ganadora en 1998. “Aquello fue importante en mi carrera y tuve que dejar cosas de lado como estudiar, teniendo que pasar a hacerlo a distancia. Fue un trampolín bestial porque fue ponerme cara y nombre frente a toda una industria, algo que a otras compañeras les costó años. Tras ganar el concurso, estuve tan solo una noche en Barcelona y ya volé a París donde empezó todo”, confiesa Sánchez.

La modelo española Laura Sánchez en un desfile en 2001.

Finalmente, en el destino establecido en cada edición, las jóvenes competían por mucho más que un aplauso o una banda. Aquello era una auténtica puerta de entrada al olimpo de la moda, en una época en la que las modelos se volvieron tan famosas como las estrellas de cine o los músicos de MTV y, al fin y al cabo, por eso les pusieron el prefijo “súper” delante. “Fueron iconos de estilo porque aquello fue un boom. Las modas son así. Se montan estos concursos y se volvieron tan reconocidas porque lo hacían todo en cuanto a trabajos de renombre e imagen. Sigue habiendo muchas modelos a día de hoy que son icónicas y que lo serán, pero como ahora hay más caras también hay más competitividad. Antes las modelos duraban un tiempo concreto y las supermodelos siguen en auge porque las han vuelto a mandar a la batalla. Es como si sacas un bolso. El Birkin siempre será el Birkin, pero si de pronto lo sacan cien personas se vuelve a poner de moda. La moda es lo que tiene. El marketing en la moda es importantísimo” reconoce Merino. Al final, los nombres de estas mujeres, gracias justamente a este certamen y a que agencias como Elite obligaron a las revistas a citar a la modelo entre sus páginas, empezaron a resonar en el ideario popular.

“Aquella final internacional la viví con muchos nervios porque había muchísima competencia. La mía fue en Niza y recuerdo muchos ensayos en un inglés que me costaba y unas exigencias tremendas, pero fue algo inolvidable porque iba con Piscila De Gustín, que estaba también en la final e hicimos piña. Es que aquello era un despliegue importante. Había tantas jóvenes, como yo, que querían un hueco en la industria… No lo gané, pero ya me había hecho un hueco al ganar a nivel nacional porque aquello ya había salido en toda la prensa”, añade Sánchez.

En el caso de España, para modelos como Nieves Álvarez, Eugenia Silva, Laura Ponte o Laura Sánchez, el triunfo en el Look of the Year en la edición nacional significó abrirse un camino en la moda internacional, cuando hasta entonces las top models parecían llegar siempre de Estados Unidos, Francia o Reino Unido. Luego tenemos a Inés Sastre, que se hizo con el título de ganadora en la versión internacional del certamen.

La modelo española Inés Sastre.

“No había cumplido todavía los 16 años y John Casablancas vino a Madrid. Yo venía ya de rodar tres películas, por lo que tenía cierta ventaja en comparación con las que serían mis compañeras. Había estado en festivales de cine, había hecho fotos para las promociones… La cosa es que John quería conocerme para que me presentara al concurso, que se celebraba en París, en el atelier de Azzedine Alaïa. No tendría que participar en ninguna final local e iría directamente a la internacional. Al principio me horrorizó un poco la idea de un concurso de modelos, pero como lo planteaba de una forma tan especial y eran unos años tan especiales me terminó pareciendo divertido. Me convenció para ir, participé y gané“, es lo que te cuenta Inés Sastre cuando le preguntas por su paso por el concurso justo antes de añadir entre risas: ”No me lo esperaba porque eran todas unos cañones y yo la más pequeñita. Además, decidí no vestirme con un bikini de Alaïa. Yo dije que no desfilaba en bikini. Desfilaron todas monísimas con los bikinis de Azzedine y yo salí con mi traje de baño”.

A la mañana siguiente, la vida de aquella “afortunada” cambiaba de golpe con un contrato inmediato con Elite Model Management, una de las agencias más poderosas del mundo. Eso significaba pasar, casi de un día para otro, de ser un rostro anónimo a tener representación en Nueva York, París o Milán. A ello, se le sumaba la exposición internacional, ya que la final mundial reunía a prensa especializada, fotógrafos de prestigio y diseñadores atentos al “nuevo rostro” de la temporada, junto con el acceso directo a las grandes pasarelas y campañas publicitarias. Era un momento histórico donde un contrato con una firma de lujo podía disparar la carrera de una modelo. Aquello suponía un efecto multiplicador por los medios, ya que las revistas dedicaban una gran cantidad de páginas a las ganadoras.

