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Beatriz Serrano: “Las autoras estamos fuera de esa cultura del enfrentamiento, como si solo pudiese haber una. Nos interesa poco lo que tengan que decir esos señores”

Con ‘Fuego en la garganta’, Beatriz Serrano ha derribado la trampa de la cultura del esfuerzo

Beatriz Serrano, autora de 'Fuego en la garganta'.
Beatriz Serrano, autora de 'Fuego en la garganta'.Retrato: ARDUINO VANNUCCHi Ilustración: Mar Moseguí

Se podría decir que Beatriz Serrano ha convertido en realidad un deseo de muchas: liberarse de la idea del trabajo como una condena del sistema. Lo de esta escritora y periodista valenciana afincada en Madrid ha sido casi como un acto psicomágico convertido en moraleja. De tanto fantasear con ese “tiene que haber algo más”, de tanto teclear en sus ficciones ese hastío que ronda a tantas asalariadas, Serrano ha alcanzado la promesa de ese lugar. Si en su aclamado debut El descontento (Temas de hoy, 2022), traducido a más de 10 idiomas y futura serie en plataformas, su protagonista, Marisa, pensaba que su terapeuta no entendía que su estrés no lo causaba su trabajo, sino tener que ir a ese puesto y “ocupar ocho horas de lunes a viernes en una tarea alienante e insatisfactoria”; las precoces chicas de su segunda novela, Fuego en la garganta, finalista del premio Planeta 2024, van por el mismo camino. La primera epifanía de escepticismo de Blanca, su protagonista, llega a los 18 años, cuando compra sus primeras botas Doc Martens. ¿No había sido más feliz hacía poco menos de un mes, cuando no podía permitírselas? “Esta es la trampa”, entonará, sujetándolas, como cuando Marisa en El descontento entiende, resignada, que “entre la posibilidad de ser más feliz o de comprar más cosas, escogí comprar más cosas”.

A Serrano, ganadora del Ondas junto a Guillermo Alonso por el podcast Arsénico Caviar, ya no le pasa como a sus protagonistas. Dice que no se va a comprar más cosas con los 200.000 euros de su segunda novela, un texto adictivo sobre el internet primigenio, sectas imprevistas y emancipación femenina. Lo que sí ha logrado es vislumbrar qué hay detrás del “tiene que haber algo más”. “No quiero gastar, lo que quiero es vivir tranquilita y disfrutar de mi tiempo. Levantarme, ir al gimnasio, desayunar con calma y saber cómo es eso de no tener que ponerte el despertador a las cinco para escribir unas horas antes de empezar tu jornada. ¿Te imaginas cómo será eso?”, dice, abriendo bien los ojos, como si rozara ya ese ansiado momento. Todavía no lo ha alcanzado. Para cuando nos reunimos en la cafetería del hotel en el que se aloja de promoción en Barcelona, en noviembre, lleva seis entrevistas (“hice 12 en un día en Bilbao”) y hasta finales de año no le ingresarán el cheque de Planeta. Sí que ha firmado su excedencia como redactora en El País y ya sabe de qué ira su tercera novela. El día que abandonó la redacción hasta nuevo aviso subió un story recordando a sus seguidores que “tú también puedes aspirar a esto”.

'Fuego en la garganta' ha sido la novela finalista del premio Planeta 2024.
'Fuego en la garganta' ha sido la novela finalista del premio Planeta 2024.Cortesía de la editorial

¿Por qué pasar del hartazgo laboral de El descontento a una novela sobre milagros y chicas de internet?

El descontento hablaba de la generación que se había roto tras la crisis de 2008 con la crisis inmobiliaria, la que romantizó el mundo laboral y lo mezcló con la identidad. Internet, ahí, era la cola final del monstruo, poblada por seres infelices haciendo scroll infinito. Al acabarla, me pregunté cómo hemos llegado aquí. Eso me llevó a las infancias de los noventa y los 2000, en aquel internet incipiente, así que pensé en hacer una fábula en una novela de iniciación, un coming of age, porque en la adolescencia es donde nacen todos nuestros complejos y decidimos quiénes seremos.

Blanca, la protagonista, es milagrosa, tiene capacidades curativas o asesinas. ¿Por qué?

Quería que las emociones de una adolescente, las que desbordan al personaje, tuviesen un componente mágico. Ahora vivimos una crisis de fe, necesitamos gente en la que creer y hemos creado unos avatares digitales, que son como los santitos antiguos. Con internet pasa un poco como con Blanca. Quería una novela de iniciación donde una chica tiene que gestionar esas emociones sin empequeñecerse y con ese componente mágico, pero también me parecía adecuada la idea de que en la red todo empezó de manera inocente. Como hemos aprendido, todo se puede torcer.

¿Por qué presentar esta segunda novela al Planeta?

Por dinero, no lo voy a negar. Ya la tenía escrita y la idea de presentarla fue de mi agente, Maria Cardona. En España nadie te va a pagar un adelanto muy grande, ¿no? Solo si eres [Fernando] Aramburu o una influencer a las que les pagan 150.000 euros por libros malísimos, pero, por norma general, es una rareza. Lo hice porque me pregunté cuánto me podía cambiar la vida si me presentaba a un premio de los grandes. Sí que me echaba para atrás la repercusión, por las críticas, por ser muy comercial o por no saber manejar la exposición que podía darme de golpe ese premio.

Pero la crítica ya no tiene el peso que tenía antes. ¿Hay un acercamiento menos snob?

La crítica ha cambiado, ya no es el señor obtuso y aburrido que evalúa qué es bueno. Hay más voces y espacios. Y las autoras lo vivimos distinto. Hace poco estuve en Óbidos, un festival literario portugués. Charlaba con Eleanor Catton, autora de Las luminarias, sobre cómo había pasado de una novela sobre identidad y trabajo a una sobre una niña que hacía milagros y ella me escuchaba con interés, no había prejuicios. Estamos fuera de esta cultura del enfrentamiento, como si solo pudiese haber una. Nos interesa poco lo que tengan que decir esos señores. Total, si tampoco nos han hecho caso nunca.

¿Qué ha cambiado el premio?

Lo pensé la noche de la fiesta. Recordé cuando empecé en el periodismo, cobrando cinco euros por artículo. Me costó más eso que escribir El descontento o la novela que me ha dado los 200.000. Esto no es un mensaje sobre la importancia del “mira hasta dónde he llegado”. Al contrario, entendí que la cultura del esfuerzo no existe, es una trampa.

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