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Ángeles González-Sinde: «Empecé a llevar tacones cuando me nombraron ministra»

La cineasta, expresidenta de la Academia de Cine y exministra de Cultura reivindica el peso del vestuario tanto en la ficción como en la vida real.

Ángeles González-Sinde

Este año Ángeles ha debutado en la narrativa para adultos y lo ha hecho por la puerta grande, como finalista del Premio Planeta con El buen hijo, la historia de un hombre que se enfrenta a la oportunidad de cambiar su vida.

¿Cómo escogió su vestido para la noche del Planeta?

Me costó mucho decidirme. Al final elegí un vestido de punto estampado que compré en el outlet de Purificación García. Quería algo con lo que sentirme segura, cómoda y confiada. Los zapatos eran de Pura López y me los había puesto mil veces.

¿Y para la presentación de El buen hijo?

Un vestido de Custo Dalmau. Adoro sus tejidos. Una de mis prendas favoritas es un traje de cóctel suyo, hecho con mezcla de telas y manga japonesa.

¿Cómo se vestía cuando era adolescente?

Yo fui una chándal victim. Me encantaba la ropa deportiva. Aunque me gustaba la moda. En los 80 me compraba el Donna para ver la ropa que venía de fuera, los diseños de Ferré, de Norma Kamali… 

¿Algún diseñador español de entonces?

En aquella época disfrutaba paseando por la calle Almirante. Sus escaparates eran una apuesta estética, una parte del cambio que se vivía: Francis Montesinos, Antonio Alvarado, Manuel Piña…

¿Cuándo empezó a interesarse de verdad por la moda?

Cuando llegué a la presidencia de la Academia de Cine. Como guionista entendía la importancia del vestuario a la hora de construir un personaje, pero al presidir la Academia comencé a ver la moda con otros ojos. Representar a 1.300 personas te obliga a cuidar especialmente lo que te pones.

Entonces, al llegar al Ministerio de Cultura…

Pues todavía más. Mi etapa allí me sirvió para tomar contacto con el colectivo de diseñadores y conocer el sector por dentro. Aprendí que la moda es parecida al cine: el creador se la juega cada temporada con sus prototipos, igual que el director con un filme. Y el pequeño diseñador compite con la gran firma, igual que la película modesta compite con las majors.

¿Cambió su armario al llegar al cargo?

Más que eso. Me nombraron y me di cuenta de que no tenía un solo traje de chaqueta en mi armario. Modesto Lomba me dejó algo para la toma de posesión; luego me compré muchas cosas en el outlet de Schlesser y en el de Lydia Delgado. Y empecé a llevar tacones.

Como académica y como ministra ha llevado siempre moda española. Confiese alguna debilidad por un diseñador extranjero.

Cuando pasé por el ministerio conocí a Hubert de Givenchy, quien nos ayudó mucho con el Museo Balenciaga, un hombre muy interesante. También a Óscar de la Renta, un gran embajador de la cultura española en Estados Unidos.

Hablemos de su armario. ¿Qué es lo más bonito que tiene allí?

Creo que un vestido de cuero de Amaya Arzuaga color azul pastel.

Algo que guarde aunque no lo use.

Un esmoquin de Ted Lapidus de los 70 y un bolsito de Armani en caucho rojo que me obsequió un niño italiano que vino a mi casa de intercambio cuando era adolescente.

Nunca se pondría…

Licras. No me gustan. Me encantaría tener valor para utilizar en mi ropa tejidos de trajes regionales, con bordados, azabaches… un poco al estilo de Kenzo. Pero no me atrevo.

Le sienta bien…

Un sombrero. Cuando era joven los llevaba mucho, tengo un montón. Ahora los uso menos.

¿Hay algo en usted de la chándal victim que fue en un tiempo?

La cabra tira al monte, así que algo queda. A veces me lo pongo para escribir.

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