Moda al cuadrado
La costumbre de vestir a los gemelos con los mismos estilismos durante la infancia sigue muy arraigada, pero la mayoría de los psicólogos especializados recomienda lo contrario.
Aunque nacieron con cinco minutos de diferencia y aún no han cumplido su primer año de vida, Martina y Cecilia son claramente distintas. Una ya camina y no para quieta, la otra es mucho más calmada y contemplativa; a la hora de la merienda, una ataca el pan, la otra, el jamón. Aunque son mellizas bivitelinas –no compartieron la misma bolsa durante su gestación–, las niñas se parecen mucho físicamente y seguramente se enfrentan a toda una vida de ser conocidas, en su entorno y en el colegio como «las mellizas» o «las gemelas», y no por que sus padres no se esfuercen en diferenciarlas. De hecho, Carles y Lourdes prefirieron desde el principio no vestirlas de manera idéntica, aunque sí similar. «Lo hago porque estéticamente me gusta más así y, sobre todo, lo hago por ellas. La ropa es una de las cosas de las muchas que existen en el día a día de mis hijas que permite simbolizar que son diferentes», explica ella, enfermera de profesión.
Su caso es representativo de una tendencia creciente a romper la clásica costumbre de vestir a los niños gemelos iguales, sobre todo si son del mismo sexo. Lourdes asegura que se dejó llevar por su instinto para tomar la decisión y no consultó manuales al respecto. Si lo hubiera hecho, se hubiera encontrado con que la mayoría de expertos respaldan su decisión. La psicóloga infantil Coks Feenstra, holandesa pero afincada en España y especializada en el desarrollo de niños nacidos de partos múltiples, asegura que «tener sus propias prendas es una de las cosas por las que el niño va entendiendo que él es una persona autónoma, no una parte de su mamá, tal y como piensa en el primer año, ni tampoco una parte del grupo de gemelos. Conocer su armario y asociarlo consigo mismo es un elemento importante en este aprendizaje. Con vestirles igual, inconscientemente transmitimos al entorno la idea de que se trata de dos pequeños iguales. Por lo tanto dificultamos el proceso de que el entorno los considere como dos individuos y no como parte de un pack».
Feenstra contradice, además, otra de las máximas que se suele aplicar en la crianza, el famoso «enseñar a compartir». «Está bien permitirles que sean posesivos y egoístas con sus pertenencias: eleva la sensación del ‘yo’». La psicóloga estadounidense Nancy Segal opina de manera similar y cree que es especialmente importante vestir, o dejar que se vistan de manera diferenciada, sobre todo a medida que crecen. De lo contrario, «la gente los confunde y no aprende sus nombres». Según Segal, si a los hermanos les divierte presentarse iguales, como suele suceder, lo pueden hacer, «pero no deben apoyarse en esto para llamar la atención o sentir confort social». Segal suele llamar a los gemelos «tesoros científicos», y les ha dedicado toda su carrera. Incluso escribió un libro, titulado Someone Else’s Twin, sobre el caso de las gemelas canarias Delia y Begoña, separadas al nacer por un error administrativo en el hospital y que sólo volvieron a reunirse a los 28 años. «Cuando dos personas se parecen tanto y actúan de manera tan similar, incluso cuando se han criado separados, es algo que desafía nuestras creencias, la manera como esperamos que el mundo debería funcionar. Estamos programados para esperar diferencias en cada individuo», asegura. La psicóloga evolutiva no cree que la innata curiosidad por los gemelos vaya a disminuir por el hecho de que los partos múltiples hayan aumentado muy sensiblemente en las últimas décadas debido a los tratamientos de fertilidad: «La fascinación siempre va a existir, porque los humanos están concebidos para producir un solo bebé por cada embarazo», afirma.
Las diseñadoras de The Row, las gemelas Mary-Kate y Ashley Olsen.