En palabras de Sastre como única española en hacerse con el premio internacional: “Ganar aquello te daba un contrato que te aseguraba una cantidad de dinero importante y que te hacía trabajar en la industria casi de forma inmediata. Antes la moda era un oficio. Siendo tan joven tenías que aprenderlo. Las chicas que valían se iban a Francia y empezaban a hacer editoriales y aprender todo del sector. Yo no firmé aquel contrato porque quería disfrutar de mi libertad, pero sí que es cierto que empecé a trabajar mucho en moda. Era así. Ganabas y todo venía de la mano”.

 Inés Sastre, segunda por la derecha, en la ceremonia de Miss Elite Model Look 1989 en París.

Paralelamente, había otros concursos, como el que la Agencia Ford lanzó bajo la dirección de Eileen y Jerry Ford en 1980, llamado Ford Supermodel of the World. Fue allí donde una jovencísima Verónica Blume, con apenas quince años, se convirtió en ganadora de su edición. “Se suponía que yo estaba viviendo el sueño de la Cenicienta, pero me la pasé llorando al teléfono con mis padres porque yo solo quería volverme a casa”, reconoce Blume. La noche en la que había un antes y un después se abría un camino espectacular, pero al mismo tiempo se cerraban muchas otras opciones.

Verónica Blume desfilando para Elio Berhanyer en 2001.

El cambio era inmediato y radical. De repente, Nueva York, una casa de modelos, modelos con las que encajas y otras con las que no, la soledad de la Gran Manzana… El sueño podía transformarse rápidamente en una pesadilla porque ganar uno de estos concursos demostraba que un rostro podía cambiar la vida a una chiquilla desde 14 a 22 años de forma inmediata, abriendo puertas a fama, viajes y contratos internacionales, pero esa misma oportunidad traía consigo un precio invisible: la adolescencia se acortaba, la vida cotidiana quedaba atrás y la libertad personal se transformaba en disciplina y exigencia constante a cambio de los millones que vendrían. En la pasarela, el glamour y la admiración del mundo entero era el premio, pero detrás de las luces brillantes se escondían sacrificios que pocos podían imaginar y una fecha de caducidad que se veía tan cercana como otras caras fueran tomando protagonismo o los años se fueran sumando.

El Elite Model Look sigue celebrándose en más de setenta países, pero su influencia ya no tiene el mismo peso que en los años 80 o 90. La generación de supermodelos que definió esa época surge en un contexto mediático muy distinto: pocas modelos logran hoy alcanzar un estatus global comparable e incluso, en impacto, ellas fueron las predecesoras de la generación de influencers de nuestro tiempo. “La industria se ha fragmentado y diversificado, y la visibilidad ya no depende únicamente de las pasarelas o las campañas de lujo. Todo ha cambiado. Ahora es todo inmediato y cualquiera puede hacerse viral en cualquier momento. Antes la noticia era quién era la ganadora de cada país. Hoy en día muchas modelos construyen su carrera a través de Instagram, TikTok y colaboraciones digitales, generando fama segmentada pero instantánea, sin necesidad de triunfar primero en una final, matiza Laura Sánchez. A eso, Inés Sastre le añade que ”antes había más dificultad para encontrar caras nuevas. Había menos modelos y, claro, ojeadores que de repente se iban a la otra punta del mundo a buscarlas. De eso ya no queda nada".

A pesar de todo, aunque el prefijo súper delante de la palabra modelo haya quedado relegado a las que triunfaron en los noventa, el certamen sigue siendo una plataforma valiosa para jóvenes talentos. Permite a los participantes obtener contratos con agencias de prestigio, sesiones fotográficas profesionales y contactos internacionales. El Elite Model Look mantiene un aura legendaria. Sin embargo, en la era de las redes sociales y los influencers, la idea de “supermodelo universal” se ha diluido y ya no dicta la fama global ni asegura contratos multimillonarios de inmediato, como ocurría en sus años dorados.

Aquellos certámenes representaron la posibilidad de transformar la vida de niñas que, de un día para otro, pasaban del anonimato a las portadas de las mejores revistas. Al mismo tiempo, la evolución del concurso refleja cómo la industria ha sabido adaptarse a los nuevos códigos de visibilidad, fama y belleza del siglo XXI.

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