Getty Images
Algo de esa sensación de sorpresa hay detrás de la todavía muy arraigada costumbre de vestir iguales a los gemelos. «Si un bebé ya es biológicamente hipnotizante, imagínense dos iguales», viene a dictar esa lógica. A esto se suma el hecho de que en muchas zonas de España sigue considerándose como algo de buen tono vestir a los hermanos igual, incluso a los que no son gemelos. Y, no menos importante, duplicar la ropa resulta práctico, como señala Adriana Rodríguez-Oliveira, autora del blog Somos Múltiples, muy seguido por padres de mellizos, trillizos y más familias donde los niños no han llegado de uno en uno. «Esta práctica evita conflictos entre los niños. Es algo que nos señalan muchos de nuestros lectores». Como sabe cualquier padre de dos criaturas, aunque no sean gemelas, si dos cuentos, dos asientos, dos camisetas o dos chaquetas son distintas, inevitablemente uno de los dos niños va a considerar que la buena es la otra, la que tiene su hermano.
Rodríguez-Oliveira es también madre de mellizos de 3 años, niño y niña, y es partidaria de ponerles ropa distinta «salvo en ocasiones especiales», porque «contribuye en su proceso de adquisición de su yo individual y ayuda a las personas que les rodea a tratarles como seres distintos y no como un paquete indivisible». Y apunta a una tercera vía que al parecer también se está imponiendo en las familias múltiples, el colour coding, que consiste en atribuir un color a cada niño para que lo identifique como propio, como ocurría en los cuentos de Las tres mellizas, que lo tenían todo en rosa, azul y verde.
La diseñadora Charlotte Ronson y su hermana ‘dj’, Samantha.
Cordon Press
La tendencia a poner el énfasis en la diferenciación de los mellizos se deja notar también en algo que suele preocupar a las familias mucho más que sus estilismos, que es el mandato de separar a los niños en los colegios, matriculando a cada uno en un grupo distinto. Aunque no hay nada parecido a una legislación, es una norma, a veces inflexible, que se aplica en casi toda la escuela pública y, en muchos casos, también en los centros privados y concertados. En los foros de gemelos, este es un tema candente, «que lleva por el camino de la amargura a muchos padres en el momento de buscar escuela para sus hijos», apunta la editora de Somos Múltiples. En su opinión, lo que es un error –paradójico, cuando lo que se busca es la diferenciación– es tratar todos los casos por igual: «Se han realizado diversos estudios sobre este tema en el extranjero y, a grandes rasgos, la conclusión es que hay que examinar individualmente las circunstancias de cada pareja de hermanos. En algunos casos concurren circunstancias que indican que es mejor una separación, cuando uno de ellos es muy dependiente o uno va más avanzado que el otro, mientras que en otros puede ser contraproducente para los niños y provocar problemas de adaptación o retrocesos en el desarrollo. Incluso recibimos una consulta de una lectora que acudió a nosotros preocupada porque esta situación había provocado un problema de mutismo selectivo en uno de los trillizos». A veces, la segregación se impone incluso desde la guardería, lo que es excesivo, a juicio de esta madre de gemelos, puesto que el niño se enfrenta a dos duelos, el de sus padres y el de su hermano.
En su caso, se plantea ese dilema justo ahora que le toca escolarizar a sus hijos. Lo que le gustaría es que estuvieran al menos un curso juntos y separarlos en el futuro «para que cada uno tenga su parcela de privacidad y no se vean condicionados por la presencia del otro». Los esfuerzos por respetar la individualidad de los gemelos son bienintencionados pero no tienen en cuenta un pequeño detalle, que los mellizos no siempre arden en deseos de diferenciarse. Tienen algo de lo que el resto del mundo carece: un aliado de por vida. A sus 21 años, Álvaro y Fernando López estudian la misma carrera, Derecho, aunque en universidades distintas, comparten piso, aficiones, grupo de amigos y también un estilismo muy parecido. Les vistieron de manera idéntica cada día de la semana «por lo menos hasta los 13 años», según uno, y «hasta los 10», según otro, cayendo en una de esas pequeñas contradicciones que tanto fascinan a la doctora Segal, ya que, aunque dos personas vivan la misma experiencia, la memoria selectiva la acaba convirtiendo en diferente. A ambos les parece «una chorrada» debatir si hay que poner (o no) una ropa distinta a los gemelos y no recuerdan haber vivido un gran trauma al respecto. «La verdad es que aún ahora nos tratan como un todo y muchas veces se refieren a nosotros como los gemelos, pero yo nunca he sentido la necesidad de que me desvincularan de mi hermano. Para mí es un privilegio contar con un familiar tan cercano que además es mi amigo, y eso es algo que sólo entienden los mellizos», apunta Fernando.
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